Con permiso del profesor


por Luis A. Henríquez Lorenzo

No cesan de ser noticia, con creciente frecuencia además, en todos los medios de comunicación social —los «más tradicionales» (radio, televisión y prensa) al igual que Internet—, casos de contumaz desobediencia e indisciplina en las aulas, protagonizados por alumnos casi siempre de Secundaria: adolescentes y jóvenes apenas en, cada vez, ya digo, más intensa y extensamente frecuente actitud de «insubordinación» y desafío.

Tanto, que ya aparece como un lugar común el mero ocuparse de dejar constancia de que ocurre. Con todo, desde mi condición de docente, por ende, parte interesada en el asunto y en la controversia del mismo derivada, quiero compartir con los lectores unas reflexiones, acaso no especialmente originales, novedosas —¿tal vez porque todo o casi todo en este particular esté ya detectado, descubierto, debatido y más que debatido?—, sólo que confío en que siquiera sí más subjetivas que partidistas.

En algún lugar de La rebelión de las masas, José Ortega y Gasset sostiene una afirmación que es, a juicio de quien estas líneas escribe —de siempre más inclinado a la «filosofía literaria» de Miguel de Unamuno y a la «filosofía exigentemente sistemática», de X. Zubiri, que al pensamiento orteguiano—, una palmaria obviedad. Afirma el gran filósofo español, fustigador de periodistas pero a su vez él mismo muy periodístico (de hecho, buena parte de su obra filosófica incluso vio la luz en la prensa, circunstancia que para algunos críticos desdiría no poco el relieve de su pensamiento filosófico), que toda sociedad en la cual una mayoría de sus miembros se empeñase en la exigencia de toda clase de derechos en perjuicio de la atención debida a los deberes, camina hacia su ocaso, hacia una suerte de descomposición a la vez orgánica y moral.

Exactamente lo que está ocurriendo en muchos sectores de nuestra sociedad, casi un siglo después del diagnóstico-pronóstico de Ortega. Lo que está ocurriendo en el aula: los alumnos de Secundaria son tan adolescentes como siempre han sido de adolescentes todas las generaciones humanas, durante cientos y cientos de años. De acuerdo. Pero en la actualidad, aparte de adolescentes, inevitablemente adolescentes, presentan una especie de hipertrofia: el polo cerebral, digámoslo así, reservado a la asunción de los deberes, muy débil, muy frágil, muy adelgazado; pero el polo reservado a los derechos, ah Dios, ese sí que aparece muy rollizo, muy lozano. Por eso pruebe usted a llamarle la atención en una conducta meridianamente reprobable: cada vez parece que será más frecuente tropezarse con la incomprensión; no raramente, con actitudes retadoras, radicalmente desafiantes; excepcionalmente, si bien cada vez menos excepcionalmente, con conatos de agresión, agresiones en toda regla y con insultos no es raro que increíblemente soeces.

Porque claro, ellos, los alumnos, «tienen sus derechos». Incluso se los conocen al dedillo. Y uno de los que más parecen tener presente es el derecho que tienen, que creen tener, a que no se les pueda rozar ni un pelo: al profesor o profesora que osaren —empleo adrede la forma arcaica del futuro de subjuntivo— tocarle un pelillo a uno de esos a menudo endiablados alumnos de los primeros cursos de la ESO… Por eso lo que primero que me te espetan casi todos es un «Ni te atrevas, ni se atreva, porque entonces te denuncio, le denuncio».

Así las cosas, no faltan autores de nuestros días que denominan esa situación como eclipse de la responsabilidad y el deber. Sin duda, directamente relacionada con la era del vacío propia de la postmodernidad según diagnóstico y estudio de G. Lipovetski. O lo que es lo mismo: bien entendidos, son espléndidamente humanizadores los derechos; mal entendidos, exigidos y peor administrados o gobernados, los derechos se nos pueden escapar de las manos. Y pueden volverse tiránicos, unos derechos sublevados contra los derechos de los otros, los míos y los tuyos contra los derechos de los de más allá.

Y una sociedad de derechos sublevados los unos contra los otros, fácilmente deviene sociedad insensible a la exigencia de unos mínimos deberes éticos y cívicos vertebradores precisamente de una ética elemental de mínimos (Adela Cortina y sus discípulos, algunos tan brillantes como Agustín Domingo Moratalla, etcétera). Y sin una ética elemental de mínimos nos encontraríamos con una sociedad entregada al relativismo.

Ya en el siglo XIII, el genial santo Tomás de Aquino enseñaba o proponía que todo proceso educativo, se entiende que dirigido por personas para otras personas, debe sustentarse sobre tres pilares: la nutritio (nutrición afectiva, amor, compresión hacia el educando), la instructio (la instrucción o enseñanza propiamente dicha), la autoritas (la autoridad firme pero amorosamente ejercida sobre el educando). De la mano de Tomás de Aquino —procurando no chocarnos con su enorme barriga; en fin, bromas aparte—, echamos un vistazo a nuestra realidad educativa actual y ¿qué nos encontramos en el aula? ¿Mucha nutritio, mucha autoritas, mucha instructio?

Nada sencilla la acción de ensayar una respuesta. Pero sin ánimo alguno de parecer pesimista, me parece, si echáramos un vistazo también, ya fuera del aula, a los ámbitos y redes convivenciales y familiares de nuestros alumnos, puede que nos encontrásemos a menudo con situaciones en que, precisamente por parte de las otras instancias que intervienen en el proceso educativo de los menores, es muy débil la pasión por la nutrio, la autoritas, la instructio.

Y entonces: alumnos y alumnas de la ESO y aun de Bachillerato con poca nutrición afectiva, desautorizados, escasamente instruidos: frente a libros, televisión; frente a buenos programas de televisión, telebasura y otros programas claramente de calidad insignificante; frente al mejor uso posible dado a Internet, uso de la red de redes para el más descerebrado chateo…

En fin, también resulta tópico hablar de lo anterior. Pero sigue siendo notablemente cierto.

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LUIS ALBERTO HENRÍQUEZ LORENZO es Licenciado en Filología Hispánica. Profesor de Lengua y Literatura españolas.

ILUSTRACIÓN ARTÍCULO: LAPIZ.SVG, By User:dabnotu (self-made [Inkscape 0.45]) [CC-BY-SA-3.0], via Wikimedia Commons,

📰 Artículo publicado en Revista Almiar, n.º 53, julio-agosto de 2010. Página reeditada en julio de 2019.

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