✍🏻 Poemas
Es nuestra la noche que nace oscura.
Tan nuestra como la habitación negra
que nos envuelve en su papel carbón.
Hoy los cuerpos ocultan las estrellas.
En la cama, los dos como una sombra
sin contornos, trazamos en la esfera
de la alta noche medias lunas y élitros
de grillos que devanan las madejas.
Es nuestra la muerte de los relojes.
El tiempo sucumbe en la arena seca
del ruedo respirando un último hálito
de cucos, péndulos y sabonetas.
La sartén de oscuras opacidades
que mantenía oculta nuestra cena
derramó un aceite virgen de albada.
El almuerzo está dispuesto en la mesa.
Huellas
En los albores del día primero
la casa estaba vacía, secreta.
Había un espejo viejo en la entrada
y un inodoro al fondo del pasillo.
La luz vaticinaba una mañana
de cuchillos largos de sol naciente,
y a las ventanas se agarraba el polvo
como caracol vivo a la fachada.
La puerta estaba abierta y el silencio
bajaba del cielo a la tierra muerta.
Entré solo, y encontré telarañas,
huellas de la vida, mas no la vida.
Marina
En una playa blanca,
donde un mar de aceite índigo
remoje las pisadas de aquel niño
que, a lo lejos, me saluda agitando
su casto pañuelo de honestidad.
En una playa inmensa,
donde insondable sea la distancia
entre mi niñez y mi yo presente,
y aunque así no lo quiera.
Porque no manche con mis años malos
el áureo resplandor de la infancia;
porque su criba no tamice el grano
rastrero que soy, hazme el favor, vuélvete,
desanda el camino de la experiencia
y abraza el amor íntegro
de los tuyos. Confía
en mí, el dulce hogar nunca
defrauda, de verdad.
Y ahora déjame solo en la playa,
con la arena blanca como morfina
y con este mar devorador de hombres
que, sin embargo, hoy besa mansamente
las huellas de tus pies.
El mar de las distancias,
el mismo que antaño identificaba
con la ballena azul
y que hoy es símbolo testamentario
de embarcaciones póstumas;
él me traerá un vestigio indudable.
El día en que vislumbre
el final de la playa,
cuando mis pies huellen la última costa
y el faro cifre la señal del otro
lado, una ola prestidigitadora
alargará su mano
de espuma blanca y depositará
en la arena, como un pez mensajero,
un castísimo pañuelo de lágrimas.
La elección
La espada o el revólver.
La elección del duelista.
Una controvertida decisión
que marca la muerte de una persona
o cosa, y no hablo en broma.
El filo avasallador del acero
o el instantáneo son de la pólvora,
que nunca mienten cuando la hora mala.
Porque desconocemos y, a la vez,
sabemos demasiado;
no es nuestro el tiempo muerto
y las prórrogas son improrrogables.
El último de los hombres zozobra
bajo la investidura
de los años malsanos.
Por favor, dile que recoja aprisa
las pestañas vencidas por la gleba
que nos curtió los ojos;
dile que no se olvide
de la orbicular faceta del labio
aquel que alumbró los dientes de leche
de la no muerte. Sólo una vez más,
la comuna de los cuerpos pequeños
y sus juegos atávicos;
un postrer chapuzón,
aunque arriesgue un valioso
chaleco salvavidas,
aunque póstumo sea el sentimiento
de la ropa ahogada.
Y seguimos indecisos, ceñidos
a la soga del verdugo, nosotros
que somos los verdugos.
Juegos malabares. Quisiera ahora
hacer acopio de malabarismos
y, sin embargo, las espadas hienden
mis manos y me da miedo el tambor
de la ruleta rusa.
Qué hacer entonces salvo
esperar la conjura de algún necio,
o montar un sincero psicodrama
que nos exima por fin de ser hombre,
para vivir la muerte
como una madre alumbra un nuevo ser.
Ensayo general
Amanece, y no es poco.
La luz entra triste en la habitación
y alguien duerme en la cama.
Los periódicos anuncian primeras
planas insustituibles,
si bien la gente aún
entrecierra los ojos.
Quizás el día llega antes que el alba,
sin descanso o entreacto posible,
y por eso los fármacos
se difunden por la mesa de noche.
Hoy el despertador no sonará
a la hora señalada
y no habrá tregua para los sonámbulos,
así que acércate más a mis muslos
y háblame de la vida y el amor,
de esas cosas que pasan y no vemos,
dame una explicación irrefutable
que aclare la emoción
precisa de este instante.
Yo espero solamente
volver a verte otro día, quizá
una mañana distinta a la de hoy,
pero igualmente cierta,
con pantalones y medias colgados
de perchas muy lejanas,
y horarios soterrados
por los primeros niños del colegio.
Recibe ahora este beso cautivo
en el pecho, y relájate
exprimiendo insomnios de mandarina,
que el telonero duerme.
La representación
ha sido cancelada.
David Roca Vergara vive en un pueblecito de la provincia de A Coruña llamado Valdoviño, donde nació en el año 1979. Cursó estudios de filología hispánica durante un año, y su vida ha sido y es bastante caótica. Los poemas aquí publicados forman parte de una obra titulada Huellas de la vida, su primer poemario, inédito en la actualidad.
📩 Contactar con el autor: darover [at] outlook.es
🖼️ Ilustración poemas: Time, By LetsgomusicStyle (Own work) [CC BY-SA 3.0], via Wikimedia Commons.
Revista Almiar – n.º 78 | enero-febrero de 2015 – MARGEN CERO™
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