El talento y el valor
una serie de reportajes por
Guillermo Ortiz López

Nacho Vigalondo

Nacho Vigalondo, entre los Gremlins y Philip K. Dick

Un día, Nacho Vigalondo escribe esta propuesta de guión en su blog:

—Cuando quiera, empiece.

—Pues bien, trata acerca del dependiente de una fotocopistería que...

—¿Una fotocopistería? ¿Por qué...?

—Bueno, su trabajo es lo de menos. El caso es que, bueno, no le va muy bien en la vida, es desordenado, antisocial e irresponsable. El trabajo de la fotocopistería no parece que le vaya a durar mucho... El asunto es que tiene un pasado como pseudoestrella de cine.

—Pseudoestrella. Cómo que pseudoestrella.

—Hace quince años fue nominado al Oscar.

—¡¿Qué?!

—Hizo un cortometraje con veintitantos y fue nominado. Tuvo una etapa efímera de gloria y excesos, pero todo se vino abajo. No volvió a levantar cabeza como autor. La vanidad, algunos excesos, los malos amigos... Ya sabe.

—Sí, sí...

—Y hoy en día es poco menos que un despojo frustrado, lleno de ira disparada en múltiples direcciones, huraño, torpe, vago... Alguien que cree que si nadie le reconoce por la calle es porque la gente no merece reconocerle. Un personaje graciosísimo ¿No le parece?

—Bueno...

—El asunto es que este tío es académico de Hollywood. De los cinco nominados de su año, nombraron académicos al ganador y a él. El tipo gruñe un «quedé el segundo» cada vez que los niños de su barrio se ríen de él. De hecho, podría ser un buen título para la película Quedé el segundo. ¿Qué le parece hasta ahora?

—¿Cuándo empieza lo interesante?

—Ser académico de Hollywood te da opción, una vez al año, de comprar dos tickets para la gala de entrega de premios. Por 300 dólares él y un acompañante pueden ir a los Oscars... Este tipo no tiene un duro... Y se le ocurre subastar en Internet el ticket de su acompañante, y sacarse un dinero. La persona que más pague, gastos de viaje incluidos, podrá ir con él a la ceremonia.

El vómito convulso

Como verán, podría ser el final de esta entrevista, pero he preferido colocarlo al principio. Sigan leyendo...

Nacho y yo nos vemos en el café Manuela, de Madrid, dos días antes de que vuele a Los Ángeles para asistir a la entrega de los Oscar con su amigo Borja Cobeaga. Ha votado porque, efectivamente, es académico. «Cada académico vota su rama», me aclara. Desde luego, está nervioso, ansioso, inquieto, «es uno de esos días», aclara. Me temo que la cosa viene de lejos, desde que acabó con el rodaje de Los cronocrímenes y cada día es un día más sin que la película se estrene.

Quizás tenga miedo a que le hagan como a Koldo Serra: un sabotaje en toda línea, una distribución nula, un preestreno de martes noche.

Nacho tiene un punto esquizofrénico, como su amado Philip K.Dick, una doble personalidad de observador y personaje, director y actor. Es conocido, desde luego: acaba de firmar con El País para mantener un blog en su versión de Internet y aún le llaman para coloquios por 7:35 de la mañana, uno de los mejores cortos de la historia del cine español...

Sin embargo, él no puede evitar verse como un personaje y su personaje está asustado. Un miedo de fotocopistería. Comprensible. «No hay una persona más insegura que yo cuando estoy actuando», confiesa. ¿Y qué es la vida?

Hablamos de un hombre que siempre ha querido ser director de cine y que siempre ha querido estar donde está ahora: a punto de estrenar un largometraje. «Cuando era pequeño y estudiaba EGB escribía cuentos con un diccionario de sinónimos al lado. Visto ahora me parece un acto de arrogancia infinito y del que se aprende». Se aprende a simplificar: grabar hostias, por ejemplo, sin más. O ir a la casa de un amigo y poner en vídeo lo que hace inventando una voz en off, como sucede en Código 7. El vómito convulso, lo llama Nacho.

Cobeaga y él comparten algo más que una nominación al Óscar. Son amigos desde hace años, desde que él viajó de Cabezón de la Sal a Bilbao para estudiar Comunicación Audiovisual. «El plan era muy sencillo, como en un capítulo de Southpark. Tenía tres puntos. El primero era empezar con unos vídeos, el tercero, ser director de cine. En medio, nada. No teníamos ni idea. El plan de tres puntos sólo tenía dos claros y lo más cercano que conocí a un segundo eslabón fue a Koldo Serra y Borja Crespo».

Koldo dijo que había una competencia sana con él, pero Vigalondo lo descarta: «Era imposible competir con Koldo Serra. Él estaba en otra liga, por completo. Nosotros intentábamos hacer nuestras cosas, pero él estaba haciendo cortos ya en cine cuando nosotros seguíamos con nuestras movidas en vídeo».

Así hasta el año 2000, en el que se instala en Madrid.

«Fue una época muy complicada. Por un momento, pensé en dejar de dirigir y dedicarme sólo a la actuación. Como actor me iban saliendo cosas, pero lo de la dirección era muy complicado. No soy el típico cortometrajista que sólo quiere hacer cortos, yo tenía desde el principio a Los Cronocrímenes en la cabeza. Quería ser director de largometrajes y todo se complicaba mucho.

Algunas joyas de la épocas: el citado Código 7, El Club de la ETA, el Homenaje a J.M. Coetzee y su Elizabeth Costello, la Batbola... vómitos convulsos, pero llenos de genialidad.

La nominación al Óscar

Y así llegamos a 2004 y al rodaje desesperado de 7:35 de la mañana. Desesperado porque era algo así como una última oportunidad. «No tenía nada. Absolutamente nada. Me dedicaba a hacer guiones para televisión, pero lo hacía mal. No me gustaba. Por ejemplo, ahora, Cobeaga ya tiene contratos firmados para su largo independientemente de su nominación, pero en su momento yo me quedé paralizado. Era consciente de que era un punto de inflexión, pero no me lo esperaba, simplemente».

«El rodaje fue un desmadre y a la vez una operación quirúrgica. Se tardaron dos noches en rodar la trama y una tercera para los recursos. No nos lo podíamos creer. La coreografía era un desastre, pero un desastre buscado: tenía que ser así. La música no era en directo, la montamos después... Es un corto muy complejo, mucha gente dice que cualquiera lo puede hacer pero a mí me dejó exhausto. Totalmente exhausto».

Aunque, después: la nominación al Oscar, el viaje a Los Ángeles, la elección como académico de Hollywood, las colaboraciones con La Hora Chanante, el «vídeo vetado» de La Costa Brava, hasta llegar a su último corto Choque, una especie de western en la Gran Vía madrileña. «Lo que mola de Choque es que es primario, habla de pulsiones instintivas. Es un duelo del que el objeto de duelo no quiere saber nada», dice satisfecho, aunque incómodo. El dueño del bar ha dicho conocerlo y nos ha sentado en una mesa muy bonita pero muy mal colocada. A la izquierda de Nacho hay una infinidad de juegos de mesa gastados, que los clientes van cogiendo poco a poco con el consiguiente movimiento de cuerpo y cabeza del académico.

Ellos no saben, o parecen no saber. Una chica se tapa la cara con la portada de American Psycho y nos preguntamos si quiere decir algo.

La «generación Gremlins»

Un término que se ha puesto de moda para agrupar a distintos directores es el de «Generación Goonie», pero Vigalondo lo rechaza. «Sería más una generación Gremlins, más gamberra. O incluso Jackass. Me encanta Jackass. Es la glorificación del fracaso, puedes ver cómo van envejeciendo y cómo las cosas que hacen, aunque no tengan sentido, cada vez les resultan más difíciles. Hay un punto de verdad que destaca sobre todo».

Gremlins, Goonies, Jackass... pero también Philip K. Dick y J.M. Coetzee. «Hay que acabar con la distinción alta cultura / serie B. Es horrorosa. Hay que seguir el ejemplo del Capitán Minifalda y su transpop.com . Somos obsesos a la hora de romper la barrera de la ópera y el videojuego, por ejemplo. Polarizar la cultura es algo deleznable. Tenemos que mezclar géneros, buscar las posibilidades...».

En una palabra: Internet. ¿Cuál es su actual influencia en el mundo de la cultura? «No lo sabremos hasta que no pase una generación o dos. Ahora mismo, lo es todo. En cuanto a difusión, por ejemplo. Antes rodabas un vídeo y se lo enseñabas a 50 personas. Les veías la cara a todos, sabías si se reían o no, te podían decir si les gustaba o no. Ahora, Internet y Youtube lo han multiplicado todo por mil. Si lo ves en términos de acto comunicativo y no de éxito o fracaso es una noticia excelente».

Como buen miembro de la generación del 77, se siente culpable por haber «comercializado» su blog. Como hemos dicho antes, lo ha llevado de su página personal a elpais.es y cada vez que sale el tema se siente obligado a matizar, como si a uno no le debieran pagar por lo que hace bien.

Internet y los cortometrajes. La posibilidad de colgar cualquier vídeo y convertirlo en arte. «Un corto tiene que ser una entidad fuerte por sí mismo. No querer formar parte de una presentación. Tiene que tener suficientes elementos para llamar la atención en poco tiempo. Concentrar sin perder ritmo pero sin aumentar velocidad. Ante todo, no puede ser anodino».

¿Los errores más frecuentes de los cortometrajistas? «Intentar abarcar mucho, impostar una madurez definitiva. No ir poco a poco. Yo he hecho cosas poco pretenciosas pero eso no implica una mentalidad pequeña».

Cunts are still running the world

Hasta llegar a Los Cronocrímenes, claro, su gran obsesión en este momento. «Fue un rodaje muy complicado, con tormentas, huracanes, un entorno natural muy hostil, un trabajo increíble de lunes a sábado. Nada que ver con un cortometraje, desde luego». Le pido que resuma la película en pocas palabras mientras se pide su segundo combinado: «Es la historia de un hombre que viaja al pasado una hora y pico, con lo que se topa con su realidad, cambia el punto de vista y provoca un enredo».

Es decir, Philip K. Dick, de nuevo. «Mi novela preferida es Ubik aunque lo que más me gustan son sus relatos, están llenas de trampas lógicas».

El hombre que viaja al pasado, por si no lo saben es Karra Elejalde. «Ha sido maravilloso. Nos dábamos los mismos consejos el uno al otro (Nacho es el coprotagonista de la película). Lo cogimos por su calidad pero también porque su comprensión del guión fue inmediata. Karra es un actor simbólico porque era una referencia a mediados de los 90, cuando yo veía cine y me formé. En la película puede haber cosas discutibles, pero Karra no es una de ellas».

Y entonces, al hablar de la película, vuelve el miedo. «Necesitamos una película que sea un auténtico pelotazo para que tire de todos nosotros». La responsabilidad, también: Koldo Serra insiste en que Los Cronocrímenes marcará el futuro de la generación, Nacho prefiere traspasar el peso a Borja Cobeaga. En cualquier caso, necesitan un éxito industrial. Esto no deja de ser una industria, o como lo pusieron sus admirados Pulp: «Cunts are still running the world».

—¿Sigue siendo así? —pregunto.

Nacho apura el combinado, se empieza a levantar para pagar la cuenta (él es la pseudoestrella, yo soy el entrevistador de la pseudoestrella) y contesta:

—Siempre será así. Me temo que gracias a ellos al menos podemos gritar algo.

◻ ▫ ◻

Reportaje por Guillermo Ortiz López
Web de Guillermo Ortiz: http://www.guilleortiz.com/
Revista Almiar (Madrid; España) - n.º 32 - febrero-marzo de 2007
Ilustración: Nacho Vigalondo, a través de Wikimedia Commons (Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0) 🛠 Página reeditada en junio de 2021PmmC

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