Lectura ecocrítica de Única mirando al mar, de Fernando Contreras Castro

Yelenny Molina Jiménez

...Y así a cada paso que damos se nos recuerda que en modo alguno gobernamos la naturaleza como un conquistador a un pueblo extranjero, como alguien que se encuentra fuera de la naturaleza, sino que nosotros, seres de carne, hueso y cerebro, pertenecemos a la naturaleza y existimos en su seno, y todo nuestro dominio de ella consiste en el hecho de que poseemos sobre las demás criaturas, la ventaja de aprender sus leyes y aplicarlas en forma correcta.

(Federico Engels)

El tema sobre el cual versa el presente trabajo quiere destacar la preocupación intelectual sobre una relación probablemente tan antigua como la racionalidad humana. Se trata de la relación del hombre (vale decir, sociedad, cultura) con el medio que lo rodea (entiéndase tierra, naturaleza, entorno, ambiente, etc.), vista a través de la literatura. La Madre Naturaleza ha servido de inspiración —incluso de protagonista— a historias noveladas, poesías y pensamientos filosóficos. Desde sus inicios, las primeras manifestaciones literarias contenían numerosas referencias a la Naturaleza y muchas de estas eran de tipo mítico (mitos agrarios, mitos cosmológicos), en las que el hombre se veía como parte de un engranaje que articulaba armónicamente todo el universo.

Pero esa posición pacífica y conformista del ser humano ante el entorno se ha ido transformando considerablemente. Mediante la importante producción de bienes materiales, el hombre no sólo agota los recursos no renovables de la Madre Naturaleza, sino que además rompe, inconscientemente, cada vez más, los lazos vitales entre varios componentes de la biosfera, destruyendo de esta forma sus sistemas y canales de mantenimiento de la vida. El incesante avance de la ciencia y la técnica ha aumentado cuantiosamente el poderío de la humanidad con respecto a la naturaleza.

Aunque desde temprana época se avizoraban las nefastas consecuencias de la acción desmedida del hombre, sólo es hasta hace unas décadas atrás cuando, a través de la literatura de difusión y los medios de comunicación fundamentalmente, esos problemas dispersos se integran a un discurso común, socializándose así una determinada noción del medio ambiente. La relación que se establece entre el hombre y su entorno va conformando una escala de valores en el orden espiritual y el aspecto ambiental se erige como un cuestionamiento a los valores existentes, que a su vez son reflejo de las condiciones económicas imperantes. Desde entonces se viene valorando un proceso de configuración de una nueva forma de conciencia social: la conciencia ambiental, entendida ésta como el conjunto de concepciones, representaciones, ideas, sentimientos, inclinaciones de la sociedad o del individuo acerca de la realidad ambiental.

Este nuevo tipo de conciencia cobra vida no sólo durante la producción de bienes materiales sino que se extiende a todos los campos de acción del hombre, de ahí que la literatura se apropie también de ella y sea el género novelístico uno de sus principales exponentes. Es la novela el género literario que mayor cantidad de elementos ajenos al arte puede contener. Dentro de ella cabe casi todo: ciencia, religión, sociología, juicios estéticos. Y esta opinión coincide con el concepto que recoge Mariano Baquero (1963) sobre la permeabilidad de la novela, la cual está relacionada con los demás géneros literarios y aún con todo lo que no es ella misma, entiéndase política, sociología, religión. En su devenir histórico, esta variedad se ha comportado como un elemento activo y viviente de la sociedad, por un lado la expresa y por el otro contribuye a transformarla. En estas transformaciones juega un papel preponderante el escritor, quien conciente del lugar que ocupa en la sociedad, utiliza las armas que posee para el bienestar social.

Ante las consecuencias de una nueva era caracterizada por el industrialismo y la sociedad de consumo, surge una nueva tendencia dentro de la literatura. Los escritores, cada día más preocupados por lo que acontece a su alrededor, se dan a la tarea de denunciar los problemas a los que se está enfrentando el ser humano. Las obras adoptan un carácter crítico —y no significa esto que hasta entonces no lo sean— me refiero más bien a que se analizan con otra óptica asuntos que hasta entonces pasaban desapercibidos. Otra mirada, otro punto de vista, propiciando un espacio de reflexión y concientización respecto a las causas de la problemática ambiental contemporánea, analizadas desde la perspectiva de la historia cultural a partir de una lectura ecocrítica de los textos.

Esta interesante relación que subyace entre la Literatura y la Ecología ha dado paso al surgimiento de una corriente novedosa, que se hace nombrar ecocriticismo, quien toma una aproximación basada en la tierra y en la naturaleza para el estudio de la literatura. La ecocrítica propone convertir el entorno y la visión de la naturaleza, en una nueva categoría para el análisis de la literatura. Y por ende, que los estudiosos se preocupen, en cómo se empieza a plantear la crisis ambiental contemporánea en la Literatura, y de qué manera influencian las obras literarias y el lenguaje en la forma en que nos relacionamos con el medio ambiente.

Única mirando al mar, del costarricense Fernando Contreras Castro, es una de esas novelas que nos hacen reflexionar en torno a los problemas ambientales que se están presentando en nuestro planeta. Y no sólo se limita a esta cuestión, sino que además, es rica en denuncias sociales, políticas, religiosas y filosóficas, entre otras. El estudio de esta obra implica el análisis de sus contenidos. El eje central de la narración es la historia de amor entre Única Oconitrillo y Momboñombo Moñagallo, matizada por el inusual ambiente en el que se desarrolla el idilio así como los problemas que engendra el basurero de Río Azul, ubicado en las cercanías de la capital.

El asunto da lugar al surgimiento de varios temas tales como la ecología, la contaminación del ambiente, la marginalidad de un grupo de costarricenses, la tercera edad, la carencia de voluntad política para resolver problemas de diversa índole. Surge, además, el tema de la idiosincrasia del costarricense y cierta violencia latente que estalla en su oportunidad. Estas cuestiones y el espacio en que se desarrollan los conflictos, se convierten en una imagen de ese mundo a medida que van apareciendo y actuando los distintos personajes de la diégesis.

La novela de Fernando Contreras describe las relaciones humanas experimentadas por personas que han sido excluidas del modelo de vida impulsado por la dinámica de mercado. Todos los protagonistas son individuos que por una u otra razón han dejado de ser funcionales, competitivos o productivos de acuerdo con las exigencias del ordenamiento social vigente. Encontramos, por ejemplo, una maestra pensionada, que debido a una mísera retribución termina exiliada en el basurero buscando qué comer. Un bebé abandonado que un día cualquiera aparece en medio del basurero y es adoptado por la maestra. Un ex-celador de una biblioteca pública de sesenta y seis años, quien fue despedido y que, al fracasar en todos sus intentos de encontrar trabajo, decide suicidarse de una manera muy especial: lanzándose a un camión de basura. Y por último, un biorreciclador que un día cualquiera encuentra en medio del «mar muerto» una sotana y una Biblia, e interpreta eso como señal de misión, ejerciendo desde entonces el acompañamiento espiritual a la comunidad de buzos.

El basurero es para ellos su medio ambiente, en éste se desarrolla su cotidianidad y, en consecuencia, la reproducción de su vida. El autor sugiere que este contexto puede ser concebido como un mundo paralelo donde se gestan interacciones y vivencias que pasan desapercibidas para quienes habitamos dentro del orden. Como mundo aparte, se rige por valores éticos y estéticos contrastantes con los integrados comúnmente a nuestras subjetividades. Se puede afirmar, también, que delimita una subcultura o contracultura, según sea el lente que utilicemos para extender nuestra mirada. Sin embargo, hay algo que todos comparten: el hecho de que la vida se haga posible sólo en cuanto asuman su condición de desecho, es decir de basura humana. Entiéndase por basura, según el diccionario de la RAE: suciedad, cosa repugnante o despreciable.

En tanto basura que convive entre la basura, los personajes hacen su vida llevadera e incluso a veces satisfactoria. El basurero constituye para ellos su universo de referencia. Todo cuanto es permisible se ofrece desde aquí. Pero no porque su vida sea llevadera y satisfactoria está exenta de sufrimiento: la etiqueta de la exclusión desborda sus subjetividades, mientras miran al mundo del mercado como un anhelo frustrado. Reconocerse en condición de desecho implica pagar la factura del esfuerzo traumático que conlleva mirarse a sí mismo desde el ángulo de la repulsión.

Para los buzos no hay otra forma de subsistir si no es a través de la ruptura con el mundo convencional, el cual es percibido ajeno e inexpugnable para los habitantes del basurero. Esta escisión total con el «mundo normal» hace exclamar a Momboñombo: —¡Volver!... ¿y para qué diablos voy yo a volver?, como si necesitara algo de allá (Contreras, 1994: 89). Los inquilinos del botadero han llevado a cabo una renuncia contundente a la satisfacción de las necesidades básicas, arrastrando consigo la pérdida correspondiente de la dignidad humana, pero también se han visto forzados a renunciar, simultáneamente, a la satisfacción de las necesidades creadas por la lógica de consumo.

En el «país de los buzos» —que se refiere al basurero de Río Azul— surge un espacio, cuya imagen estética se basa en una metáfora de vastas dimensiones: «el mar de la basura». De este símbolo central se derivan muchas otras alusiones: los peces de aluminio, la gente de abordo, los marineros del basurero, las olas de basura empujadas por los tractores, las gaviotas negras, las playas del mar muerto y los hundimientos de objetos y personas. Todas estas asociaciones tienen el firme objetivo de mostrarnos un mundo altamente desagradable. Vemos como el autor nos recrea un clima intolerable a través de las descripciones que nos ofrece:

«La escuela del pueblo colindaba también con la malla, que no la protegía del hedor fétido del botadero, el cual era la atmósfera pegajosa que respiraba el pueblo entero y que respiraría para siempre aún después de clausurado el basurero, porque la sopa de los caldos añejos de toneladas de basura venía derramándose por el subsuelo desde el día de su inauguración, igual que una marea negra desbordada entre las grietas del cuerpo ulcerado de la tierra» (Contreras, 1994: 20).

Otra metáfora muy caracterizadora de ese inframundo es la del basurero como infierno; esta imagen tiene que ver con la pobreza, la miseria, la suciedad y el dolor que reinaba en aquel lugar. Un sitio inhóspito e inhabitable donde «el agua sólo resbalaba sobre el gabán negroaceitoso de los zopilotes y en todas partes se empozaba formando cientos de pequeñas lagunillas, fecundas de larvas de moscas y otros bichos» (Contreras, 1994: 47). En la representación que nos crea Fernando Contreras del basurero es notable la fauna que incluye en su registro: son las larvas, los zopilotes, las cucarachas, las moscas, los lepidópteros; en su totalidad insectos que coexisten en la podredumbre y la descomposición de las materias. En este contexto los elementos del medio ambiente que aún no han sido contaminados se manifiestan renuentes a sucumbir: «lo verde se alejaba cada día, como el bosque que camina, como si hasta los árboles se estuvieran yendo por sus propios pies de aquel osario de los derechos humanos» (Contreras, 1994: 48) Es como si la naturaleza adivinara los riesgos mortales que corría de permanecer en las precarias condiciones de aquel sitio.

Río Azul es un botadero de basura al cual llegan diariamente ochocientas toneladas de basuras de las producidas por la ciudad de San José. Allí viven muchos buzos que escarban día y noche lo que va desechando la ciudad. Recogen el material reciclable que puede ser vendido a algunas empresas y con ello consiguen algo de dinero. Pero también coleccionan la mayoría de las cosas que utilizarán ellos mismos para su diaria existencia. Allí «reciclan» todo lo que consideren de utilidad. El botadero es un «mar de desechos» y sus habitantes son «buzos» que «navegan» en él, buscando asegurar su sobrevivencia uno o varios días más.

Contrario al bello panorama que resulta la historia del idilio entre Única y Momboñombo, donde prevalece un amor puro, amen de las calamidades propias de la existencia humana, surge ante nosotros un paisaje totalmente degradado por la acción indiscriminada e inconsciente del hombre. La temática ecológica, entonces, cobra colosal fuerza ante la actitud —para nada pasiva— del creador de esta novela. Nos encontramos en un sitio donde la atmósfera se torna irrespirable debido a la podredumbre y la fetidez «que despedía la indigestión eterna de la tierra atragantada de basura» (Contreras, 1994: 23).

Basura que, podría atreverme a decir, ocupa un lugar protagónico en la diégesis en cuanto es principio de toda contaminación. La significación del concepto de basura ofrecido anteriormente encuentra resonancia, dentro de un modo de convivencia cuyo motor es el industrialismo, que intensifica y multiplica las relaciones comerciales. La basura es hija del mercantilismo. Desde que la Revolución Industrial abrió nuevos horizontes para el progreso y el capitalismo moderno, trajo consigo la simiente de la cizaña de la basura. Sobre esto es muy clara la sentencia de Momboñombo: «Siempre ha habido basura, la basura nace con el hombre...» (Contreras, 1994: 42) Y es que la materia inorgánica existe desde el mismo surgimiento de la raza humana. Su presencia denota una interferencia en el canal de comunicación entre hombre y medio ambiente.

En ocasiones, el proceso económico y el avance tecnológico en la industria acarrean serias transformaciones en nuestro entorno, tales como la disminución en la calidad del aire, agua, suelo, vida humana, así como el agotamiento del capital natural y de la biodiversidad en su conjunto. A este cambio negativo a que es sometida la naturaleza se refiere el escritor en su novela cuando pone en boca de uno de sus personajes semejante denuncia: «teníamos como más espacio y más aire puro. En las mañanas se podía levantar uno y respirar hasta reventarse [...] Pero como te digo, la tierra se fue poniendo como arcillosa; esta tierra no era así…» (Contreras, 1994: 59). Es evidente la melancolía presente en este fragmento debido a la pérdida de algo que resulta de vital importancia. A este tipo de alteración climática se expone el hombre cuando no toma en cuenta las medidas pertinentes en aras de mitigar el deterioro ambiental.

Al hablar de que la revolución científico-técnica ha agudizado la situación ecológica actual, algunos teóricos deducen la inevitabilidad de una crisis ecológica de carácter global, es decir, que amenazará en iguales proporciones a todos los países, sin importar su estructura social. Dicha crisis se atribuye exclusivamente al aumento paulatino de la producción industrial, al progreso científico-técnico y, en general, al aspecto tecnológico de las relaciones entre el hombre y la naturaleza. La técnica es la actividad humana que más directamente influye sobre el medio ambiente. Consume gran cantidad de recursos naturales, modifica el paisaje y produce muchos residuos. Al construir una carretera o un edificio, extraer petróleo o minerales, obtener metales o fabricar bienes de consumo, evitar que una plaga destruya una cosecha o propague una enfermedad, estamos alterando el entorno, cada vez con más poderío y en mayor escala.

Como resultado de la actividad económica del ser humano, el medio ambiente y, en particular, el mundo orgánico, experimentan cambios continuos: se ha reducido sustancialmente el manto vegetal del planeta; se acidifican los suelos y las aguas; los desechos de la industria, incluyendo diversas sustancias altamente tóxicas, contaminan el aire, los océanos y el suelo; debido al consumo de grandes masas de combustible mineral aumenta la concentración de ácido carbónico en la biosfera, fenómeno que puede traer aparejado el cambio del régimen térmico de la superficie terrestre. Y no sólo se ve afectado nuestro entorno, pues tales acciones pueden repercutir incluso en el propio hombre, poniendo a veces, en peligro su vida.

En el basurero, sus habitantes presentan algunos padecimientos debido a las condiciones insanas que allí hay. Por ejemplo, El Bacán tiene constantemente una tos fuerte, debido al debilitamiento de sus pulmones; mientras que Momboñombo, desde que se mudó para el botadero, padece de los bronquios y le salen sarpullidos por todas partes. Eso se debe al aire contaminado y malsano que se inhala en aquel lugar. Por otra parte, «los vecinos ya no pueden aguantar más, se les enferman los chiquitos, todo se les ensucia y se les contamina, y eso que ellos no viven aquí directamente, ahora imagínate cómo debemos andar nosotros por dentro… ¡te imaginás si nos sacaran una radiografía…!, seguro saldrían puros zopilotes todos encandilados con los rayos x» (Contreras, 1994: 129-130).

Y si a todo esto le sumamos la irresponsabilidad de las acciones humanas, no habrá como detener una futura catástrofe. «Lo que pasa es que ahora a la gente le ha crecido la capacidad de producir desperdicios […] no es posible que se boten las cantidades de basura que bota este país tan pobre […] ¡ochocientas toneladas diarias!» (Contreras, 1994: 42). Esta escandalosa cifra es motivo de asombro, tal como lo plantea uno de los personajes. A veces la raíz del problema está en nuestro proceder y la solución sólo en nuestras manos. No podemos culpar solamente a la nueva era tecnológica con sus grandes adelantos, el hombre con su actuar desmedido e inconsciente también tiene su cuota de culpabilidad.

A estos hábitos negativos hace alusión en su obra Contreras Castro, donde se nos narra detalladamente el estado deplorable de sus principales redes hidrográficas, ríos y quebradas, pues todo «tipo de desechos iban a parar a ellos sin reparo alguno: llantas de autos, la mierda de todos, las mieles del café de las industrias cafetaleras que significan el sesenta por ciento de la contaminación fluvial, los desechos químicos…» (Contreras, 1994: 115). Tal actitud es calificable de vergonzosa y desagradecida, teniendo en cuenta que la Madre Naturaleza nos abastece de todo sin exigir nada a cambio; lo menos que podemos hacer es retribuirle su bondad mediante un trato respetuoso y conservador, el cual es posible adquirir a través del cultivo de una cultura medioambiental.

Se ha hecho evidente en la actualidad que el género humano no puede, ni debe, hacer valer su inmenso poder para intervenir irreflexivamente en la naturaleza, transformándola de raíz, sin tener presente las posibles consecuencias negativas de su actividad económica. Tal percepción es la que nos desea trasmitir el autor a través de una profunda reflexión de su novela. Sus personajes representan la escala más ínfima del género humano. Su condición de «olvidados por la sociedad» empeora con las circunstancias del escenario en que se desarrollan. Ya sabemos que viven en un basurero, adonde van a parar todos los desechos de la ciudad de San José. Uno de los personajes principales de la diégesis se queda asombrado de la cantidad de basura que llega diariamente al botadero y del contenido de la misma: «Yo me pongo a ver qué es lo que bota la gente. [...], todo eso que brilla como limadura de sol [...], todo eso es puro aluminio, el de las latas de cervezas nacionales y extranjeras, los paquetes de sopa, los paquetes de cigarro, todo viene en aluminio ahora, y en paquetes en inglés, y todo se bota en bolsas plásticas que no se pueden deshacer…» (Contreras, 1994: 43).

Todos estos residuos son los que componen la atmósfera fétida y degradante del botadero. De ahí que ante un posible cambio de ciudad, las futuras candidatas rechacen firmemente tal proposición. Nadie quiere tener en sus periferias un espacio para la contaminación que atente contra la calidad de vida de sus ciudadanos, es por ello que muchos opinan de esta forma: …«¿A cuenta de qué tenemos los esparzanos que tragarnos la basura de San José y Cartago?, si ya tenemos suficiente con el mar, que lo tienen hecho un basurero al pobre…» (Contreras, 1994: 110).

El desarrollo industrial es algo inherente a la evolución humana y múltiples son las ganancias que nos ha legado este proceso. Pero al mismo tiempo se nos muestra su cara negativa. Simplemente observando en nuestro entorno podemos detectar cambios profundos en el medio que nos rodea. Densos bosques que hace pocas décadas eran recorridos por ríos y arroyos y estaban poblados de animales, son hoy yermas montañas que se transforman en desierto a velocidad vertiginosa. Especies que convivían con nosotros, han emigrado a otro lugar o simplemente han desaparecido. Pueblos que no pueden beber de sus aguas por la contaminación de sus acuíferos derivada del uso abusivo de agroquímicos. Si prestamos atención a los datos que nos suministran los medios de comunicación, la dimensión del problema se acentúa: destrucción de la protectora capa de ozono, cambio climático, peligrosa contaminación de la atmósfera y de los mares, accidentes nucleares de consecuencias apocalípticas y un incremento alarmante de enfermedades degenerativas y otras de origen desconocido.

De igual forma acontece en la novela, debido a la actitud inconsecuente de aquellos que tenían la responsabilidad de elegir el terreno que se convertiría en el nuevo botadero. Ignoraron una serie de factores de orden ambiental y su selección fue sellada fríamente con la redacción de un informe. Cuyo informe nada decía sobre los futuros agravamientos que traería como consecuencia la negligencia de algunos: «así como tampoco decía nada de la virtual contaminación del estero Mero y la consecuente pérdida de UN MILLÓN DE METROS CUADRADOS DE BOSQUE DE MANGLAR, [...] Ni mencionaba tampoco nada de la naturaleza permeable del suelo, ni del pequeño detalle de que cavando un metro, comenzara ya a sentirse la presencia de las aguas subterráneas, ni que el suelo mismo era agrietado, como preludiando ya la ulcera que significaría un relleno en él» (Contreras, 1994: 147).

Es por ello que se torna imprescindible el surgimiento de una nueva conciencia, de tipo ambiental, donde el hombre sea capaz de reconocer las nefastas consecuencias de su proceder y dirija sus acciones a fomentar el cuidado y la preservación de los elementos naturales. Ello implica conciencia, sensibilidad, responsabilidad, cambios de actitudes y políticas ciudadanas, aspectos éticos, culturales y religiosos, así como patrones de consumo y estilos de vida diferentes. Requiere, además, la optimización de los recursos, el uso adecuado de la capacidad de carga de los ecosistemas, el desarrollo evidentemente racional, el respeto a la biodiversidad, a la geodiversidad y a la sociodiversidad. Y sobre todo, darle una concepción diferente al medio ambiente. Ya no se trata de ese medio ambiente estático, sino del entorno del hombre, donde la sociedad tiene el papel fundamental, porque el individuo debe potenciar la explotación de los recursos de manera racional, por el propio bien de la existencia humana. Este es el mensaje que nos quiere trasmitir Fernando Contreras con su obra. La novela no es más que un llamado a la reflexión en pos de atenuar el impacto negativo sobre el medio de algunas actividades humanas.

La historia que nos cuenta la obra no escapa a lo dicho por Gabriel García Márquez acerca de sus novelas: que la realidad supera a todas ellas en imaginación. Única mirando al mar no es en dramaticidad y podredumbre ni la sombra de lo vivido a diario en muchas de nuestras ciudades. Su basurero es un jardín de flores comparado con el paisaje cotidiano de las periferias capitalinas de muchas de nuestras grandes urbes.

El ambiente reflejado en Única mirando al mar, del escritor costarricense Fernando Contreras Castro, responde a una realidad donde la existencia del individuo se ve amenazada por la contaminación latente en el medio en que convive. No se trata de un paisaje extraído de la imaginación de un escritor, sino de un entorno degradado por la acción desmedida del hombre; el cual, influenciado por las relaciones de producción establecidas y las condiciones infrahumanas de su hábitat, propician la marginación de un sector de la sociedad. Las características degradantes del entorno son empleadas por el autor para criticar la actuación irreflexiva del hombre para con la naturaleza, que pone en peligro su propia existencia. Tengamos siempre presente que la preservación del entorno depende de nuestras acciones colectivas y el medio ambiente de mañana de nuestras acciones de hoy.



Citas Bibliográficas

- Baquero, Mariano. 1963. Proceso de la novela actual. Ediciones Rialp, S.A., Madrid.
- Contreras Castro, Fernando. 1994. Única mirando al mar. Ediciones FARBEN, San José.


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Yelenny Molina Jiménez. En el 2005 obtuvo el título de Licenciada en Letras en la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba. Ingresó al Instituto Superior Minero Metalúrgico de Moa en septiembre de ese mismo año, donde se encuentra laborando en la actualidad. Como parte de su adiestramiento, pasó un postgrado de Inglés Básico y de Pedagogía, obteniendo buenos resultados. Se desempeñó como profesora de Literatura Cubana e impartió clases de Gramática española en la Sede Universitaria.

Fue seleccionada para permanecer durante 8 meses en la Escuela de Trabajadores Sociales de Holguín, donde funcionaba como profesora guía e impartía Lengua y Literatura. Una vez finalizada la misión se reincorporó a su centro de trabajo, desempeñándo como profesora de Apreciación Literaria, Cultura cubana III y continuó impartiendo Literatura Cubana. Cursó el diplomado Ecología humana y Educación ambiental desde la perspectiva literaria que impartió la Dra. Elsa Montoya en la Universidad de Oriente en enero de 2007.

En enero de 2008 cambió de categoría docente, pasando a ser Profesora Instructora. En la actualidad se desempeña, además, como tutora de una estudiante de quinto año de Estudios Socioculturales, imparte clases de Cultura Latinoamericana I y II y Taller de Sociolingüística e imparte y realiza trabajo metodológico en la asignatura Apreciación literaria.

Contactar con la autora: ymolina [at] ismm.edu.cu

* Ilustración artículo: Fotografía por Pedro M. Martínez ©


▫ Artículo publicado en Revista Almiar, n. º 40, junio-julio de 2008. Reeditado en agosto de 2019.

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