El muerto tragón*
Miguel A. Rosales Ortiz
El 1 de
noviembre día de los santos difuntos el ambiente es de fiesta,
hasta que empieza el mortuorio sonido de las campanas; al conjuro
mágico de los bronces rítmicos, las almas desde ultratumba se
congratulan con los vivos y se aparecen como negras siluetas por doquier.
Llenas de amor, van llegando almas piadosas que cortan flores, llevan
dulces y frutos, consagran el pan, y con estos manjares erigen un
altar sobre la tumba y se sientan resignadas y llorosas a contemplar
las llamas de los cirios. De vez en cuando se arrodillan ante
la cruz que preside el rito, y quedan pensativos como evocando a los
difuntos añorando su presencia. En este ambiente la familia Almanza
puso su ofrenda para los muertitos. En la mesa colocaron tequila,
calaveritas, agua en un vaso de cristal, calabaza, pan de muerto,
fruta, incienso y flores muchas flores. Y lo que más le gustaba al
difunto: una cerveza y un plato de mole negro con su pierna de guajolote.
La idea de que el muerto acudiría a cenar los mantenía contentos,
así que alegres esa noche se fueron a dormir.
Al otro día.
—Vengan todos… vengan a ver… el muertito sí vino
a cenar en la noche —grita la abuela y sorprendidos se dieron cuenta
que, efectivamente, un pedazo de carne le faltaba a la pierna de guajolote.
—¡Milagro!… ¡Milagro! —decían los demás presentes.
—Qué milagro ni qué la chingada, fue el pinche
gato el que se tragó la pierna —se escuchó entonces la voz estruendosa
del abuelo.
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CONTACTAR CON EL AUTOR: marogris_9@hotmail.com
*Este relato
fue leído en el programa Al borde la frontera (Radio Carcoma
- 107.9 FM, de Madrid) el día 19.09.2005 (puedes escuchar la grabación
pulsando aquí).
- Lee otro relato de este autor (en Margen Cero):
El cuerpo
- Ilustración relato: Fotografía por Cristina Funes ©, participante
en la
II Muestra de Fotografía Almiar (2003).
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