Tus uñas
Óscar Garisa
Tus uñas surcando con suavidad
mi espalda, escalofrío leve, tus dientes blancos hendidos con
dulzura, tus pezones crispados clavados en mi pecho, tu pelo fresco
y sedoso rozando mi cara. Tu voz acariciando mis sentidos. Todo esto
y todo lo demás. Todo en un instante, todo en un recuerdo. Y en el
siguiente instante, todo se desvanece. Y estoy solo otra vez.
Suena el teléfono. Lo cojo con
el corazón en vilo.
—¿Sí?
—¿Daniel?
—No, soy Javier.
—Ah, perdón, me habré confundido.
—No, no, espera, esto igual quiere
decir algo.
—¿Pero qué dices?
—Nada ocurre por casualidad. ¿Por
qué no lo hablamos?
—¿Por qué no lo hablas con tu siquiatra?
Tarado…
Cuelga. Se me ocurre una idea.
Marco un número al azar. Oigo una voz masculina. Cuelgo. Marco otro
número. Sólo cambio el último dígito. La voz, ahora sí, es femenina,
sensual.
—¿Dígame?
—¿Marta?
—Sí, soy yo —jodo, qué casualidad—.
¿Quién es?
—Javier, ¿no me conoces?
—Claro tontín, era para hacerte
rabiar —está tía está más loca que yo.
—¿Qué hacías?
—Pues qué voy a hacer. Esperar
que me llamaras.
—¿Ah, sí? ¿Cómo puedo estar tan
seguro?
—Estoy desesperada, y por eso esperaba
tu llamada.
—¿Estás desesperada?
—Pues claro, todos los estamos,
¿o no lo estás tú?
—Yo el que más. Soy el rey de los
desesperados.
—¿Vas a venir a buscarme?
—Claro, faltaría más.
—Te espero a las ocho. Ponte ese
calzoncillo que tanto me gusta. Un beso. Te quiero.
Clin. Acaba de colgar. Será posible.
Ha colgado. Colgado. Colgado. «Colgado en su melena, me fui acordando
de quién era». Oh, qué bonita canción. Voy a buscar el CD de Secretos
donde aparece, mientras voy reflexionando sobre la locura. La mía
y la del mundo. Qué locos estamos. Qué loca estaba está mujer con
la que acabo de hablar. Pero qué voz tan hermosa. ¿Por qué habrá colgado?
¿Me estará esperando? ¿Y si fuera a buscarla? ¿Pero a dónde?
Telefoneo a mi amigo Hugo:
—Hugo, ¿te acuerdas de Rebeca?
—Cómo no me voy a acordar.
—¿De verdad era tan guapa?
—Sí, desde luego que sí.
—¿Y por qué era tan guapa? ¿Qué
la hacía tan erótica, tan sexual, tan atractiva? ¿El qué, por Dios,
el qué?
—Javier, ¿qué has tomado?
—Nada, no he comido nada en todo
el día.
—Ya lo veo, a tu cerebro le faltan
nutrientes, eso lo explica todo.
—¿Tú crees que volverá?
—Ya te he dicho mil veces que no.
—¿Y su recuerdo? ¿Volverá?
—¿Pero qué estás diciendo?
—Nada, déjalo. Te llamo mañana.
Cuelgo. Pienso en Rebeca otra vez.
Cuerpo glorioso, besos infinitos. ¿Besos infinitos? ¿Y dónde están
ahora esos besos infinitos? Pies pequeños, ojos grandes, cosquillas
en cada centímetro de su piel. Oh, recuerdo. Bello recuerdo. Eso es
lo que me has dejado. Un recuerdo. Recuerdo vaporoso. El recuerdo
ocupa un espacio en mi cerebro, pero no en mi cama. Esa sí que es
infinita. Al menos su soledad. Qué silencio, oh Dios, qué plenitud
silenciosa. Plenilunio. Soledad plena. Pena absoluta. ¿Qué erotismo
puede tener tanta tristeza? Dime, dónde encuentras tú el erotismo
en la tristeza.
El sabor salado de mis lágrimas
me hace recordar cuando pasaba mi lengua por tu cuerpo empapado en
sudor. Pero las sábanas están secas, muy secas. Como mi alma.
Lo tengo decidido. Cada día marcaré
un número al azar. Quizá una noche seas tú la que descuelgues el auricular.
Y te diré lo que podemos hacer. Y entonces quizá decidas regresar.
Y entonces quizá regrese mi cordura.
_____________________
CONTACTAR CON EL AUTOR: ideafugaz[at]yahoo.es
ILUSTRACIÓN
RELATO:
Cisco phone, By Garvid (Own work) [GFDL (http://www.gnu.org/copyleft/fdl.html)
or CC-BY-3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by/3.0)], vía Wikimedia
Commons.
|