FOTOGRAFÍA: Pedro M. Martínez

Huérfanos
Fco. José Lobillo González


 

Seguramente el pájaro azul tenía hambre. Volaba muy alto en el cielo gris, trazando círculos concéntricos sin mover una pluma ni aferrarse a las nubes de algodón. El pájaro azul me observaba con ojos de buitre, con esos ojos acostumbrados a intuir la llegada de la muerte antes de anunciarse en los periódicos. Me encontraba solo en aquel desierto sin dunas ni arena, sin sol ni sal, solo en un desierto de todo sin nada. Estaba solo y sólo quería que todo pasara rápido. El viento silbó una melodía para amenizar la última espera. Sí, el viento silbó una canción triste con los fuelles de sus pulmones. De improviso, al oír la música invisible, el pájaro azul se detuvo en el aire y cayó en picado hacia mí. Mis piernas no quisieron correr porque no me llevarían a ningún sitio. Mientras lo veía acercarse sentí el miedo como un vaso de agua fría derramándose por mi espalda. El pájaro azul era un ave Fénix que quería convertirme en cenizas, que se aproximaba con las fauces abiertas, emitiendo un graznido desgarrador que reverberaba en la llanura, un graznido que se me coló por las orejas y me estremeció hasta el tuétano. El pájaro-avión venía en vuelo rasante y con las alas extendidas, dejándome sentir el hambre que llenaba su estómago y el nauseabundo aliento de su boca. Y cuando estaba tan cerca que podía otear la negrura en las profundidades de su garganta, casi sin quererlo, conseguí acurrucarme en el suelo igual que una cochinita antes de ser aplastada. Y el pájaro azul pasó sobre mí con el estrépito de un tren de mercancías... Pero sin hacerme un rasguño.

Las vacaciones siempre terminaban un día antes en nuestro calendario. Mis padres carecían de paciencia para sufrir aquellas serpientes de automóviles, aquellos gusanos de hojalata que se formaban en las autopistas el día de regreso. Este año no era una excepción. Ambos se levantaron muy temprano y lo empaquetaron todo como dos hormiguitas laboriosas. Salimos de Alicante antes de las ocho, y seis horas después todavía seguíamos en la carretera. Alba dormía en su cochecito junto a mí, en el asiento trasero. Al verla sentí una ternura desconocida hacia mi hermana, que hasta entonces había sido una rival que atraía toda la atención de mis padres. Le coloqué el chupete en la boca, cuidando de no despertarla, para que tuviera donde morder los malos sueños con sus encías sin dientes. Mamá también dormía, la venció el agotamiento sin darse cuenta igual que un asesino silencioso. Tenía la cabeza echada hacia delante y la barbilla pegada al pecho; sus hermosos cabellos de miel se desparramaban por los hombros. Papá conducía sin titubeos, sin muestras de estar cansado. Papá es tan fuerte que puede sostener el mundo a la pata coja.

—Papá, ¿falta mucho?

—No, ya queda poco. Échate un rato y duerme.

Estoy agotado pero no tengo ganas de dormir. Papá se frota los ojos y pone la radio a bajo volumen. Escucho un piano y una voz melancólica que canta en inglés.

—Casablanca.

Susurra mi padre, complacido. Sin embargo a mí se me erizan los vellos de la nuca. Aquella canción me evoca las notas de una pesadilla de viento. A mis nueve años de edad ya había aprendido a tomarme en serio las extrañas pesadillas que en ocasiones me atormentaban. Sin pensarlo dos veces agarré a Alba del carrito y nos acurrucamos en el coche. Entonces mi padre tomó una curva cerrada y encontró al otro lado, como las cosas imposibles que no sorprenden a nadie porque son difíciles de creer, un camión volcado en la carretera. Aún me dio tiempo de contemplar, mientras notaba un vaso de agua fría derramándose por mi espalda, un pájaro azul pintado en el contenedor del trailer, también de escuchar —más bien intuir— el chirriar de ruedas de un frenazo inútil, ese chirriar que tanto se parecía al graznido de un ave Fénix, hambrienta, que se acercaba de forma inexorable.

 


RELATO DISTINGUIDO CON EL SEGUNDO PREMIO DEL
II CERTAMEN DE RELATO BREVE ALMIAR
 

Francisco José Lobillo González es un escritor malagueño. Ha publicado los relatos Designios (1993), Cerveza, aguardiente y vino (1998), Entre sol y sombra (2000), Delirios de absenta (2002), Ni fechas ni calendarios (2002), Los ojos del amor ciego (2002), Filosofía callejera (2002), y Las nieves del Kilimanjaro (2003).

Varios son los premios y distinciones que ha alcanzado en diversos certámenes: Primer Premio en el Concurso Internacional de Cuento Ciudad de Dos Hermanas (Sevilla, 2003), Primer Premio en el Concurso Internacional Cartas de Amor de Aller (Asturias, 2002), Primer Premio en el V Certamen de Narraciones Navideñas (Málaga, 2001), Primer Premio en el Concurso Internacional de Cuento Ciudad de Dos Hermanas (Sevilla, 2001), Segundo puesto en el Concurso Internacional de Relatos Villa de Quintanar (Cuenca, 2001), Segundo premio en el IX Certamen Internacional de Cartas de Amor de Almuñécar (Granada, 2002), Segundo Premio en el Concurso A Caldo, de Tafalla (Navarra, 2002), Premio Especial del Jurado en el II Certamen de Narraciones Navideñas (Málaga, 1998), Finalista en la X Convocatoria de El Fungible, de Alcobendas (Madrid, 2000), Finalista en el II Certamen Nacional de Declaraciones de Amor (Málaga, 2002), Finalista en la VI Edición del Concurso de Cuento Todos somos diferentes (Madrid, 2001), Finalista en el II Certamen de Relato Corto Ciudad del Gallo, de Morón de la Frontera (Sevilla, 2002), Accésit en el Premio Literario Jacinto Benavente (Madrid, 2002), Finalista en el II Premio Q Pro Quo (Málaga, 2000) y Finalista en la VII Edición del Concurso de Relato Hiperbreve Todos somos diferentes (Madrid, 2002).

Es autor de dos libros de relatos inéditos, El Peñón del Cuervo y El beso Azul, y coautor del libro de relatos (en preparación) Calendario de amantes y sombras.

Ilustración relato: Fotografía por Pedro M. Martínez ©





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