por
Alejandro Tobar
Horace Walpole.
En los límites de la imaginación
En el siglo XVIII la fantasía todavía no había entrado a formar parte de la Literatura, o casi: existe un caso único, excepcional aparecido en las letras británicas. Se trata de Horace Walpole (1717-1797), un rara avis de la alta sociedad británica. Adelantándose casi un siglo a Lewis Carroll, con su Alicia en el país de las maravillas, Walpole es el creador orgulloso de Cuentos Jeroglíficos. Quizá el lector lo recuerde también por su novela El castillo de Otranto. Hasta tal punto es espléndida su narrativa que muchas veces se le nombra como primer gran valedor de la imaginación, siendo junto con Sade el más conocido atacante de las formas tradicionales. Pero no sólo se queda ahí, en el ensayo, sino que lleva esas teorías estéticas suyas con gran acierto al papel. Mezcla los elementos góticos con el absurdo, y siempre en concordancia con un desternillante sentido del humor e infinidad de elementos exóticos. Con continuas críticas a la sociedad y sus valores, se puede decir que Lord Walpole no deja títere con cabeza. Esto se ve perfectamente en sus muchas cartas, en las que lanzaba incisivos ataques a las costumbres de la época. Con respecto a su vida hay también mucho que decir, decir por ejemplo que fue parlamentario e hijo de primer ministro o que se hizo construir una mansión en la villa de Strawberry Hill, que lamen-tablemente ya no está en pie y que fue durante un tiempo un lugar de interés público dada su arquitectura pseudogótica. Pero esto es otro cantar. Ciñéndose al caso de sus cuentos, que son siete, es interesante incluso el prefacio, que ya desde la primera línea dejará entrever todo el universo que espera al lector en las historias siguientes. La lectura, por tanto, de estos textos está recomendada a todos los públicos y es indispensable para amantes de la imaginación. |
Extracto de «Una nueva distracción de las
mil y una noches»,
(...) —¡Oh! —dijo la princesa—, demostraban tener buen gusto. Hubo un tiempo en que los sabios, en Italia, iban más lejos: un hombre con la frente muy ancha y que hubiese nacido el cinco de enero se hacía llamar Quinto Januario Frontón. —Absurdo sobre absurdo —dijo el emperador—. Pareces poseer una infinidad de impertinentes conocimientos acerca de un montón de gente impertinente. Pero prosigue con tu cuento. ¿De dónde vienes? —Mynheer —dijo ella—, nací en Holanda. —¿Dónde demonios está eso? —dijo el emperador. —Mi país no se hallaba en ninguna parte —contestó jovialmente la princesa— hasta que mis compatriotas se lo arrebataron al mar. —¿De veras, muñeca? —dijo Su Majestad—. ¿Y quiénes eran tus compatriotas antes de que tuvieses un país? (...) |
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Ilustración artículo:
Horace Walpole,
Joshua Reynolds [Public domain], via Wikimedia Commons.
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