relato por
John Serrano

C

onoces esa sensación. Ese vómito contenido y ese olor concreto que no logras descifrar. A un lado de la nariz. Y puedes verlo en la cara del tipo del estanco cuando llegas arrastrando los pies. El suelo líquido y las paredes inmateriales. La presión. Buenas tardes. Ese pinchazo en un lado de la cabeza. Presiónala contra el hombro cuando nadie mire. No puedes alcanzarlo con los dedos, no importa cuánto lo intentes. Ese frío en los huesos, por debajo de la camisa y de la chaqueta. La grasa en la raíz del pelo, por debajo, aunque haga media hora que te lo lavaste. Las calvas en la barba. Y en la parte de tu cabeza que no puedes ver. Pásate la mano rápido, antes de que sea tu turno. Van a salir las palabras atropelladas. Vas a pedir la marca que no quieres, y no vas a rectificar. Qué ha pedido la señora que va antes que tú para que la cuenta sean diez euros justos. Qué cojones es ese olor, entre el polvo del aire acondicionado y el sudor aplastado. ¿Es el tipo que está comprando lotería? El tipo del mostrador te mira y te das cuenta de que te está esperando. Das un paso y arrastras los pies pero consigues tropezarte y los zapatos son demasiado grandes en un pie y demasiado pequeños en el otro. ¿Qué es ese olor? Pides la marca correcta. Te parece que lo has dicho con un acento extraño. Pero lo has dicho. Y aún así el tipo te mira un segundo y te pregunta. ¿Qué? Y lo dices de nuevo. Y se va a la trastienda. ¿Por qué te pica tanto la espalda? Las fechas en las revistas corresponden al momento que estás viviendo. Te tocas la cabeza por detrás, por la coronilla. Un movimiento rápido. Ese olor a mierda blanda, mierda de día de resaca, pero con algo más. Tapado por algo más. ¿Serás tú? Pagas el tabaco, das las gracias. ¿Lo has dicho en voz alta? ¿Podrías jurarlo si tu vida dependiera de ello? Y si pusieran un arma en la cabeza de tu madre y otra en la de tu mujer y te pusieran otra a ti en la mano y te dieran a elegir entre disparar a una de las dos o verlas morir ante ti o si llegaras a casa y golpearas a tu perro tan fuerte y durante tanto tiempo como para matarlo. Si intentaran atracarte ahora mismo o en la siguiente esquina, ¿tendrías el valor para plantar cara? ¿Para arrebatarle la navaja y clavársela en el hígado? ¿Huirías? ¿Podrías vivir con ello? Esa sensación constante de que te has olvidado de algo. La cartera, el móvil, el tabaco, todo está en su sitio. Pero te has dejado algo en alguna parte. La presión. El olor. La grasa podrida bajo el pelo limpio. Pareces engordar cada paso que das. Corriges la postura y parece antinatural. Esos chicos en chándal, riéndose en ese banco. Lo tienen en los ojos. Qué vas a hacer si te increpan. Qué vas a hacer si notan el olor y te acusan. Vas a tropezarte. Vas a tropezarte. Ojalá pudieras vomitar. Te ves, ¿verdad?, pasando ante ellos y vomitándoles encima. Te ves clavándote un lápiz en el cuello y bañándolos de sangre. El dibujo en el pavimento, en dos colores, demasiado separados como para caminar pisando solo un color de baldosas sin que se note. Tienes más en común con la pornografía asiática que con cualquier versión de ti mismo que retengas en la memoria. Una versión siempre mejor y más delgada. Con la raíz del pelo más fuerte y limpia. ¿Puedes recordar la última vez que estuviste sano? ¿Que no tenías este dolor de garganta? ¿Esta hinchazón en un punto entre el paladar y la nariz? Lo has visto todo ya. Lo has vivido todo ya. El cielo es solo la pared de esta pecera pestilente y de tierra que emana sida y radiación que rebota contra ella y vuelve en forma de cáncer. Y eso da una explicación a ese bulto en el cuello. Pero cuántas veces lo has deseado. Cuántas veces has deseado una tragedia real. Un monstruo real al que enfrentarte. Cuántas ganas de ser otra persona. De estar enfermo de verdad. De demostrar qué. De demostrar qué. Las plantas acumulan polvo a los lados del camino y hoy hay otro entierro. Otro ser humano terminando de pudrirse. Como tú. Este olor, esta constante molestia en las encías y detrás de la lengua. Este sabor de tu propia boca. Puedes agarrarte a una botella de algo amarillo y sentarte delante de un libro o de la televisión. Y masturbarte luego, o mientras tanto. Comprar un blu-ray, un par de pizzas congeladas y un pack de latas de cervezas y ponerlo todo junto en la mesa y que parezca que, durante un rato, posees algo. Pero compra también un martillo. Uno pequeño. Y golpéate en el centro del dorso de la mano tan fuerte como seas capaz. Quémate la parte que hay desde tu ano hasta tus testículos con un soplete mientras te masturbas con uno de esos vídeos de viejos cagando en la boca de otros viejos. Enanos deformes practicando el kamasutra con las cabezas neolíticas y los bracitos rechonchos jugando a ser personas. La cabeza contra el hombro. El pitido agudo en la parte interior del oído. Abre la puerta de casa y contén el aliento mientras rozas los labios húmedos de tu mujer. Y por Dios que ella no pregunte qué es ese olor. Por Dios que esté con otro y tengas un motivo para llegar al límite. Que la tenga más grande y gorda que tú. Que sea negro. Como en esas historias. ¿Sabes de las que hablo? Claro que sí. Todo el mundo las conoce. Aunque nadie hable de ello. Como este olor y estas heridas lacerantes en las axilas y esta presión en el punto inalcanzable de la cabeza y este dolor al tragar entre el paladar y la nariz. Nadie va a socorrerte. No hay ayuda posible. No hay más que insectos bajo el suelo y microbios en el aire. Como esa vieja que tosió en el autobús ayer a tres asientos de ti. No puedes decirme que no contuviste la respiración durante un buen rato en aquel momento. No puedes decirme que no quisiste acercarte a ella por detrás y pegarle un puñetazo en la nuca con todas tus fuerzas. No puedes decirme que no tienes fantasías. Que no sabes de lo que estoy hablando. Que no piensas que tu vida podría ser mucho mejor sin tus hijos. Que si tuvieras la oportunidad no lo harías. Que no asesinarías y engañarías y torturarías y mentirías si no hubiera consecuencias. Si este olor no te persiguiera a ti también y lo buscaras en tus calzoncillos al llegar a casa.

Yo te conozco.

John SerranoJohn Serrano. Ha publicado tres novelas cortas en Sportula, que formarán, junto a una cuarta entrega, un volumen recopilatorio que se publicará en la misma editorial tanto en formato electrónico como en papel.

Contactar con el autor: theincident1993[at]gmail [dot] com

 

🖼️ Ilustración relato: Fotografía por Jiradet Inrungruang [licencia Pixabay]

 

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Revista Almiar n.º 80 / mayo-junio de 2015MARGEN CERO™

 

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