MIGUEL DE UNAMUNO
EN EL SIGLO XXI
El cíclope que no puede morir
por Óscar Portela
(www.universoportela.com.ar/)
A JOSÉ BLANCO ALBORES Voy a escribir algunas —pocas— líneas sobre don Miguel de Unamuno y Jugo de la Raza (!perdón!). ¿Cómo hacerlo, cuando ya (auque no suficientes) sutiles ingenios se han adentrado en los laberintos atormentados de la obra del genio más Universal que ha dado la lengua castellana, sangre de la raza hispana, en las primeras décadas del siniestro y apocalíptico siglo que dejamos? ¿Cómo me atrevería, empero, a dejar de escuchar los llamados de un corazón, que se forjó a golpes de martillos, con la recia prosa del inmenso pensador-artista?, visionando sus sueños dramáticos (El Otro, Fedra), sus «nivolas», (La tía Tula), sus ensayos nerviosos y encrespados (ver: Qué es la fe), sus inmortales y solo poéticos (por ello visionarios), El sentimiento trágico de la vida, La agonía del Cristianismo, Vida de Don Quijote y Sancho, y sobre todo, sobre todo, como lo presintió Rubén Darío antes que nadie, sus poemas, que arden aún como vivac en el desierto y desprecian los preciosismos literarios, sin que por ello don Miguel se negara a dialogar y dejarse influir incluso, por los más jóvenes, tal el caso de Jorge Guillen y la recepción de su obra, en su años maduros , los que traen las vibraciones de su alma en estado de desnudez trágica. Qué es la fe —se dice—, ¿creer lo que no vimos? ¿No? «Crear lo que no vemos, y recrearlo, y volverlo a crear», (cito de memoria). Y ya esta todo dicho, no hay reposo para quien juega a los dados de la vida. Y por si fuera poco, el heterodoxo repite: «¡Dios, ayuda mi incredulidad!», herencia herética de Port Royal; Pascal y Loyola. Pronto Claudel se dirige a Gide para declararlo fuera de ley. Es que Don Miguel pertenecía —y esto no podía intuirlo Claudel, —¡que sí dudaba, como lo demuestra sutilmente Blanchot!—, al primitivo cristianismo, al cristianismo que se debatía en la agonía de ser o no ser.
¿Qué es tu vida alma mía? Ni elegía ni oda —a pesar de su formación clásica—. Don Miguel no tenía tiempo para los estados mediúnicos que permiten al poeta esbozar grandes cantos, llevado por las imágenes a las grandes ideaciones poéticas. ¡Proeza sí, y en esto abunda Don Miguel, en definir su concepto agónico del pneuma que nos anima, en forma seca, escueta, y magnifica! ¿Debíamos esperar acaso que Sartre nos dijera que la vida era tan solo una pasión inútil?: Paradojal, Don Miguel diría, inútil no, mientras la tea de una voz agonizante le permita al hombre crear: poeta civil, como Dante, como Carducci —a quien mucho quería, no poeta, o menos literato comprometido, su lid por la «intrahistoria contra la simple corriente de la historia»—, lo llevó al exilio y la cárcel en dos oportunidades: no importaba, no importaba perder hijos, que ya eran hijos de la Eternidad, porque al lado estaba su Concha —su mujer— que todo soportaba.
¿España!? ¿A alzar su voz nadie se
atreve?
También en esto se distancia Don Miguel, de otros grandes de la época, los militantes políticos a la manera de Aragón, Neruda, Hernández, Maiakovsky, entre otros, y aquellos que se mantienen distantes y adoptan ante la realidad, solo una actitud de religatio a través de la imagen poética, tal el caso de Eliot, Rilke, George, Molinari. No, para quien responde «que no soy partido, que soy entero», le estaba reservada una bala en acto oficial y público, (caso Millan Astray), no secreto como el el frío asesinato de Lorca. Don Miguel enfrentaba de igual a igual —léanse sus discursos— a quienes desde el poder pretendían regir los destinos de España.
¡Enorme Don Miguel de Unamuno y Jugo de la Raza, permitídmelo!
Una vez más sus modelos eran el Dante perseguido, y más cerca nuestro, su
amado Carducci. Dudas, dudas, dudas, la sombra de la muerte, fiel muerte, («vendrá como se fue, como se ha ido/ suena a la noche el fatal ladrido y la infancia que vuelve: «hijos de mis hijos ahora/ y sin masculinidad/ siento surgir en mi pecho/maternal virginidad»): Don José Ortega, Miguel, te reprochaba no haber tenido en cuenta el sentido «deportivo de la vida» —el exceso diría Bataille— (lo dionisiaco: Nietzsche), que conduce, si siguiéramos fielmente ésta lógica a la guerra, al sacrificio ritual, ya todas las formas de la tragedia. ¡Pero cuán lejos hoy estamos de los Dioses de la tragedia! Hoy el hombre huye de la muerte -hoy como ayer inventa paraísos artificiales, ayudado por la magia de la técnica, hoy escapa del tiempo, de la memoria oscura escondida en los laberintos de la lengua, hoy existen prótesis para el amor y para el sueño-, porque Pan ha muerto in ilore tempo, y es posible que aunque no simpatizaras con la pagana «siringa agreste» (Darío), menos aún lo harías con nuestras maquinas parlantes, que ofician de Pitias, simulacros virtuales que nos conducen nuevamente a la caverna platónica, a la cueva donde la vida es sólo un opaco fluir hacia la nada nadeante, errancia metafísica donde crece el desierto, porque muerta la fuente de vida, lo que alimenta el mundo suprasensible y da sentido a éste, sólo queda el horror de lo vacuo, lo trivial, la libertad negativa, la pobreza del alma, y por fin el suicidio de jóvenes que no saben ya para que viven:
«Y tú, Cristo del Cielo,/ redímenos del Cristo de
la tierra», dejaste escrito en el poema más intenso y trágico escrito
en lengua castellana (El Cristo Yacente de Santa Clara de Palencia),
empero esa tierra que es el símbolo de la nada, tarde o temprano engendrará
uno de los poemarios más importantes del siglo XX: EL Cristo de Velázquez.
¿Que los oficiantes de la poesía actual lo ignoren, qué significa? ¿Acaso
ignorar a Esquilo significa algo? ¿Quién podría gritar hoy «mi yo, que me arrancan mi yo», cuando el yo desde Nietzsche hasta la forclución lacaniana, constituye sólo un simulacro de la gramática? Pero, ¿de qué escritura, preguntaría acaso don Miguel, de la del «verbo», que es nada, porque si fuese algo, no sería más que una máscara de carnaval? Y el yo de Don Miguel surgirá más allá, junto a los suyos, pues de lo contrario con Senacour habría que decir, «si lo que nos está reservado es la nada, hagamos que ello sea una injusticia»: (Oberman) ...Qué lejos hoy, pobrecitos, de esta lucha entre sentido de eternidad y tiempo: «lumbrera de misterio,/perla de luz en sangre/ ¿cuántos días de Dios viste a la tierra mota de polvo,/rodar por los vacíos?»: Aldebarán. Es probable que la justicia y el devenir no se avengan a una paz justiciera, pero para usted Don Miguel, en el corazón del hombre, donde también se libra la batalla, habría que intentarlo. «Que es tu vida, alma mía/ ¿cuál tu pago?»: ¿No nos preguntamos eso todos los días los que, insertos en la finitud heideggeriana, sabemos que los castigos y premios, las guirnaldas y glorias, el poder volitivo y las maquinaciones fáusticas de la técnica, no son sino fútiles tentaciones de lidiar como ayer con la grandeza de los Dioses? Luego de que don Miguel, como Prometeo fuese ultimado por el Rayo de Zeus («Oh Dios, no te olvides de España»), fueron muchos los que enriquecieron el acervo de la cultura hispana, sin duda alguna, pero es licito preguntarse, casi un siglo después de su desaparición, si alguien lo superó en rango intelectual y creativo, si la suerte de la literatura Española hubiese sido la misma sin su presencia, («Verdad maestro Unamuno; A. Machado»): sí, presintiendo algo de acerca de que lo Universal no tiene nada que ver con la globalización, el escribirá: «El mundo entero es un Bilbao más grande». Celta que amaba Castilla («tú me levantas tierra de Castilla en la rugosa palma de tu mano/ al cielo que te enciende y te refresca/ al cielo/ tu amo»).
Celta que amaba más que la música de la dulce Francia,
los fragores alemanes e ingleses (irlandeses, escoceses), Swiburne, Browning
o tantos otros. Por éstas venas también corren lavas de sangre vascuence,
allí los Arriola o Arreola, y acaso por ello sienta que, con los años en fuga,
y a pesar de mi lejana juventud sacudida por el viento unamuniano, ya nada
podrá hacer que parte de mi visión del mundo y de la vida no advengan de su
aura y de su magia. La actualidad de la obra de Unamuno, su esfuerzo por encontrar la síntesis de eternidad y tiempo en la inmortalidad de un Yo quizá imposible, están expresadas con claridad por Saint John Perse, cuando decía que la tragedia del hombre contemporáneo consistía en la creciente separación de sentido entre eternidad y tiempo, algo de lo cual nadie parece verdaderamente consciente hoy. En gran medida no perder el sentido trágico de la vida pueda conducimos a reencontrar esa «paz en la guerra», que tanto buscara «nuestro señor Don Miguel de Unamuno», —puente entre eternidad y tiempo—: siempre que estemos preparados para sentir como la flecha de éste y tantos otros versos verdaderos, puedan herimos el alma:
El ángel negro el corazón me
toca
_________________ ÓSCAR PORTELA, nacido en la provincia de Corrientes (Argentina), es escritor y ensayista. Ha publicado, entre otros títulos, Senderos en el bosque; Los nuevos asilos; Memorial de Corrientes y La memoria de Láquesis.
IMÁGENES ARTÍCULO (orden descendente): Miguel de Unamuno 1925, Agence de presse Meurisse [Public domain], via Wikimedia Commons | UnamunoCatalunya, Agence de presse Mondial Photo-Presse [Public domain], via Wikimedia Commons | Unamuno-Plaza Mayor (salamanca), By Tamorlan (Own work) [CC-BY-3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by/3.0)], via Wikimedia Commons. |
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