Los Premios Goya:
El cine como anécdota

por
Guillermo Ortiz López

Comentaba el escritor, director y guionista Ray Loriga en una reciente entrevista al diario El País que «la política de apoyo al cine español deja mucho que desear, pero tampoco al pescadero de la esquina le ayudan a vender sus besugos». Decididamente, la Academia de Cine ha decidido agarrar sus pescados y lanzarlos a la cara de sus clientes y sus compañeros del mercado.

Día sí, día también oímos las amargas quejas de los involucrados en la industria cinematográfica por las pocas subvenciones que reciben del gobierno, de las televisiones, de las empresas... poca, muy poca atención a la calidad de su trabajo pero mucha carga de responsabilidades a los demás por el supuesto fracaso propio. Con todo, la Academia de Cine tiene una posibilidad que muchos no tienen, sin ir más lejos el pescadero de la esquina soñaría con ella. Una noche al año, en «prime time», por la cadena más vista de España disponen de un buen número de horas para ellos solos, para promocionar su producto y hacerlo apetecible no sólo a los espectadores sino a los «culpables» de la crisis, esto es, gobierno, televisiones, empresas y el largo etcétera.

Pues de unos años a esta parte, la Academia de Cine (me niego a tomar la parte por el todo y pensar que todo el cine español) desaprovecha sistemáticamente esa oportunidad. En vez de mostrarnos las excelencias de sus películas, los premios de la Academia se convierten en una gala de reivindicación, lucha de pegatinas, guerra de guerrillas contra todo lo que se mueva. Han conseguido, por fin, que nadie se preocupe del cine, que nadie hable de las películas ganadoras o nominadas. A nadie le interesa ya, lo que era una entrega de premios se ha convertido en un «mitin».

Cabe preguntarse varias cosas sobre el cine español. ¿Se siguen realizando muchas más películas de las que se pueden razonablemente exhibir? Sí. ¿Son mejores que las americanas? Algunas sí y otras no. ¿Son mejores que las europeas? La gran mayoría, no. ¿Son mejores que las propias películas españolas que consiguieron llevar a la industria a lo más parecido a un boom en los años 90? ¡Desde luego! Y es que de tanto hablar de «industria», «subvenciones» y demás parece que nos olvidamos de lo principal: las películas son buenas o malas. Y dentro de eso pueden ser comprometidas o no, cómicas o no, dramáticas, de aventuras, comerciales, de arte y ensayo. Lo que uno quiera. Pero lo primero será pedir que una película sea una buena película.

Hubo un tiempo en el que en los Goyas se oían nombres de películas como Tesis, Tierra, Los amantes del Círculo Polar, La niña de tus ojos, Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, Todo sobre mi madre..., ahora lo más repetido es La gran aventura de Mortadelo y Filemón. Y demos gracias a Javier Fesser, pues debido al éxito de esta película se podrán subsanar las deudas que han producido tantas otras. Cine con mayúsculas prácticamente se hace sólo en Cataluña. No es de extrañar que convenga hablar más de la guerra de Iraq, del «Prestige», del alcalde de Toques o de la libertad de expresión. Poco habría que contar del estado actual del cine español... ¡y luego dicen que el pescado es caro!

Un comentario sobre la libertad de expresión: es un tema suficientemente importante como para tomárselo a la ligera. Es un tema por el que ha muerto mucha gente en este país durante siglos. Por el que siguen muriendo todavía. La libertad de expresión se basa, por poner un ejemplo, en este curioso triángulo: Julio Medem tiene una opinión propia sobre la situación política y social en Euskadi. Decide investigar sobre ello y presenta un documental presentando sus ideas y las de sus distintos invitados. La película se exhibe en salas de todo el país, es aclamada en el Festival de San Sebastián y el propio cineasta dispone de multitud de foros en los que explicar el porqué de su película, cuales son sus presupuestos, sus objetivos y así. Segundo vértice: numerosos espectadores van a ver la película. La mayoría de ellos —al igual que Medem— tienen formada una idea acerca del problema tratado y son más o menos permeables a lo que allí se cuenta. En cualquier caso, cuando salen del cine, manifiestan su opinión sobre lo que les ha parecido el documental. Algunos dicen que es muy bueno, otros que es muy malo.

Entre estos espectadores, los peores son los críticos. Estos no sólo tienen una opinión sino que además la transmiten en los medios que se lo permiten. Por ejemplo yo puedo decir que la película no me ha gustado nada e intentar —con mayor o menor éxito— explicar a quien me lea porqué no me ha gustado nada. El tercer vértice del triángulo lo forman los lectores que, una vez vista la película y leído el artículo, pueden contestarme libremente que lo que realmente es una memez es mi crítica y no la película de Medem. Y así sucesivamente. Es decir, defender la libertad de expresión no sólo es defender la posibilidad de tomar partido sino aceptar que los demás no te den la razón, y que no pasa nada por ello. Otra cosa son los intentos de censura que hubo en su momento por gente como María San Gil en el pasado Festival de Donosti, muy reprochables. Por cierto, a María San Gil la quieren matar por pensar así. Y si se llevan por delante a sus hijos pues mejor.

Julio Medem y los ciegos que conducen esa asamblea de tuertos que es ahora mismo la Academia de Cine no deberían hacer una demagogia tan barata. ¿Piden libertad de expresión? La tienen. ¿Piden medios? Los tienen. Ahora que busquen su propio talento, y cuando lo encuentren, que nos lo digan. Ah, se me olvidaba, la ganadora fue Te doy mis ojos, lo digo por si vieron la gala y no se enteraron. Si quieren ver buen cine español, les doy unos nombres: Jaime Rosales, Cesc Gay, Enrique Urbizu, Agustí Vila... y el propio Medem, por supuesto, un cineasta excelso demasiado preocupado por sí mismo.




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