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El junco tronchado
David Ríos Cubero


 

«Átropo, llevaba en sus manos las temibles tijeras con las que cortaba, cuando Láquesis, la distribuidora de la Suerte lo disponía, los hilos que Cloto tejía en la vida de los humanos» ¡Y Las Tres Parcas se fijaron en Tinín!

Sí, amigos míos, hoy os tengo que hablar de la Muerte y de cómo Niño Raro y sus amigos la vieron un día.

Es un tema que tenía que afrontar en Mis Memorias; pero no tengáis miedo que sabré pasar sobre él de puntillas y sólo tomaré una instantánea de la escena».
 


   
¡Se llamaba Valentín, pero le decíamos Tinín! Vivía en un piso de una calle céntrica. Siempre que pasábamos junto a su casa mirábamos al balcón. Y allí estaba Tinín tras los cristales de su ventana, sentado en una butaca de mimbre. Ya no salía, pues aparte de su corcova estaba muy enfermo.

Era uno de esos seres enigmáticos, encerrados en sí mismo, escasamente sociables, aunque con nosotros hiciera una excepción. Tenía una mirada muy inteligente y el rostro encapotado y su carácter se fue cerrando a medida que avanzaba la enfermedad. ¡Intuía que su mal no tenía cura!

Íbamos de vez en cuando a visitarlo y a jugar con él al ajedrez. Tenía una enorme facilidad para este juego. Hay quien aseguró que de no haber sido por la tara y su grave enfermedad —tenía tuberculosis— hubiera sido sin duda un Gran Maestro del Ajedrez.

No pudimos ganarle ni una sola vez y eso que nos concedía ventajas en el juego. Nos cedía algunas piezas antes de iniciar las partidas pero ni aun así, conseguimos siquiera terminar una partida en tablas...

Tenía pasión por el juego y de los periódicos atrasados, su padre le recortaba los recuadros en los que se reproducían las mejores partidas... Se sabía todas las aperturas y resolvía todos los problemas de ingenio...

Aquella tarde fuimos los tres amigos a ver a Tinín porque nos habían dicho que su estado había empeorado bastante.

Ya no podía levantarse. No nos vio porque tenía los ojos cerrados.. Estaba muy delgado y su piel era casi transparente. Su rostro más flaco y afilado que otras veces.

¡Y sus dedos tenían el mismo color que los cuatro cirios que custodiaban su blanco ataúd!

 

¡Niño Raro, Niño Albino y Julito con el alma encogida, vieron por primera vez la muerte de cara!

De Las Memorias de Niño Raro.

 

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CONTACTAR CON EL AUTOR: DAVIDDRIOS[at]telefonica.net

ILUSTRACIÓN RELATO: Fotografía de Pedro M. Martínez ©

 



 

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