Blanco Encalada y
Ciudad de La Paz
Adolfo M. Vaccaro
Ella estuvo allí. Con
sus cuatro hijos, pidiendo ayuda a algún transeúnte ocasional o al
conductor del automóvil que el semáforo detuvo. Muchos que la conocieron,
aún pasan por la vereda de enfrente, para evitar el mensaje de la
mendicidad latente. Ella, ha concurrido a instituciones oficiales
y al gobierno de la ciudad, contando su problema, con la esperanza
de obtener algún beneficio que dignifique la vida de sus pequeños.
La respuesta se manifiesta en pregunta: ¿Por qué tuvo tanta descendencia
si no puede mantenerla? Luego, las puertas se cierran, preñadas de
infausta razón, priorizando el conflicto del cruento incendio, que
costara la vida de ciento noventa y cuatro semejantes a Ella y su
prole. Y como el número menor mejora la insensible estadística, el
cordón se mimetizó con cinco presencias, que a modo de sobrante se
tornaron desperdicio, como ese cesto invisible colocado en el caño
de la correspondiente esquina.
En la intersección de Blanco Encalada
y Ciudad de la Paz —del
barrio de Belgrano—
usted podía observar el desdeño de sus iguales. Tal vez, algún centavo
colmaba la parada de la súplica, permitiendo que un pequeño vaso de
leche, saciara el hambre de la inocencia victimada. Aunque las ojeras
de Ella y su palabra, solamente llenaran los espacios de la sordera,
que no se atreve a juzgar su porción de nimio beneficio.
En la intersección de Blanco Encalada
y Ciudad de la Paz —a
escasos pasos de la creciente congregación cristiana Rey de Reyes—
existió un sepulcro viviente de inclemencia, ajeno a los intereses
del ciudadano común de utilitaria circunstancia, negado al fin de
su conciencia. El que conoce que después de los ocho meses de existencia,
la carencia de alimentación adecuada, afecta la neuronal conformación
de cualquier niño, descartándolo, definitivamente, del natural desarrollo
que necesita para sobrellevar una vida sana e igualitaria, sabe de
formar desvalidos sin posibilidad de futuro, y que será indefectiblemente
obviado por el universo de las oportunidades.
No existirá libertad hasta que
el hambre no sea erradicado de la faz de nuestro suelo, y de poco
vale esperar la decisión de los imbéciles que conducen el destino
del terruño, a no ser que se permitan la posibilidad de cambiar justicia
social por ambición, latrocinio y mezquindad.
Por la intersección de Blanco Encalada
y Ciudad de la Paz, siguen transitando personas que no han detectado
el postrer manifiesto, cobijado en el nombre de la última calle. La
queja de la vecindad y las autoridades, han conminado a Ella y a los
cuatro frutos de su vientre, a no limosnear por tan sensible barrio,
donde cada vidriera se viste con objetos navideños, sin poder encontrar
en alguno de ellos, el mensaje del espíritu festivo, renacido en el
pesebre Nazareno.
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* ILUSTRACIÓN RELATO:
Fotografía por
Pedro M. Martínez ©
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