Epitafio
y otros hiperbreves
Emanuel S. H. Marín
Cuando
Octavio se suicidó fue a parar directamente al infierno. Y
el diablo, como era de esperarse, no tardó en someterlo a las más
aberrantes torturas. Pero pasados momentos de eternidad, Satán empezó
a preocuparse ya que Octavio no sentía ninguno de los dolores a los
que sometía su alma. Por eso, luego de meditarlo, comprendió que había
un error, Octavio no debía de estar ahí sino en el cielo. Habló con
Dios y le dijo lo que había pasado y éste fue llevado al cielo donde
lo agasajaron con los placeres más puros que puedan ser imaginados.
Pero otros fragmentos de eternidad sucedieron y nuevamente era indiferente
a todo lo que se le sometía. Luego de esto Dios y Satán se reunieron,
y al no poder soportar esta alma ajena a todo decidieron enviarlo
a vagar por la tierra como un espíritu errante.
Octavio aceptó nuevamente indiferente. Y lo primero
que hizo al llegar fue cambiar su epitafio por uno que le pareció
más apropiado: «Desterrado del paraíso y del infierno por estar enamorado».
El pequeño mendigo
En la estación de un subte repleto de gente un
niño harapiento se encontraba pidiendo. Primero caminó un poco entre
las personas y luego se acercó a un hombre de traje que le daba la
espalda. Tiró con una de sus manitos de sus ropas para llamar su atención.
Y este se dio vuelta, viendo al niño con los bracitos extendidos hacia
él. El hombre lo miró y le entregó una moneda. El pequeño mendigo
no dijo nada, se alejó mirando la moneda y luego de sacar otras de
su bolsillo y de juntarlas todas en su mano pensó; «Ahora solamente
me falta saber dónde venden los abrazos».
El último deseo
Tuvo una vida plena. Tuvo cuatro hijos y una
esposa que le dieron todo el amor posible.
Siempre vivió como quiso vivir, y cuando no pudo
hacerlo nunca se resignó y luchó para encontrar su felicidad. Pero
estaba a punto de morir y todos se sorprendieron por el espejo que
pidió como último deseo.
Entonces fue cuando luego de entregárselo le
preguntaron para qué lo quería, y él les dijo:
—Es que le quiero sonreír a la muerte.
Retratos
perfectos
Cuentan que hace tiempo existía un hechicero
que practicaba la magia negra y era adepto a la pintura. Éste pagaba
grandes sumas de dinero a las modelos para que posaran para sus retratos,
pero lo que ninguna de ellas sabía era que aquel lienzo tenia un extraño
conjuro. El brujo retrataba a las personas de manera tal que los cambios
producidos en el lienzo se transformaban en la verdad del cuerpo de
la modelo. Así era cómo las pintaba con cambios drásticos, cambiando
lo que él pensaba como imperfecto e imponiendo su ideal de perfección.
También cuentan, pero más cercano a nuestro tiempo,
que un inventor conoció esta historia en su juventud. Y que luego
de muchos años lo inspiró para el gran invento de su vida: el televisor.
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Emanuel
S. H. Marín, poeta
y narrador argentino. Nació en 1985 y reside actualmente en Necochea,
provincia de Buenos Aires. Ha publicado sus microrelatos y algunos
de sus poemas en diversos medios electrónicos; Escritores.cl (Chile),
Letralia (Venezuela), Editorial Alkubia (España), Misioletras (Argentina),
Archivos del Sur (Argentina), Isla Negra (Argentina), La Web del Microrelato
(España) y Escritos desde la cueva (Argentina).
pupurhey[at]yahoo.com.ar
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- ILUSTRACIÓN
RELATO: Fotografía por
PEDRO M. MARTÍNEZ
©
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