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El cuento que
cambió mi vida

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José L. Ibáñez Torres


Un beso de vainilla no era suficiente, así que me encargué de que la segunda vez sus labios fueran de dulce. Puso el caramelo en mi boca y me dejó el sabor para siempre. El cuento que cambió mi vida llegó por correo en mayo sin remite, con matasellos moscovita y en una lengua que tardé años en aprender. Me fue más sencillo encontrar a la autora del envío. Los pájaros eran azules cuando el hombre aún no era hombre, pero se confundían con el cielo y se volvieron blancos, pero se confundían con las nubes y se volvieron verdes, pero el hombre, que ya era hombre, inventó el avión y ya nadie se acordó jamás de los pájaros. Rusia era para mí nieve y vodka. Para Irina era la revolución y yo su amor bolchevique. Nos amamos en la Plaza Roja durante los años del comunismo leninista, renegamos de Stalin y volamos verdes y olvidados como los pájaros pasando por África, la India, Australia, México, Argentina y una noche dormimos en el fondo del mar en el camarote de un barco hundido. Nunca sufrimos tal naufragio gracias a que tuvimos siempre chocolate en los labios. Por aquel entonces los corazones eran de caparazón de tortuga y pudimos vivir más de cien años, más allá de cualquier relato. Nuestro cuento no tenía final mientras nos quedaran los ojos y nos miráramos fijamente, enamorados, decididos a entregar la vida el uno por el otro y sin entregarla para mantenernos vivos con la esperanza del amor mutuo. La eternidad duró mil siglos y mil siglos nos concedió la luna como prórroga para seguir disfrutando. No levantamos nunca un muro ni jugamos a la guerra fría, no alistamos a niños en las filas de ningún ejército. Fuimos hombres de paz y amamos al Che, aunque no pudimos obviar sus armas. En lo bueno siempre existe el mal en pequeñas proporciones, en nosotros el mal se fue agrandando y nos cubrió con su manto de muerte y putrefacción. Algún día tenía que llegarnos el último beso, una despedida que quisimos retrasar toda la vida. Fue lamentable perderlo todo sabiendo que no era recuperable. El último beso fue de vainilla, maldito sabor sin dulce. No hubo más chocolate, perdimos. Sin embargo, podemos recordar el día en el que parecíamos haber ganado para siempre.



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JOSÉ LUIS IBÁÑEZ TORRES (Sevilla, 1984)*. Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla, ha trabajado o colaborado en COAG Sevilla, Canal Sur Televisión, Radio Betis, Radio Guadalquivir y Onda Local de Andalucía. En 2012 estuvo viviendo en Buenos Aires, Argentina, ampliando su formación en los talleres de realización audiovisual de Faro TV y de escritura creativa de El Respiradero.
Ha publicado las novelas Dos minutos en tu vida (C&M Editorial, abril de 2009, Sevilla) y Bébeme, bésame (Anantes Gestoría Cultural, abril de 2013, Sevilla) y el relato Agencia de viajes Mudanza Infinita en la recopilación de cuentos El miedo tiene los ojos grandes (C&M Editorial, diciembre de 2009, Sevilla). En 2013 participó por primera vez en una película, siendo ayudante de dirección en el largometraje Tarántula blues del director Joaquín Díaz.
Durante su etapa en la Universidad creó el grupo literario La Máquina de Escribir, cuyo blog es ahora una revista literaria digital.

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ILUSTRACIÓN RELATO:
Fotografía por Pedro M. Martínez ©

* Currículo del autor actualizado en septiembre de 2013.