Sobreviviente del infierno verde
Javier Claure C.
Arturo Montalvo pasó su niñez y adolescencia en los centros mineros de Catavi, Llallagua y Siglo XX (Bolivia). Su primer idioma fue el quechua y dice haber descubierto secretos de la naturaleza cuando, de niño, jugaba en los socavones de su pueblo. Fue precisamente en esos lugares, en los que el proletariado minero boliviano, muchas veces, llevaba a cabo sus asambleas en locales clandestinos con el propósito de reivindicar sus derechos y conquistas sociales. No sin motivo solían enfrentarse contra las fuerzas represivas del Estado. En la madrugada del 24 de junio de 1967, mientras los trabajadores mineros festejaban la noche de San Juan, fracciones del Ejército Ranger atacaron el campamento minero de Siglo XX. Su principal pretexto fue erradicar un foco guerrillero que, según el Ejército y la CIA, operaba en ese sector. Muchos mineros perdieron la vida y Siglo XX se convirtió en una zona militar. El Gral. René Barrientos Ortuño, entonces Jefe del Ejército, fue responsable de esta masacre, conocida como la masacre de San Juan.
Con tan sólo diez años, Montalvo, fue espectador de la Revolución del '52. Dirigentes sindicales como Federico Escobar, Juan Lechín y otros líderes mineros y campesinos fueron un ejemplo a seguir, comenta con entusiasmo. Las injusticias sociales y el maltrato a la población en esos sectores marcaron profundamente sus convicciones ideológicas. Fue dirigente de los mineros y campesinos (laimes y jukumanis) del norte de Potosí. Además, fue declarado hijo predilecto de Uncía (un pueblo de Potosí).
Comenzó su carrera militar en los años '60 y confiesa que el ser militar, según su apreciación, era una forma de encarar su patriotismo por el país que lo vio nacer. Era una manera de luchar y defender al pueblo, no de reprimirlo; declara.
Después de haberse recibido del colegio militar, perteneció a un grupo de oficiales progresistas que actuaban bajo el nombre «Legión de honor». Criticó duramente al dictador, que colaboró con el Plan Cóndor, Hugo Banzer Suárez, por tener una conducta en contra del pueblo. Trabajó en el gobierno de René Barrientos, Alfredo Ovando y Juan José Torres. Se declaró ser un capitán reformista en pro de su pueblo. Finalmente, fue arrestado por ordenes de Banzer y deportado a una prisión en la selva amazónica de Alto Madidi (Bolivia).
Después de permanecer en ese infierno verde por mucho tiempo, dirigió a un grupo de prisioneros y, con armas en las manos, asaltaron un avión militar Douglas C-47, para fugarse. Los titulares de los diarios, durante la dictadura de Banzer, anunciaban la noticia: «Fugaron confinados de Alto Madidi en aeronave de las Fuerzas Armadas de Bolivia» (Hoy, periódico de la mañana); «16 confinados fugaron de Alto Madidi a Puno secuestrando un avión» (Presencia, 3 de noviembre de 1971); «Fugitivos de Alto Madidi fueron conducidos a Arica» (Última Hora).
Montalvo
vive en Estocolmo más de 30 años. Además, es un artista que, a pesar de muchos
trabajos en su haber, se aísla de la fama. Ha patentado una técnica para trabajar
con vitrales y ya tiene difusión internacional, pero ese no es el tema de
nuestra conversación. Su vida está llena de anécdotas y ha mantenido, durante
décadas, algunos secretos que hoy piensa revelarlos en esta entrevista:
Javier Claure: Cuando René Barrientos estaba en el poder, solicitaste
una baja indefinida ¿Por qué?
Arturo Montalvo: Cuando Barrientos tomó la presidencia, me nombró secretario
privado del Ministerio de Gobierno. El Ministro del Interior de aquella época
era Quiroga, un militar de la aviación. Con el correr del tiempo fue sustituido
por Antonio Arguedas Mendieta, también un mecánico de la aviación, fiel a
los principios de Barrientos. Este señor era alpinista y fue él quien ocultó,
en las alturas del altiplano boliviano, las manos del Che. Después de un tiempo,
escapó a Cuba para entregar a Fidel esas manos luchadoras por la justicia,
tan requeridas por la CIA. Cuando Arguedas se fue a Cuba, pedí mi baja de
ese cargo porque, entre otras cosas, debía dedicarme a tareas de carácter
represivo y policial. Y yo no perseguía ese objetivo. Más bien me dediqué
a mis actividades artísticas. Me adjudiqué un contrato, de 1.500 dólares,
con la gerencia de administración de aeropuertos de Bolivia (Assanna). Y durante
un año de trabajo pinté algunos cuadros de tipo tiwanacota en la torre de
control del Aeropuerto Internacional El Alto (La Paz, Bolivia).
J.C: ¿ Y ya no te incorporaste más al Ejército?
A.M: Bueno, después de un tiempo Barrientos reclamó mi presencia y
me citó a su casa. Era un día sábado, me acuerdo muy bien. Me reprimió por
haber abandonado el Ejército. En esos momentos hizo una llamada telefónica
a su edecán, David Fernández, para comunicarle que el día lunes Montalvo se
presentará en el Palacio de Gobierno y será nombrado el nuevo edecán. Entonces
nuevamente retomé mi carrera militar.
A manera de anécdota, te cuento que Barrientos fue mi padrino de matrimonio, pero no pudo estar presente en la ceremonia por motivos de viaje. Arguedas estuvo en su lugar.
Una vez
tenía que viajar a Panamá, por ordenes de Barrientos, y encargar un avión
repleto de regalos para las Fuerzas Armadas. Este hecho lamentablemente no
se llegó a cumplir, ya que Barrientos murió en un accidente aéreo.
J.C: ¿Y qué pasó después de la muerte de Barrientos?
A.M: Todos sabemos que la muerte de Barrientos sacudió a las Fuerzas
Armadas desde sus cimientos, y cambió las estructuras dentro del Ejército.
Gracias a él existía una cierta unidad en los ánimos castrenses. Barrientos
era considerado una especie de líder de los campesinos.
J.C: ¿Quiénes conformaban parte del grupo «Legión de honor»?
A.M: Éramos un grupo de 9 oficiales con ideas de izquierda. Luchábamos
por una Bolivia independiente y libre de ideologías extranjeras. El General
Hugo Banzer Suárez perteneció también a esta Legión, y juró fidelidad ante
Ovando y Barrientos. Sin embargo, Banzer traicionó este juramento causando
un baño de sangre en Bolivia, con la ayuda de Videla y la CIA, durante el
golpe de Estado del '71. Pero también es cierto que dentro del Ejército habían
oficiales progresistas y oficiales que se oponían a toda conquista social.
Esto se puso en evidencia, inmediatamente después de la muerte de Barrientos.
Entonces ahí los traicioneros se quitaron la máscara. En lo que concierne
a mi persona, jamás abandoné a los principios de la «Legión de honor».
J.C: Me conversabas en una ocasión que eras edecán del presidente Alfredo
Ovando Candia. ¿Podrías contarme algo de esa época?
A.M: Sí, claro, fui edecán de Ovando, pero también era el secretario
privado de su esposa Elsa Omiste. Ella había fundado una organización de nombre
«CONAME» para beneficios sociales y trabajábamos juntos.
Yo siempre
era honesto a los principios progresistas de la Patria, pero habían oficiales
que no me podían ver al lado de Ovando. El día que se presentaron los rumores
del golpe de Estado, encabezado por Hugo Banzer y el comandante del Ejército
Rogelio Miranda, estábamos reunidos en la casa de Ovando. El general nos había
convocado a una reunión de suma importancia. En esa asamblea se encontraban
los ministros de su gabinete y algunos oficiales más cercanos a Ovando. Ese
mismo día sobrevolaban, por el cielo, aviones de guerra comprometidos con
Banzer. El propósito de esas amenazas era, naturalmente, la dimisión de Ovando.
Ahí estábamos conversando cómo hacer frente a semejante intimidación, pero
Ovando nos sorprendió con una actitud bastante débil y poco coherente. Nos
manifestó que había decidido dejar el poder. Todos quedamos sorprendidos y
confusos. En ese momento, le suplicamos que debiéramos hacer resistencia,
pero él sentía temor. Su forma de obrar era demasiado pasiva y conformista.
Mientras los aviones hacían, cada vez más, demostraciones de fuerza sobre
la casa de Ovando, el general se ponía más nervioso. Al mismo tiempo, las
llamadas telefónicas de Banzer, lo conminaban a dejar el poder. La situación
iba de mal en peor, lo que ocasionó el malestar físico de Ovando.
J.C: ¿Cuál fue tu reacción al ver que Ovando no quería la resistencia?
A.M: Bueno, cuando Banzer dio el ultimátum a Ovando para que deje el
poder, yo levanté la mano y pedí que se me otorgue la oportunidad de mediar
ante Banzer. Le pedí al General Ovando que se me diera la orden para dirigirme,
en nombre de su gobierno, a la casa donde se encontraba Banzer. La misión
era tomarlo preso y hacer que sus soldados amotinados vuelvan a sus bases.
Sabía que esta tarea era casi imposible, pero yo bebía intentarlo a cualquier
precio. Estaba consciente de que debía tomar decisiones drásticas, si el caso
así lo exigía, incluso sacrificar mi vida.
J.C: ¿Y cómo fue el encuentro con Banzer?
A.M: El capitán de la Policía, Carlos Fernández, y yo fuimos los encargados
de esta difícil tarea. Llamé al Ministerio del Interior, por teléfono, y lo
único que pedí era un periodista para que nos acompañe y escriba, tal vez,
una trágica historia, en la ya trágica historia de Bolivia. Y así nos dirigimos
al lugar donde se había atrincherado Banzer, con mucha seguridad y a buen
recaudo. Me presenté en nombre del General Ovando, por medio de uno de sus
guardias, pero me negaron rotundamente la entrada al recinto. Indicaron que
nada se tenía que hablar y que mi presencia estaba de más. Desde ese instante
Banzer jamás olvidó mi nombre. Así que tuve que volver a la casa de Ovando
con esta mala noticia.
J.C: ¿Y qué pasó al final?
A.M: Cuando entré a la casa de Ovando, su propio jefe de seguridad,
Luis Arce Gómez, y los otros ministros presentes en la reunión lo habían abandonado
totalmente. Después se supo que Luis Arce Gómez estaba comprometido con el
supuesto golpe de Estado. Entonces no me quedaba otra cosa que tomar las responsabilidades
que aquel momento exigía. Me hice cargo de Ovando y su familia. Ordené la
retirada y puse en una maleta algunas de sus pertenencias más necesarias.
Los subí a una movilidad y, cuando todos estaban sentados, tuve la impresión
de que quizá no alcanzaríamos al lugar deseado. Pensé entonces en el lugar
más cercano: la Embajada de México. Antes de partir di la última mirada a
la casa que quedaba completamente abandonada. Ni siquiera cerré las puertas
con llave. Y partimos rumbo al recinto diplomático. Cuando los vi dentro de
la embajada, me sentí aliviado. Ovando me preguntó: ¿Por qué tú no ingresas?
Le contesté que la misión no estaba cumplida y que debía quedarme en Bolivia
para hacer resistencia al golpe. Aunque a decir verdad, no se veían posibilidades
para hacerlo. De todas maneras, no quise asilarme y nuevamente volví a la
casa de Ovando. Entré al living y me puse a pensar. Estaba totalmente solo
y desesperado sin saber qué hacer. Después de un momento, se me ocurrió llamar
a la casa del General Juan José Torres, a quien lo habían marginado por sus
ideas progresistas de izquierda.
J.C: ¿Y lograste algún contacto con él?
A.M: Sí, él me contestó y me invitó a su casa para conversar. Apenas
llegué me sirvió una taza de café, pero le rechacé, alegando que no había
tiempo. Pensó que estaba bromeando. Y enseguida le expliqué la grave situación
que el país estaba atravesando. Le dije que acababa de trasladarlo a Ovando
y su familia a la Embajada de México. Y que precisamente en ese momento Bolivia
no tenía presidente y, por lo tanto, debiera hacerse cargo del país. Era nuestro
deber y obligación hacer resistencia al golpe. Después de una larga conversación,
Torres aceptó mi propuesta: «hacer la resistencia». Nos pusimos en contacto
con el Mayor Cejas que era el comandante de una unidad de artillería ubicada
no muy lejos de la ciudad de El Alto. Sabíamos que este mayor era leal a las
ideas de izquierda. Y así empezamos hacer la resistencia desde el aeropuerto
de la base militar en El Alto.
Un grupo reducido de la Fuerza Aérea se unió a nuestra lucha. Pero tuvimos temor de que, por la noche, los golpistas nos atacarán con un número mayor de hombres. Sin embargo, hicimos la resistencia. Aunque hubo un par de oficiales que se daban por vencidos de antemano. Jorge Gallardo fue uno de ellos. Tenía espasmos nerviosos y no quería separarse de mí, me decía que debíamos abandonar porque todo estaba perdido. El miedo se apoderó de él, y yo le dije que se marchara.
Finalmente
logramos tomar contacto con el sindicato de transporte y otros sindicatos.
Se declaró una huelga general donde se paralizó toda Bolivia. Y Banzer no
tuvo otro remedio que abandonar el país. Había fracasado el golpe de Estado.
Nosotros triunfamos la lucha sin un solo muerto. Y después del triunfo, el
General Torres acompañado de algunos dirigentes sindicales, el capitán Banegas
que manejaba el coche y todos los que habíamos hecho resistencia, ingresábamos
al Palacio Presidencial aplaudidos por las multitudes. Al día siguiente Torres
fue proclamado presidente de Bolivia.
J.C: ¿Algunos problemas después de la proclamación?
A.M: Sí, horas después de la posesión de Torres, las radio patrullas
me notificaron que una mobilidad se dirigía, a toda velocidad, hacia El Alto
y que adentro se encontraba el General Ovando. Me quedé confundido, era impensable
ya que lo había dejado a él, y su familia, en la Embajada de México.
Inmediatamente pensé que se trataba de un secuestro. Por la urgencia que requería el caso, no tuve tiempo de dar ordenes a nadie. Tomé mi propia mobilidad y me di a la fuga en busca de ese extraño coche que causaba sospechas de toda índole. Logré dar alcance a la mobilidad exponiendo mi seguridad. El coche paró y, para mi asombro, ahí estaba sentado Ovando. Lo saludé, y me contestó que todo marchaba bien. Me sorprendió mucho ver a ciertos oficiales del ejército junto a Ovando. Precisamente esos oficiales lo habían abandonado en los momentos más cruciales, pero el oportunismo se hacía sentir fuerte. Cuando las turbulentas aguas se calmaron pedían a gritos, sin ningún fundamento, que Ovando vuelva al poder.
Estos trajines siguieron su curso sin éxito, ya que Torres habló con Ovando para persuadir sus actos malintencionados. El General Ovando había perdido el poder por su propia inseguridad y cobardía de hacer resistencia a las tropas de Banzer.
Yo portaba
una arma automática aquel día. Esto me causó, posteriormente, grandes problemas.
Me acusaron que estaba detrás de Ovando para matarlo. Ese fue el mal pago
que recibí por mi lealtad a la Patria.
J.C: ¿Qué cargo ocupabas en el gobierno de Torres?
A.M: Durante el período de Torres, trabajé tres meses como Ministro
del Interior, hasta que su gobierno se organizara. Fui nombrado directamente
por Torres en el momento que nos hicimos cargo del gobierno. Por aquel entonces
yo tenía solamente 26 años y sentí, en mis adentros, que ese cargo era mucho
para mí. Entonces lo llevé a Jorge Gallardo como mi asistente, pero él quería
algo más. Por insistencia de Gallardo, hablé con cierta gente para que se
hiciera cargo del Ministerio (un grave error ), y posteriormente fue nombrado
Ministro del Interior. Yo pasé a la sección administrativa que tenía que ver
con los fondos del Estado. Lo que más me sorprendió es que Gallardo se volvió
rico de la noche a la mañana. Hacía gastos desmedidos. Yo como subalterno
de él, debía depositar en su oficina, la cantidad de dinero que él pedía.
Esta conducta ilícita me indignó, le llamé la atención severamente. No quise
formar parte de esa corrupción y, en medio de muchas discusiones, decidí renunciar
a todos los cargos que me ofrecían.
J.C: ¿Por qué renunciaste a esos cargos, siendo así que tú luchaste
para que Torres suba al poder?
A.M: Parece paradójico, ¿verdad? Pero una de las principales causas fue los desfalcos que se cometían en el Ministerio. Además, Jorge Gallardo junto a su hermano estaban planificando un golpe de Estado contra Torres. Me quisieron involucrar en ese acto inmoral de traición y, lógicamente, ese proceder no formaba parte de mis principios. Torres, a su vez, no me escuchó las prevenciones que yo le transmitía acerca de este golpe de Estado y de los robos. Él siempre comentaba: «No debemos desconfiar de nuestros propios hombres». Esta ingenuidad de Torres me desconcertó, y entonces se frustraron mis ideales de justicia y lealtad a la Patria. Pues no tuve más remedio que dejar mis actividades dentro el gobierno.
Sin embargo,
tuve el honor de acompañarlo a Torres hasta el Palacio de Gobierno. Y no me
arrepiento, porque pertenecía a los oficiales progresistas. Su error fue,
no dar crédito a mis palabras de advertencia. Antes de retirarme de su gobierno,
le di mis gracias haciendo el saludo no con la mano militar, sino con un apretón
de manos.
J.C: ¿ A qué te dedicabas después de haber renunciado a todos esos
cargos?
A.M: Como te conté anteriormente, no quería salir del país. Cuando
me sentí libre de todos los cargos en el gobierno de Torres, me dediqué, entre
otras cosas, a uno de mis hobbys: a participar en carreras de autos. De esa
manera desafié a todo el mundo con mi presencia. Banzer se había refugiado
en Argentina después de su fracasado golpe de Estado, pero conspiraba desde
allí para un segundo golpe con la ayuda de militares de ese país. Cuando tomó
el poder, dio ordenes para mi apresamiento.
J.C: ¿O sea que Banzer tenía la mirada puesta en tu persona?
A.M: Por supuesto, tenía muchas razones para hacerlo. Yo lo califiqué
como traidor, mucho antes que diera el golpe a Ovando. Su comportamiento no
fue otra cosa que una traición a los principios patrióticos que él también
demostraba, en ciertas ocasiones, ante los oficiales progresistas. Aunque
siempre desconfiábamos de su lealtad. Era ególatra, no estaba contento con
sus propias medidas y nos decía que había recibido una formación especial
contraria a la nuestra. Siempre hablaba de sus antepasados aristócratas y
nunca mostraba buena cara ante las medidas sociales en pro de la clase desposeída.
Muchas veces le siguieron sus falsos pasos. Recuerdo que Ovando lo llamó, una vez, para que rinda cuentas de reuniones informales con ciertos oficiales, de los que también dudábamos de su lealtad. Banzer respondía dando respuestas satisfactorias y continuamente lo visitaba a Ovando para despejar dudas. Yo criticaba esa su actitud hipócrita. Lo llamábamos «buscapegas» y traidor a los principios que habíamos planteado los oficiales progresistas: «Las Fuerzas Armadas deberían actuar en favor del pueblo».
Luego vino
su primer intento de golpe de Estado, en el que fui intermediario entre Ovando
y Banzer. No me recibió en su casa, pero mi nombre se lo había grabado en
mente de por vida. Se me acusó que estaba detrás de él para matarlo. Un tremendo
error de él y su familia. Como miembro de la «Legión de honor», mi tarea no
era matar a nadie. Además, se inventó que había viajado a Buenos Aires para
liquidarlo cuando él vivía allí. Tomando en cuenta todos estos aspectos, pues
yo era, según Banzer, el enemigo número uno y ordenó mi apresamiento.
J.C: ¿Y cómo fue tu apresamiento?
A.M: Una verdadera odisea. Me pusieron en una celda fría. No tenía
derecho a tomar agua y menos a comida. Pero gracias a mis compañeros presos,
recibía algo de comida por un espacio que los presos mismos se ingeniaron.
Me encontraba mal de salud, me dio una terrible pulmonía. Los demás presos
se dieron cuenta que padecía de este mal y me sacaban al patio clandestinamente.
Hacían un círculo humano y yo, en el centro, me tendía sobre la tierra para
tomar sol. De esta manera fui recuperando, poco a poco, gracias a esa solidaridad
y, pues, esto me daba fuerzas para seguir luchando.
Un pasaje
que siempre recuerdo; es cuando el hijo de Banzer vino a la cárcel para agredirme.
Gritaba a voz en cuello: «... que lo saquen a ese carajo de Montalvo que quería
matar a mi padre. Quiero ver su cara». Vinieron los guardias, me sacaron de
mi celda y me pusieron frente a él, pero a buena distancia. Estaba rodeado
de carabineros y seguía gritando: «... ahora te tengo en mis manos», se acercó
para maltratarme con una mirada de odio. En ese momento, los 500 presos políticos
dieron unos pasos adelante para ir a su encuentro. El agresor se sintió entonces
humillado e impotente de tomarme en sus manos. Finalmente, viendo esa avalancha
de gente, se dio la vuelta y asustado siguió sus pasos hacia la calle. Pero
tuvo el valor de gritar: «te haré podrir en la cárcel».
J.C: ¿Y cuánto tiempo estuviste en la cárcel?
A.M: Pues al día siguiente del altercado con el hijo de Banzer, a eso
de las tres de la mañana escuché mi nombre. Un guardia vino a mi celda y me
pidió, en voz alta, que recogiera mis pertenencias. Los otros presos se despertaron,
pero no pudieron detener mi partida. Me desearon suerte y repetían que debía
ser fuerte. En esos instantes, presentía lo peor. Estaba dispuesto a todo,
inclusive a la muerte. Me llevaron en un jeep militar a toda velocidad hacia
el aeropuerto El Alto. Luego me embarcaron en un avión de transporte. No sabía
el destino. Ahí empezó una tortura psicológica. Contaba los minutos que me
quedaban de vida. De repente, me di cuenta que había otra persona más en el
avión, también en calidad de preso. Era el médico del Che Guevara, el doctor
Higueras. Cuando lo vi a este señor, sentí un apoyo moral que se convirtió
en una luz de fuerza y alegría. Éramos dos en la batalla. Luego de un par
de horas de vuelo, el avión descendió en una parte de la selva amazónica.
J.C: ¿Qué pensaste en esos momentos?
A.M: Cuando descendió el avión, divisé a lo lejos que otros presos
políticos alzaban los brazos dándonos la bienvenida. Posteriormente nos enteramos
que el lugar en el que habíamos aterrizado se llama Alto Madidi. Era una selva
infernal donde el calor y los mosquitos nos atacaban todo el tiempo. Banzer
decidió eliminarme de la manera más disimulada enviándome a ese campo de concentración.
Así podía culparle a la selva de mi destino y quedar libre de culpa. Nunca
se supo de la cantidad de muertos que se enterraron en el cementerio de Alto
Madidi.
J.C: ¿ A qué te dedicabas en Alto Madidi?
A.M: Desde que puse mis pies en ese campo de concentración, pensaba
solamente en la fuga. Pero, ¿cómo realizar esta fuga? Esa era la pregunta
de cada día. El primer obstáculo era la gente con diferencias ideológicas
irreconciliables. Entonces empecé a elaborar mentalmente un esquema que pudiera
unirnos. La consigna era «libertad o muerte», nada de conversaciones políticas.
Y así comandé a un grupo de 16 jóvenes dispuestos a morir. Estábamos conscientes
que no teníamos mucho que ganar, pero nuestra misión era seguir adelante pase
lo que pase. Entonces empezamos con un entrenamiento militar intensivo.
J.C: ¿ Existe algún libro o documento que relata la vida de los presos
en Madidi?
A.M: Sí, por supuesto. Hay un libro de Lucho Mazone y me parece que
su relato es lo más correcto. Aunque mis apreciaciones tienen otro ángulo
de vista. En cambio, el libro que escribió Jorge Gallardo es una calamidad
y lleno de falsedades. En la primera hoja del libro, me di cuenta que va por
muy mal camino.
J.C: ¿ Lo llegaste a conocer a Luis Arce Gómez?
A.M: Sí, lo conocí en el Colegio Militar cuando estudiaba. Luego se
recibió de oficial, pero por alguna causa fue dado de baja. Extrañamente tenía
entrada a esa casa de estudios. Se dedicaba a sacar fotos a los cadetes y
ganaba algún dinero vendiendo retratos.
Tuvo una controvertida carrera militar. A pesar de ciertas adversidades en su contra, lo vi nuevamente de uniforme ocupando el cargo de jefe de seguridad de Ovando. Me extrañó muchísimo. Se dice que Ovando lo llevó a ese cargo, porque su padre, Lucho Arce, era un viejo militar muy amigo de Ovando.
Hoy en día
sabemos que Luis Arce Gómez ha estado en la cárcel de Estados Unidos por delitos
de narcotráfico y ahora está cumpliendo otra pena en el penal de Chonchocoro
(Bolivia).
J.C: Finalmente, ¿cómo ha sido tu vida en exilio durante estos últimos
30 años?
A.M: Primero que nada, te diré que nunca pude volver a Bolivia por la
permanente amenaza de Banzer. Él decía amnistía para todos, menos para Montalvo.
Así que tuve que esperar hasta que muera para visitar Bolivia.
Hicieron desaparecer todos los documentos de mi carrera militar. Hoy no existo, ni siquiera, en los registros de cocina de las Fuerzas Armadas, pero tengo la satisfacción de haber trabajado honestamente por Bolivia. Y esto pueden atestiguar aquellas personas, con un sentido cabal, que estaban cerca de mí durante el gobierno de Torres.
Cuando llegué a Suecia, como exiliado, era un país con muchas ventajas y, claro, había que prepararse. Trabajé en la televisión sueca y en un Instituto para el Desarrollo Técnico, llamado NUTEK.
En cuanto a mi carrera artística se refiere, creo que he logrado algunas cosas que me están dando mucha satisfacción, pero vuelvo a recalcarte gracias a un tenaz esfuerzo y mucho trabajo. De lo que me siento orgulloso, es de haber patentado una técnica para trabajar con vitrales y ya tiene alcance internacional. Así que, como verás, he echado raíces en este país pero, a pesar de los años, no me olvido de mi patria Bolivia.
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Javier Claure Covarrubias nació
en Oruro, Bolivia, en 1961. Es miembro del Pen-Club Internacional, de la Unión
Nacional de Poetas y Escritores de Oruro (UNPE) y de la Sociedad de Escritores
Suecos. Ejerce el periodismo cultural. Tiene poemas y artículos dispersos
en publicaciones de Suecia y Bolivia. Fue uno de los organizadores del Primer
Encuentro de Poetas y Narradores Bolivianos en Europa (Estocolmo, 1991). Ha
estudiado matemáticas e informática en la universidad de Estocolmo y de Uppsala.
Además, es egresado de Pedagogía en Matemáticas de la Universidad de Estocolmo.
Formó parte de la redacción de las revistas literarias
Contraluz y
Noche literaria. Algunos de sus poemas han sido seleccionados para
las siguientes antologías: El libro de todos (1999),
La poesía en
Oruro (2005) y
Poesía boliviana en Suecia (2005).
Ha publicado Preámbulos y ausencias (2004) y
Con el fuego en la
palabra (2006).
javcla [at] yahoo.se
IMÁGENES:
- Fotografía cabecera: Montalvo; Arturo Montalvo es el cuarto de izquierda
a derecha con un bolso (fila parados); remitida por el autor de la entrevista.
- En el artículo (orden descendente): El General Alfredo Ovando Candía. (Alfredo
Ovando, [Public domain], via Wikimedia Commons) | El General Juan
José Torres (Juan
José Torres, By Eduardo Forte [Public domain], via Wikimedia Commons.
📰 Artículo publicado en Revista Almiar, n.º 53, julio-agosto de 2010. Página reeditada en agosto de 2019.