Como un personaje de cuento
Mario Santiago
La pequeña
luz azulina que fosforecía en la parte interior de la muñeca
izquierda de Roy Harper lo consignaba individuo B-29, suborden 024-WT,
especialista en el diseño y administración de sistemas inmunológicos,
alimenticios y/o genéticos. No se podía quejar, en menos de 4 años
él había conseguido lo que a un tipo B común le tomaba de 8 a 10 y
la ansiada meta estaba prácticamente al alcance de la mano: ser un
individuo B-31 MEGA y llevar una hermosa luz turquesa en la muñeca.
Si, ser un B-31 y soportar el inevitable epíteto «TECNÓLOGO CLASE
A», sarcasmo con el que solían bromearse (o más bien herirse) los
de su casta, pues en aquella sociedad perfecta un clase B nunca sería
un A ni mucho menos un C. Cada clase era una identidad sin mezclas,
especializada; un subsistema interactuando con otros para el desarrollo
integral de un grande y único sistema todopoderoso que los aglomeraba.
Cada submundo, claro está, poseía sus propias jerarquías y subórdenes,
esto es, sus propios medios de segregación, así Harper no se imaginaba
alternando con individuos B cuatro o B doce ¿B-12...? ¿B-12...?, ahhh
B-12! ¡Puta que si ya es hora de mis vitaminas! ¡Cómo pasaba el tiempo!
Te dirigiste hacia el baño. En el espejo del botiquín se reflejó por
un instante el rostro enjuto y lampiño de un adolescente de ojos tristes
y al abrir la pequeña puerta se presentaron ante ti una multitud de
frascos y potes conteniendo cápsulas, jarabes y ungüentos de toda
índole. Engulliste, bebiste y frotaste esto y aquello, lo que te dejó
un sabor agridulce en la boca y un quemante olor a eucalipto en el
pecho. Al cerrar la puerta el muchacho triste te volvió a mirar desde
el espejo, le diste la espalda y regresaste a tu cuarto, a tu mesa,
donde un mordisqueado y febril lápiz traducía en palabras sobre papeles
amarillentos tu alucinada imaginación. Algo cansado decidiste continuar
la historia: Ser un inconforme en una sociedad felizmente conforme
equivalía a ser infeliz. Harper era, pues, infeliz. Ser un mero tecnólogo
era algo que no colmaba sus aspiraciones. Subordinada a la Ciencia,
la Tecnología resultaba sólo un corolario, una verdad de orden inferior
y Harper aspiraba a la Verdad, aquella que es hija del pensamiento
libre. Pensamiento que no podía ser condicionado por una realidad
cuya exigente perfección solo terminaría por asfixiarlo bajo sus rígidos
parámetros. No, ese pensamiento luminar, puro y espontáneo no debía
ser maculado por la voraz oscuridad de la praxis, y Harper lo buscaba,
Harper lo anhelaba. Mas, desde cuándo un Clase-B buscaba ese tipo
de pensamiento, desde cuándo un Clase-B buscaba la Verdad. Un B no
era educado para martirios metafísicos, para eso estaba la Clase-A,
gobernantes del sistema, raza omnipotente e impermeable cuya superioridad
de pensamiento se reflejaba en la exagerada blancura que mostraba
la luz en sus muñecas. ¿Desde cuándo, entonces, un B pretendía elevarse
hasta un A? Nunca. En aquella sociedad perfecta un gusano nunca se
tornaría mariposa y bromas como aquella de «TECNÓLOGO CLASE A» sólo
conseguían reafirmar en Harper su condición de gusano. Gusano, la
palabra te quedó flotando en la cabeza, gusano... gusano... gus...
¡Heeey, hey qué pasa campeón!, la fuerte palmada en la espalda diluyó
tus pensamientos y el Mono seguía hablando: vamos carajo la chela
se calienta, por qué no les cuentas a estos maricones lo que hiciste
anoche en el santo de la China. Sin esperar a que tomes la palabra
la estridente voz prosiguió, afigúrense que este pendejazo se aparece
con su hembrita en el tono y mientras la deja bien sentadita en el
primer piso, donde la gente está bailando, se sube al segundo a tirarse
a la dueña del santo, y en el baño jajaja y lo peor de todo es que
al rato toca la puerta el mismísimo marido queriendo entrar a mear
jajaja. Todos ríen y te miran con envidia tras sus ojos enrojecidos
por el alcohol y el humo de los cigarros, te respetan, te temen y
no cesan de mirarte. Quieres sonreír, pero tus labios permanecen inmóviles,
mejor era servirse mas cerveza, salud carajo seco y volteau. Las botellas
se iban amontonando a tus pies, dos más cholo que la noche es joven
carajo y bien al polo. Todos reían y vociferaban a la vez, ebrios
y despreocupados, tu mesa era la más bullanguera y alegre, pero tu
seguías triste y callado, sólo entre los amigos, recordando: gusano,
gusano. No, no, ya no eras aquel gusano que se arrastraba por las
paredes vacías de su cuarto, sin salir nunca de él, ahora eras el
Richy, el mas hombre, el mas pendejo, el preferido en la cama por
las mujeres y por más de un hombre, el que se había fajado con los
tíos mas guapos del barrio y los había hecho sangrar. No, no, ya no
eras aquel adolescente estúpido escribiendo historias estúpidas con
finales siempre tristes, «una luz que brilla en la muñeca» ¡qué cojudez!.
Ahora eras el Richy. ¿Acaso tener amigos, mujeres y un buen par de
cojones no era la felicidad? Por qué, entonces, últimamente te sentías
vacío e incompleto como un personaje de aquellos cuentos amarillentos
que un día incineraste con furia y aversión, como una epifanía de
muerte al pasado. ¿Por qué volvías a recordarlos ahora? En el cuento,
Harper maldijo al sistema que lo hacía diferente y en la realidad
Richy se maldijo a sí mismo por no ser feliz. Lentamente, Harper,
elevó la muñeca izquierda a la altura de sus ojos y observó su pequeña
luz azulina ¡tan lejos de ser blanca! y Richy tan sólo vio el botón
del puño de su camisa reflejar la luz amarillenta que iluminaba el
interior de la chingana. En ambas realidades, los dos se odiaron por
sólo merecer una luz así en la vida. Harper se la arrancó con furia
y el botón de Richy voló por encima de las cabezas de los amigos que
seguían bebiendo y carcajeando. Harper decidió alejarse, huir y Richy
se levantó bruscamente volcando sobre la mesa el contenido amarillo
de los vasos. ¡¿Qué pasa campeón, a dónde vas? ¡Regresa carajo, hey
heeey! Ya en la calle, aturdidos, ambos descubrieron que la noche
era un calidoscopio de luces fantasmagóricas bailando ante sus ojos,
Harper eligió la más lejana, la que era una falsa promesa en el horizonte.
Richy se encaminó hacia ella.
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ILUSTRACIÓN RELATO: Imagen por Mario Santiago ©
▫ Relato publicado en Revista Almiar, en un número especial de 5.º Aniversario (2006). Reeditado en julio de 2020.