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Estación 210
Alejandro Gabriel Sallago


A mi hermosa Mayru, perdón


Cada uno de los días vividos en compañía representan cada una de las estaciones que ha recorrido mi mediana e intrascendente vida.

Recuerdo como si fuese ayer tu arribo a mi primera estación, con una valija plena de juventud. Con apenas diecisiete años, rostro de niña y el cuerpo de mujer gestándose, atrapaste mis sentidos.

Tu risa clara y cristalina fue robando segundo a segundo cada uno de los momentos de mi vida. ¿Es tan difícil de soportar que la naturaleza nos haya hecho llegar a este planeta con veinte años de diferencia? Tú tan joven y yo tan plagado de luces plateadas que cubren cada centímetro de cabellera.

Quizá haya sido sólo un beso, tan poco como un abrazo que nos dimos al pasar, pero en pequeños pasos fuiste robando milímetro a milímetro mi corazón añejo que ya nada recordaba de aquellos momentos en que ser feliz era una manera de vivir.

¿Por qué has venido a soplar las agotadas brazas que quedaban del fuego de la adolescencia? ¿Es tan fácil para una brisa joven hacer arder leños que ya no recuerdan el crepitar por un nuevo amor?

La dosis de calor se fue repitiendo cada siete días, y con ello la llegada a una nueva estación de pasiones reprimidas, de celos escondidos. ¿Cómo podría decirte que moría a cada palabra que me musitabas al oído, mientras contabas cada una de tus desventuras y de cómo aquel ingrato no sabía atesorar en sus brazos aquella ternura que dejabas en él? ¿Es que acaso podrías entender el dolor que se producía en mí cuando cada lágrima que bañaba tus mejillas rodaba hasta llegar a humedecer mi piel?

No basta entender a un hombre, no alcanza para un ser tan especial cobijarse en mis brazos para derramar en pequeñas perlas la amargura de un amor que no es correspondido.

Las estaciones pasan y pasan, la ansiedad de llegar a cada una de ellas se hace más necesaria en mi corazón renovado. Es difícil decir cuánto añoraba ese beso de llegada, ese abrazo apretado que dejabas en mi cuerpo cual marca que deja el hierro candente de una yerra que me hace tuyo lentamente.

¿Es capaz un hombre de amar tan intensamente a quien lo ha hecho su confidente? ¿Es aquella inocencia, propia de tu edad, el arma que apabulla la corteza que se forma en derredor de un corazón que ha sufrido el paso del tiempo?

Se ha perpetuado en mí el sabor de tus labios, con aquellos besos robados que no supimos explicar, aquellas caricias que nos hicieron creer que éramos cómplices de un sentimiento que crecía por cada una de las etapas que se incineraban frente al fuego de nuestra pasión escondida.

Jamás he de arrepentirme de aquellas caricias, no podré dejar en el olvido cada milímetro de tu cuerpo recorrido en la oscuridad de aquellas salas, tu breve cintura rodeada por mis brazos, cada curva de tu piel bajo la yema de mis dedos que parecía incendiar la brevedad de tu cuerpo.

¿Cuán dura puede ser la respuesta? ¿Qué tan hiriente resulta la voz de una persona? ¿Cómo lastima la filosa lengua que ayer extraía la miel de tu boca? ¿Por qué llegamos a la maligna estación final?

Doscientos diez, estación terminal de aquel viaje tan pleno de amor que no pudo soportar la diferencia de edades. No han sido menos las veces que dije quererte, no han sido menos las veces que intenté amarte, y menos aún las veces que añoré tenerte. Pero la oscura reacción de mis celos y la indignación que me producía perderte me han alejado de ti.

No sé si el tiempo, no sé si el recuerdo, o quizá el arrepentimiento sincero de aquellas palabras disparadas cuan arma de fuego directa a tu corazón, podrán traerte a mi nuevamente.

Injusta estación, que apareció en mi mente aquella soleada tarde en que nuestro tren llegaba a las doscientas diez etapas de vida.

Hoy, solo en mi estudio, no puedo más que recordarte. El alcohol trata de borrar cada uno de aquellos pasos, mientras mi corazón y mi mente te traen a mi memoria, como cruel castigo a no saber tratar la delicadeza de una mujer que florecía a la vida.

Aún sigues siendo el motivo de mi viaje. Dios quiera pueda encontrarte cuando el tren de mi vida vuelva a detenerse, sonriente, feliz y con tus pequeños brazos abiertos al final del andén.


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CONTACTAR CON EL AUTOR: dcerdeyra[at]infovia.com.ar

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* ILUSTRACIÓN RELATO: Alberto Mesa (fotógrafo uruguayo que ganó el II Certamen de Fotografía Almiar/Margen Cero) - ©2005.






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