relato por
Ricard Pérez Gabriel

 

III

Al mirar atrás, Sonia se dio cuenta de que estaba sola. Era la primera vez que la dejaban sola en el comedor de la residencia. Pensó que era una muestra de confianza hacia ella y se sintió orgullosa. El resto de compañeras habían terminado ya de comer y se encontraban cada una en sus respectivas habitaciones. Sonia miró el plato que tenía delante y removió con el tenedor los huesos de pollo que antaño le hubiesen resultado tan repugnantes. Ahora los contemplaba con curiosidad: se hacía una imagen del animal que había devorado, de cómo debía ser. Se lo imaginaba moviéndose alegremente en el corral de una granja, despreocupado, comiendo todo el grano que le pusieran por delante, esperando en vano procrear con algún congénere del otro sexo, durmiendo a pierna suelta siempre que sintiera la necesidad de ello. ¿Realmente era así la vida de un pollo? Sonia esperaba que se pareciera un poco; esperaba algo así como que aquel pollo hubiese sido feliz. Claro que esos animales no podían ser felices. No tenían un concepto de la vida, una visión personal de las cosas. No tenían conciencia, ni sentimientos. No podían tener objetivos, ni hacer planes para el futuro.

Sonia dejó de lado sus extraños pensamientos y se concentró en una manzana verde que había sobre un platito de postre. La cogió y empezó a pelarla con un cuchillo lenta y minuciosamente. Le habían enseñado a hacerlo así: como si se tratara de un trabajo riguroso y no de una simple tarea cotidiana, similar a las que cualquier persona tiene que realizar a diario, como afeitarse o fregar un suelo. De esta manera, con calma, una vez rebanada la manzana, empezó a cortarla en pedacitos. Cogía uno de ellos y lo introducía en la boca, masticándolo pausadamente. Notaba el sabor algo ácido de la fruta. Le divertía que sus ojos se irritaran un poco y se volvieran llorosos a causa de ello; el cosquilleo en la nariz. Se concentraba totalmente en esas sensaciones, como si de esta forma pudiera huir de sí misma, alejarse de aquello que la había traído hasta ese lugar.

Al terminar de comer, le vino a la cabeza que era día de visita. Por eso el resto de compañeras habían marchado tan rápidas a sus habitaciones. Esperaban que llegaran sus familiares, amigos, sus novios en el caso de que los tuvieran. Sonia sonrió al pensar la sorpresa que tendrían sus padres al verla; había recuperado bastante peso en las dos últimas semanas. Se quedó ensimismada unos instantes, mirando una pared blanca del comedor, pensando en ello.


II

 

La pared blanca contrastaba con el resto de la recepción de la agencia de modelos, llena de colores chillones y fotografías enmarcadas en cuidados soportes de diseño. Las chicas que esperaban sentadas junto a Sonia, o de pie a un lado, parecían igual de nerviosas que ella: una se mordía las uñas, la otra sujetaba un cigarrillo sin encender entre dos dedos y le daba golpecitos en la rodilla por el lado de la boquilla de manera que parte del tabaco iba cayendo al suelo. Cada una de ellas llevaba su book de fotos pudorosamente cerrado, como si de un preciado y secreto tesoro se tratara. De vez en cuando surgía una mujer de mediana edad de una de las puertas con un papel en las manos y llamaba a una de las chicas. Entonces ésta se acercaba y desaparecía tras la mujer. Al salir la chica, el resto de las candidatas evitaban mirarla a la cara: un rostro alegre suponía muchas posibilidades de que fuese elegida para el spot o la pasarela, y por tanto, menos oportunidades para el resto de aspirantes. Lo contrario, es decir una cara triste y desengañada, significaba que esa compañera no estaba satisfecha sobre cómo habían ido las cosas, y por un extraño efecto de empatía, las demás chicas no podían evitar sentirse igualmente entristecidas por ello. No convenía nada entrar a realizar el casting en esas condiciones. Había que hacerlo con el mejor ánimo posible.

Sonia se había pasado la noche en vela. Llevaba dos años yendo de prueba en prueba, inscribiéndose en concursos, participando en pasarelas de diseñadores desconocidos, acudiendo a estudios fotográficos que cobraban una barbaridad por realizar los imprescindibles books que había que presentar a las agencias… Sonia se sentía agotada y absolutamente desanimada. El tiempo pasaba y la carrera de una modelo tenía un límite muy corto. A esas alturas ya debería haberse hecho un hueco en ese mundo que tanto la apasionaba y que al mismo tiempo parecía resistirse a abrirle las puertas. Había empezado a obsesionarse con la idea de que había algo en ella que dificultaba las cosas: quizá no era lo suficientemente alta o delgada; quizá era excesivamente pálida de piel. A lo mejor otro cambio en su pelo: darle más volumen, cambiarle el color. Sonia no dejaba de pensar en ello. No dejaba de pensar. Siempre pensaba. Mientras sus padres le hablaban durante la cena la noche anterior por ejemplo. ¿Qué dijeron? «No queremos desanimarte Sonia, cariño…» quizá sea cuestión de mi nariz, la tengo un poco torcida… «pero estaría bien que estudiaras algo…» se me pone el culo enorme comiendo esta mierda… «no decimos que no sigas intentando ser modelo…» no sé por qué mamá hace tanta comida… «pero tener una carrera te daría otra salida…» cuando termine me voy al lavabo y me meto los dedos en la boca…


I

 

«¡Niña, no te metas los dedos en la boca!», dijo la madre de Sonia. Tenía ya cinco años, pero todavía le daba por metérselos cuando se encontraba especialmente nerviosa o excitada por algún acontecimiento. Su padre acababa de traer un televisor nuevo («panorámico, 32 pulgadas, pantalla súper plana, sonido espectacular» rezaba la impecable caja exterior), y aunque Sonia no entendía qué era lo que tenía de especial este aparato en relación al viejo televisor que siempre había estado en el comedor, creía por la expresión de sus progenitores que se trataba de algo que podía cambiar completamente sus vidas.

—Vamos a sacarla con cuidado. Ayúdame cariño —dijo el padre de Sonia dirigiéndose a su esposa.

Sonia estaba sentada sobre la alfombra. A su alrededor tenía unos cuantos juguetes destartalados. En ese momento no les prestaba ninguna atención; su mirada se mantenía fija en sus padres sacando del interior de la gran caja el televisor, poniéndolo sobre el mueble del comedor, enchufándolo a la corriente y conectándolo a la antena. Después, el padre de Sonia sacó de dentro de esa misma caja un mando a distancia, colocó unas pilas en éste y tras pulsar uno de los botones hizo funcionar el aparato. Inmediatamente, Sonia quedó fascinada por las imágenes que aparecieron ante ella: la pantalla del televisor antiguo no era tan grande, los colores no resultaban tan vivos, ni la imagen tenía un contraste tan logrado, ni se ofrecía a la vista de la niña con esa profundidad que ahora parecía tener. Más que ante un frío aparato electrónico, daba la sensación de estar ante una gran ventana, abierta al mundo.

Los padres de Sonia se miraron y sonrieron satisfechos. El padre siguió cambiando los canales y experimentó durante un buen rato con el mando a distancia para comprobar que todas las opciones del televisor funcionaban correctamente. Tras media hora en que la familia estuvo reunida frente al aparato, la madre de Sonia dijo: «Voy a la cocina a preparar la cena». «Subo a cambiarme y te ayudo», habló el padre mientras se dirigía a las escaleras que llevaban a su dormitorio.

Sonia se quedó sola en el comedor, contemplando el televisor. En ese preciso momento se emitía un anuncio en el que aparecía una chica retozando por la arena de una playa de aspecto paradisíaco. La modelo era muy bella: ojos felinos imposiblemente azules, larga cabellera rubia, figura esbelta y curvilínea, piel brillante y bronceada… Sonia la observó con atención y al finalizar el anunció pensó que no había visto nunca a una señora tan guapa, y también que, algún día, cuando fuera mayor, sería como ella.

 

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Ricard Pérez Gabriel es natural de Barcelona. Aunque lleva más de 20 años escribiendo regularmente, no ha sido hasta hace algo más de dos que se ha decidido a dar a conocer sus textos. Ha publicado en algunos libros recopilatorios de relatos cortos compartiendo edición con otros autores. En la actualidad busca editor para una novela policiaca que ha terminado recientemente.

Contactar con el autor: ricardpgabriel [at] yahoo [dot] es

Ilustración relato: Fotografía por merlinlightpainting [licencia Pixabay].

 

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Relatos en Margen Cero

Revista Almiarn.º 79 / marzo-abril de 2015MARGEN CERO™

 

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