Entre los días 10 y
19 de mayo de 2008 se celebró en el norte de la isla de Fuerteventura
el III Festival Corto Dunas de Cine y Vídeo. Mucha gente me había dicho
que no era un festival más ni una isla más, así que me desplacé ahí para
comprobarlo personalmente y elaborar el siguiente reportaje. En vez de
hacer una faena de aliño con dos anécdotas y palmarés, prefiero dejarles
este diario de campo, que espero que disfruten y que creo que les va a
aportar mucho más que un simple desglose de nombres y títulos.
No espero que disfruten
tanto leyéndolo como yo disfruté en Fuerteventura porque eso, aparte de
ser un topicazo, es imposible. Aquí les dejo. Para los que quieran ahorrar
tiempo, al final, tienen el palmarés.
Viernes 16 de mayo
de 2008
Brevemente. Desde la
sala de ordenadores de un hotel maravilloso (BlueBay Resorts) cuyo único
defecto es precisamente tener una tarifa de acceso a Internet desorbitada
para los que no tenemos portátil y por lo tanto no podemos disfrutar de
la Wi-Fi. Buen vuelo, con grupo del Imserso reteniéndonos en la cola de
facturación para desesperación propia y ajena. Una isla impresionante,
Fuerteventura. De Puerto del Rosario a Corralejo. A la derecha, el mar.
A la izquierda, las dunas.
Urbanizaciones fantasma
que invitan a relatos.
Habitación enorme,
con terraza. Recuerdos de cuando era un niño en Lanzarote. Vida en bañador
y camiseta. Calor. Sol. Crema protectora. Una hamburguesa sin pan en un
restaurante lleno de extranjeros. Piscina. Playa, no. Siesta. En breve,
cena y marcha a la muestra de cortos de Kimuak, el proyecto del Gobierno
Vasco de apoyo al cortometraje que ha colocado a dos de sus patrocinados
en la lucha por los Óscar:
Borja Cobeaga y
Nacho Vigalondo.
Una especie de vuelta
a la infancia. Aquí, no hay responsabilidades. Aquí, los apartamentos
cuestan 100.000 euros. Aquí, todo parece que está hecho para otra persona
y nadie espera nada de ti.
Me gusta.
Sábado 17 de mayo
de 2008. Una primera visión de Fuerteventura
Fuerteventura presume
de tranquilidad y exotismo, pero a los ojos del madrileño su tranquilidad
y su exotismo resultan inquietantes. Magnéticos, también, si se quiere,
pero sobre todo inquietantes. El autobús de la organización sigue avanzando
por el norte de la isla, de Corralejo a Puerto del Rosario, pasando por
La Oliva. En el camino quedan múltiples edificios en construcción o derruidos.
Fuerteventura carece de término medio. O no ha nacido aún o ya ha muerto
y nadie se preocupa ni de enterrar el cadáver.
Están también las urbanizaciones
fantasmas que mencionaba ayer, las que nunca encontraron ni un solo comprador,
con su supermercado vacío que no llegará a abrirse salvo que la crisis
—¿qué crisis?— pase y vuelvan a la carga. La ambición no conoce límites.
Todo en Fuerteventura
parece que está hecho por otros y para otros, como si los lugareños tuvieran
suficiente con sus apartamentos unifamiliares, sus coches, su carretera
única de dos direcciones, su horizonte infinito sólo taponado de vez en
cuando por alguna montaña que envejece. Nadie se ha preocupado de reformar
los edificios históricos que están en ruinas pero nadie se ha atrevido
tampoco a tirarlos del todo. Se quedan ahí, para el visitante, con sus
carteles electorales del PP, colgados todavía desde las pasadas elecciones
generales.
Luego está la extrañeza
de las distancias. No sólo las distancias en vertical con respecto al
cielo —la tendencia al edificio de una planta, el miedo a una nueva Babel—
o en horizontal con respecto a las montañas, sino la propia distancia
entre urbanizaciones, apartamentos, centros comerciales... Según nos cuenta
Miguel Díaz, el director del Festival, eso crea serios problemas de organización
en detalles tan vitales como la recogida de basuras. En Fuerteventura,
en el norte de Fuerteventura, al menos, no sólo es necesario el coche
sino que uno se pregunta por dónde demonios sacar y meter el coche, de
la carretera al apartamento y viceversa, cuando sólo hay un camino, cuando
parece que las casas estuvieran literalmente perdidas en medio del desierto,
de las dunas, sin escapatoria posible. Santiago de Lucas lo comparó con
Tatooine, el planeta de la familia Skywalker. Puede que tuviera razón.
Quiero dejar clara
una cosa: no es una extrañeza incómoda. No desde dentro de un autobús
que va a ritmo lento, el agua, esta vez, a la izquierda, la arena, a la
derecha, la voz de Miguel explicando cada detalle de una isla que nos
es ajena prácticamente a todos. Es una extrañeza que provoca curiosidad,
que hace que fantasees con perderte por ese mundo inexplorado, que compres
uno de esos apartamentos fantasma y te quedes ahí, sin saber muy bien
qué hacer.
Por ejemplo, Unamuno.
En Puerto del Rosario, visitamos su casa-museo. Unamuno estuvo exiliado
durante unos meses de 1924 por orden de Miguel Primo de Rivera. Es fácil
distinguir al filósofo en todas las fotos colgadas de las paredes, incluso
cuando está subido en un camello: es el del gesto melancólico. «Imagínense
Fuerteventura hace un siglo», nos explican para justificar esa melancolía
y defender la realidad vigente.
Sólo que la realidad
vigente, ya digo, nos resulta igualmente sorprendente y hasta cierto punto
melancólica: es un mundo con infinitas caras desconocidas, escondidas
y sólo una que se da abiertamente al público. La sonrisa para el turista
con sus supermercados Spar, sus esculturas y sus bares llamados Waikiki
o Kiwi, con DJ´s ingleses, holandeses, alemanes, con camareros que no
entienden español y un montón de caras rosas sobre polos chillones. No
es fácil ver a alguien de Fuerteventura en la noche turística. Ellos van
a otros lados y uno se siente tentado de preguntarse: ¿adónde?
«El presidente del
Gobierno va a hacerse una foto con nosotros», dice Miguel, un tipo que
parece capaz de conseguir todo con una sonrisa, un tipo que le importa
lo que hace y eso marca una diferencia. Y el presidente del Gobierno (canario)
nos saluda a todos: los cortometrajistas y sus vigilantes, y posa junto
al alcalde y el presidente del Cabildo (cuántos cargos para tanta parálisis)
y nosotros sonreímos, claro.
Lo importante no
es el resultado
Algunos de los personajes
importantes en esta historia: Lluís Segura y Esther Fernández, del corto
¡Nena!, Agost y Roger, del corto Aprop, Antonio García,
distribuidor de Lolita Peliculitas, David Muñoz, realizador de Flores
de Ruanda, Chema Muñoz, responsable de Kimuak, María Sanz, la encantadora
y omnipresente programadora del Festival... A Miguel ya le he mencionado
antes.
David viene con Debla
y su hijo Román. Román es un niño maravilloso, siempre sonriente y muy
poco travieso. Hay quien cree que la travesura y la rebeldía son necesarias
en un niño pequeño; yo, si me las puedo ahorrar, lo agradezco. Las hijas
de María están en primera fila de la Casa de los Coroneles, Román está
en la quinta fila junto a sus padres, a la derecha del escenario según
se mira desde la puerta (a la izquierda del escenario según se mira desde
el escenario).
Román está triste y
aburrido porque su padre no se lleva ningún premio. Cuando se lleva el
primero sonríe, porque además se lo ha dedicado a él. Cuando se lleva
el segundo, sonríe más; cuando se lleva el tercero, le parece la cosa
más normal del mundo: ver a su padre subir, saludar, agradecer tímidamente...
Yo estoy sentado junto
a los chicos de ¡Nena! y Aprop. Son dos cortos sensacionales,
especialmente el primero: una historia de juegos y amor entre niños que
no resulta en ningún momento empalagosa y que está dirigida con maestría.
Es el corto con más nominaciones de toda la gala, pero van pasando los
premios y no se llevan nada. Ellos están nerviosos, pero aparentan tranquilidad.
Yo estoy tranquilo y hago bromas y en un momento dado me dicen: «Claro,
como tú no traes ningún corto...» y es verdad pero a la vez es mentira,
porque yo quiero que ganen ellos. Porque una noche compartiendo bares
hawaianos y canciones de letra irreproducible une mucho. Hace equipo,
por decirlo de manera que le gustaría a Esther, la productora del corto.
Es muy complicado esto
de los premios. Es la parte más desagradable de un Festival y eso que,
efectivamente, yo acudo siempre de espectador y me debería dar igual.
Es complicado ser Jurado. Sé que en el pasado me he metido con los jurados
y con su criterio porque no coincidía con el mío, pero no dejo de reconocer
que es complicado y que tener un criterio que no coincide con el mío no
significa necesariamente tener un criterio equivocado. Me niego a creer,
por ejemplo, que Laura Cuello tiene un criterio equivocado.
El caso es que los
premios siguen pasando y Niños que nunca existieron y Retrato
de mujer blanca con navaja se reparten la mayoría. Isabel de Ocampo
vuelve a ganar el primer premio con su Miente,
igual que en Medina. Incluso Aprop se lleva el premio al mejor
cortometraje de videocreación, sucediendo a la propia Laura en el palmarés
y sólo al final de la gala, cuando todo parece repartido y acabado, Miguel
lee una nota del Jurado en la que se le da una mención especial a ¡Nena!
por una serie de razones largas y extensas y Lluís sube y agradece y dice
que esta isla es magnética y baja con su premio pequeñito y yo no sé si
felicitarle o consolarle, así que decidimos emborracharnos otra vez, que
es lo que mejor se nos da.
En la fiesta posterior
están Daniel Bruhl y Wolfgang Becker. Está Arturo Ruiz, el director de
Paseo. Nos hemos pasado mucho con Arturo estos días, vacilando
con que iba a ganar todos los premios y que por eso le íbamos a hacer
pagar el minibar de nuestras habitaciones. Ellos no conocían a Arturo,
claro. Arturo es la definición perfecta de lo que es este mundo: a veces
gana, a veces pierde. Casi todos sus cortos son excelentes. A él no le
preocupa. Quiero decir, le preocupa que sus cortos sean más o menos excelentes,
pero no le preocupa ganar o perder.
Es una cuestión sumamente
improbable, si se piensa: cada semana en España hay dos o tres festivales
de cortometrajes en los que los mismos tipos compiten por prestigio y
dinero. Chicos de 25 a 40 años en su mayoría, con el ego propio de todos
los artistas, con el orgullo por su trabajo y la arrogancia de su juventud...
que llevan toda esa competencia con una naturalidad asombrosa. Lo normal
sería que se llevaran a matar y que se miraran mal cada vez que el otro
se lleva un premio. Estos chicos del corto hacen lo contrario: se van
a tomar un ron-cola. Arturo me cuenta que una vez, en un reportaje que
le hicieron a él junto a otros directores, le preguntaron cómo se podía
definir su generación y él dijo: «la generación del ron-cola, prácticamente
a todos estos les he conocido con un ron-cola en la mano».
Es así, y especialmente
en Fuerteventura, claro. Arehucas, ya saben.
Dos horas después de
la gala, en el inefable Waikiki, ya nadie se acuerda de quién ganó qué
premio. Da absolutamente igual. Lo único que pensamos es en maneras de
volver: volver a este bar, volver a ese delicioso hotel, volver a la simpatía
de los anfitriones, a la confusión del entorno... Volver. Como periodistas,
como directores, como distribuidores, como jurados... nos da igual. Inventamos
cortos. Lluís y yo queremos hacer La Surfista con Sara. Esther
quiere hacer El Surfista y está preparando el casting.
David se ha quedado
en el hotel con Román y su mujer. Al final de la gala, alguien vino a
decir, delante de él, «bueno, con tantos premios se merece un artículo,
¿no?» y yo le corté de raíz: «Ya se lo merecía antes de los premios. Ganar
premios no es lo que hace que te merezcas nada». Porque eso
es lo que pienso y punto.
Domingo 18 de mayo
de 2008
Santiago de Lucas y
yo, a la salida del auditorio municipal mientras una brisa me congela
los brazos y me empieza a doler la garganta. Hablamos sobre la realidad
y sus distintos planos. «Los problemas dependen del horizonte», le digo.
«Fíjate aquí, en medio de ningún lado, con todas esas montañas al fondo
y en medio extensiones enteras de nada, ¿cómo puedes tener un problema?,
¿cómo puedes darle importancia a un problema? Es insignificante. Todo.
Sin embargo, en Madrid, los problemas rebotan contra las paredes del Metro,
contra las calles estrechas, contra las paredes de las habitaciones. Es
imposible deshacerse de ellos...».
Santi coincide. Estamos
serios, por un momento. El primer momento en todo el día. Hablamos de
sanación y de
David Testal. Se interesa por mi trabajo. Es el problema: yo conozco
el trabajo de todos ellos pero casi nadie conoce el mío. Santiago fue
uno de los creadores de
La Hora Chanante, principalmente junto a Joaquín Reyes. Ahora
ya no trabajan juntos, aunque su última colaboración, un cortometraje
llamado La Gran Revelación, se hinchó a ganar premios y le ha hecho
estar aquí de Jurado.
Venimos de hacernos
fotos y grabar vídeos con
Laura Cuello, los tres esperando que acabe el pase de ganadores que
la organización ha preparado especialmente para los chiquillos que les
gusta esto del cine. Venimos de meternos en una especie de carpa enorme
en la que hemos bailado, nos hemos abrazado, hemos gritado y hemos hablado
con réver. Venimos de hacer mil chistes sobre Testimonios y de recordar
cada capítulo de La Hora Chanante. Venimos de ver vídeos de cantantes
y orquestas en Youtube, aprovechando el Wi-Fi del hotel.
Es normal que Santi,
Laura y yo compartamos cierto entusiasmo y cierta visión de la vida. Laura
es más soñadora, quizás, más imaginativa. Nosotros somos más absurdos
y payasos, aunque de vez en cuando hablemos de David Hume y su teoría
del «yo» como «haz de percepciones». «Cuando pienso en estas cosas y me
empiezo a preocupar, para no volverme loco, aviso a mis amigos y nos ponemos
a jugar al bridge», dijo el escocés y a Santi le parece que eso es lo
que hay que hacer siempre: jugar al bridge, o a lo que sea.
Es la Clausura del
Festival. El punto y aparte. Miguel está encantado y sonriente, como siempre.
Ha habido un pequeño problema con los vuelos: Laura, Santi y Patricia
Álvarez, la actriz protagonista de Rutina se han quedado en tierra.
¿Es eso un problema? Miren el horizonte y el anochecer. Miren las montañas
silueteadas en ceniza a lo lejos. ¿Es eso un problema, de verdad? Santi
quiere ir a ver OVNIs. Sergio, de la asociación En escena, colaboradora
del Festival, dice que una vez vio uno y se quedó acojonado. Normal.
Es esa clase de isla,
lo he dicho ya mil veces. Por favor, lean desde el principio, un poco
más abajo. Si los extraterrestres vinieran a Fuerteventura, les pondrían
una piscina enorme, un jacuzzi y les dejarían estar, como si nada.
Ha habido un momento
sublime por la mañana, pese al amago de resaca. Paseábamos por una playa
de arena blanca finísima y el sol nos quemaba la nariz y los brazos. Nuestra
vida era un exceso de felicidad, guiados por Esteban Varadé —director
y productor del escalofriante Debajo de sus faldas, documental
sobre la ablación en África— rumbo a un pescado o un buen filete. Lluís,
Esther, Roger y Agost ya se habían ido, pero ahí estábamos Eliazar, Miguel
Ángel, Arturo, Antonio, Esteban, Sara y yo.
Acabamos comiendo en
la Cofradía de los pescadores y se nos unió Isabel de Ocampo poco después.
Hablamos sobre cine e hilos musicales. Le expliqué a Sara el argumento
de La surfista, pero no pareció muy convencida. Comparamos los
‘80 con los ‘90. Arturo prefiere los ‘80, Sara prefiere los ‘90, a mí
me gustan los dos. El puerto se abre hacia el espigón y a lo lejos se
ve Lanzarote como un recuerdo de hace casi 20 años.
Después paseamos la
digestión hacia el Auditorio. Estábamos eufóricos. Yo estaba eufórico,
al menos, inventando nuevos cortos con Daniel Bruhl jugando al tenis.
Sara estaba cansada y triste. Nos perdimos. Empezamos a andar sin sentido
y nos perdimos. Vimos un campo de mini-golf, un parque acuático, varias
urbanizaciones, un par de hoteles, un centro comercial, una torre enorme
que prometía algo, no sabemos el qué, pero no vimos el Auditorio. Vimos
incluso la carpa en la que dos o tres horas después —el tiempo aquí sí
que es tremendamente relativo, como el espacio— Laura, Santi y yo bailaríamos
claqué sobre el polvo.
Lunes, 19 de mayo
de 2008
El último desayuno
en el hotel BlueBay. El habitual despliegue de salchichas, huevos, beicon,
patatas... Desayunos a lo grande, con muy pocos bollos y muy poca leche.
En la mesa, otra vez, Arturo, Miguel Ángel, Esteban, Eduardo —productor
de El Final, con la arrebatadora
Xenia Tostado—, Antonio y yo. Las chicas se han ido a la playa o a
la piscina, a rebañar los últimos minutos.
El hall está casi vacío
y uno recuerda que el día anterior pegó un par de gritos y un par de saltos
cuando el Rácing consiguió la UEFA. Los camareros le miraban raro.
Doy un último paseo.
Hay tiempo. Esquivo el sol para no quemarme aún más. Tomo un par de pinchos
de tortilla con Coca-Cola en un bar italiano. Los turistas pasan con sus
toallas. Yo voy en vaqueros porque mi bañador no tiene bolsillos. Cuanto
más cerca está la vuelta a Madrid más importancia recuperan los bolsillos,
casi olvidados durante tres días.
Para evitar lo del
día anterior —overbooking mezclado con un cierto retraso—, María
nos lleva a toda velocidad al aeropuerto. Estamos casi los mismos: David,
Debla, Román, Antonio... Un poco más morenos, quizás, pero muy poco. Esteban
nos hace de director de producción: nos saca los billetes y nos factura
las maletas. María nos explica los distintos tipos de turistas que vienen
a Fuerteventura. Al parecer, se dividen en tres tipos y ocupan la isla
todo el rato durante al menos diez meses, con la posible excepción de
noviembre y mayo...
El tercero es el más
sorprendente y esperanzador: el de los escritores. Vienen aquí a escribir.
Supongo que quien dice «escritores» puede decir «guionistas» o cualquier
cosa parecida. Algo creativo. La nada sugiere, lo mismo que el caos embota
los sentidos.
Miguel viene a despedirnos
al aeropuerto. Él también se va. A Tenerife. El vuelo está lleno de niños,
como siempre. Escribo en mi libreta cosas dispersas, sin demasiado sentido.
Cosas sobre La Surfista, cosas sobre El Auditorio, fragmentos
del relato del que hablé al principio, sobre una urbanización desierta...
Leo un libro sobre maneras de comer un mango, lo cierro e intento descansar
del descanso. Sin conseguirlo
del todo, claro.
Vídeo: Miente, Isabel
de Ocampo (1.ª parte)
_________________
Guillermo Ortiz López, coordina
la sección de cine de Almiar
(Página web:
http://www.guilleortiz.com/)