El nuevo orden internacional por Óscar Portela
Quien crea percibir en la destrucción del orden geopolítico al cual asistimos, como espectadores y operarios de una «realidad» que se nos escapa de las manos, la evidencia de un ocaso definitivo de este modelo, que ha concluido en lo que hemos denominado «cultura planetaria» y luego «economía global», se equivoca totalmente o piensa con cortedad de vista sólo en los síntomas —algunos— de un eclipse, del cual no podemos sino suponer, por aproximaciones, el crecimiento de un desierto que trae consigo implosiones y diásporas, de un destino librado a su esencia (esencia de la técnica), que podría durar aún mucho tiempo. Al igual que los analistas de la realidad, que no son sino reporteros de un culebrón que pasa por la violencia material, sin tener en cuenta que ésta no es más que el síntoma de otra violencia —de una razón que hizo de la subjetividad absoluta, la otra cara de la objetividad absoluta y del calculo lógico— matemática, en la cual lo que es queda preso de la voluntad de poder, equivocaría una vez más sus análisis si cree que la derrota de Bush, el fatal atentado de Atocha, el permanente genocidio del medio Oriente, Pakistán, Irak, etc., podrían ser elementos que causen un giro en la historia de esta novela apocalíptica, a la que asistimos como bárbaros que no conocen la salida ni la entrada a otro estadio de la Historia Universal.
Kerry o no Kerry, Aznar o no Aznar, el fenómeno de una guerra que ha venido para quedarse, no son sino fenómenos epidérmicos de un teatro en el cual ni la trascendencia (el mundo de lo suprasensible), ni la redescendencia, una nueva religatio del hombre con la presencia, podrían refundar otra epocalidad en la historia del ser. El martes 16 de octubre de 2001, publicamos en el diario El Libertador y medios Digitales un articulo titulado La guerra que ha venido para quedarse: ahí se afirma, entre otras cosas que el terrorismo es una forma de guerra planetaria que no hace sino continuar con las grandes hecatombes del siglo, y que lo más terrible, a pesar de la miserabilidad de la condición humana, para afrontar las fuerzas que dominan el planeta, es que todo lo que ocurre en ésta sociedad masmediática es puesto en mise en scene, para que nadie sienta la fragilidad de un mundo en el cual el desierto del nihilismo ha hecho desaparecer la realidad. Dice Heidegger en Qué significa pensar: «Devastación es más que destrucción. Devastación es más inquietante que aniquilamiento. La destrucción elimina solamente lo crecido y construido hasta ahora, la devastación, la devastación empero, obstruye el futuro crecimiento e impide toda construcción. La devastación es más inquietante que el mero aniquilamiento, el cual también elimina, hasta la misma nada, mientras que la devastación cultiva precisamente y propaga lo obstructor y lo impedidor. El Sahara en el África es solamente una determinada forma de desierto. La devastación de la tierra es igualmente compatible con la consecución del más alto estándar de vida de los hombres como con la organización de un uniforme estado de felicidad de todos los hombres. La devastación puede identificarse con ambos cundiendo por doquier de la manera más inquietante, que es, ocultándose. La devastación es la expulsión de la Mnemosina a alta velocidad». La cada vez más acelerada interrupción en los cortes generacionales hablan a las claras de éste tipo de enajenamiento, en el cual se borran todas las huellas del hombre sobre la tierra. Desde hace décadas, nosotros —sin marketing— (otra forma de la devastación con moda a la page), predicamos éste ocultamiento a través de los medios que están casi siempre cumpliendo el papel de bambalinas. Desde la revolución industrial los grandes artistas y pensadores, comenzaron a sentir ésta forma nueva de «destrucción» que había alcanzado al núcleo de la razón y su presunto ordenamiento de lo real. Es Heidegger quien siempre ha ido más lejos en ésta dirección. En Sendas Perdidas escribe: «Lo que amenaza al hombre en su esencia, es la opinión volitiva de que, mediante un pacífico desprendimiento, transformación, acumulación y encauzamiento de las energías naturales, el hombre puede lograr que el ser-hombre sea soportable para todos y feliz en conjunto. Más la paz de ese pacifismo es simplemente el frenesí del delirio del imponerse, que deliberadamente sólo piensa en sí mismo... Lo que amenaza al hombre en su esencia es el opinar que el elaborar técnico pone al mundo en orden, cuando precisamente es todo "ordo", es decir, toda jerarquía, porque la uniformidad del elaborar lo achata todo y de ésta suerte elimina del ser el dominio de un posible origen de jerarquía y reconocimiento»; aquí jerarquía significa orden en su sentido prístino.
No nos equivoquemos entonces: el Caos
y lo Aórgico son partes de este orden jurídico internacional, que es el final
de una horrorosa forma de humanismo, que ha puesto
en evidencia que lo subhumano constituye la principal característica del «animal
racional», que ha usado la razón por largo tiempo,
como arma de dominio, de tortura, de explotación y violencia autojustificada,
y que ahora está ante su propio tribunal. El hombre no puede hacer frente
a las fuerzas desencadenadas, a través de las usuales ideologías políticas
—fragmentos de ese humanismo—, pero puede prepararse, como lo venimos
diciendo hace tiempo, para una nueva experiencia de lo sagrado, en la cual
el cosmos vuelva a poblarse de lo numinoso, que permitió a Dioses y mortales,
convivir alguna vez sobre éste mismo suelo.
ÓSCAR PORTELA,
nacido
en la provincia de Corrientes (Argentina), es escritor y ensayista. Ha publicado,
entre otros títulos, Senderos en el bosque; Los nuevos asilos; Memorial
de Corrientes y La memoria de Láquesis. http://www.universoportela.com.ar/
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