Diario de una canción
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Rafael R. Valcárcel
«Esta mañana arrojé el diario
contra la pared. No estoy segura de por qué lo hice. Antes
pensaba que los periódicos se centraban en las tragedias, pero ahora
sé que lo único que les atrae es la violencia, que la muerte sin ella
no interesa, por más que sea colectiva y te deje sola, que es la tragedia
más grande que hay». Así comenzaba el diario personal de Eriel, el
que durante una década estuvo a la venta en una feria callejera de
objetos usados, el que nadie compró al ojear sus primeras páginas
y el que hace dos semanas fue adquirido por el Reina Sofía al conocer
el contenido de todas las demás.
Cabe puntualizar que las notas no eran
registradas con fechas, pero dicho documento adquiere la categoría
de diario, y no de libro de apuntes, porque Eriel, cada vez que escribía,
señalaba si era un lunes, jueves o sábado; envolviendo una historia
lineal en una secuencia circular de días de la semana. Sin embargo,
por los datos registrados y las averiguaciones realizadas por la actual
institución propietaria, se estima que las vivencias descritas transcurrieron
entre 1974 y 1979.
Un viernes en el que Eriel cayó en una
de sus recurrentes depresiones, fue socorrida por un débil recuerdo
extraído de su infancia, cuando sus padres le aplacaban sus ganas
de ser mayor, cantándole:
«Si de verdad quieres crecer y no envejecer
nunca vayas deprisa ni tampoco lento
el secreto es ir a la inversa del tiempo
pero nunca deprisa ni tampoco lento
sólo hay que ir a la velocidad del tiempo
para así comenzar a crecer y no envejecer.
El que acelera el paso descubre la nostalgia
el que se queda en el momento se queda
mas el que decide crecer conservando al niño
avanza hacia atrás recuperando su inicio
y los recuerdos que traspasan el ombligo (bis)…».
Cuando era niña no le prestaba mucha
atención a la letra, sólo se dejaba llevar por la melodía que la hacía
sentir arropada por un hogar. Recordaba algo más que la voz cálida
de sus padres, recordaba cada uno de los instrumentos que armonizaban
la letra; y, envuelta en esas sensaciones, comenzó a sentirse bien,
verdaderamente bien. Era como si el recuerdo pasara a ser un presente
que la introducía en un espacio donde la tristeza y la rabia estaban
prohibidas. No obstante, el hambre y luego el sueño la sacaron de
su burbuja, pero la sonrisa se quedó en su rostro.
A la mañana siguiente, Eriel se despertó
con la firme idea de conseguir esa canción —cruzada que marcó el interés
del museo por el diario—. Recorrió todas las discográficas de su ciudad
sin éxito, y tampoco lo tuvo al preguntarles a sus amigos y conocidos.
A raíz de eso, dejó su trabajo, cogió una mochila y recorrió todos
los países hispanohablantes durante unos cuatro años.
Debido al desconocimiento de los entendidos,
y no entendidos, decidió preguntarle a cualquier desconocido si le
sonaba esa canción (Eriel estaba segura de que no era una canción
inventada por sus padres, porque recordaba con claridad la música,
y ellos no sabían tocar ningún instrumento ni mucho menos componer).
Así que Eriel se ingenió muchas formas para llegar a la gente y otras
tantas para conseguir financiación, que fueron narradas hasta la penúltima
página del diario. Coordinó una serie de obras con el Teatro de los
Andes para adentrarse en decenas de comunidades recónditas, convenció
a Alberto Spinetta y a Mercedes Sosa para realizar actuaciones en
varias ciudades y pueblos de Argentina… y montó un centenar de acciones
con actores callejeros y músicos de dieciocho países. Pero ninguna
persona le dio lo que buscaba.
Al terminar su diario, en el lunes final,
Eriel escribió: «Convencida de que yo era quien le había puesto instrumentos
a esa canción familiar, decidí irme a cualquier parte. Estiré la mano
y un autobús amarillo se detuvo. Había un asiento vacío junto a la
ventana, al lado de un niño que llevaba un mandil con el nombre Gonzalo
bordado en el pecho. El bus comenzó a moverse mientras yo no podía
retener las lágrimas de impotencia, de fracaso. Traté de animarme
para no llamar la atención y por manía comencé a tararear la melodía
de mi canción. Y ese niño, Gonzalo, comenzó a cantar, y le siguió
un joven canoso, y después un hombre muy arrugado que estaba delante,
y siguieron todos los demás, hasta el chofer. Era hermoso escucharlos…
«El que acelera el paso descubre la
nostalgia
el que se queda en el momento se queda
mas el que decide crecer conservando al niño
avanza hacia atrás recuperando su inicio
y los recuerdos que traspasan el ombligo.
Si de verdad quieres crecer y no envejecer
recuerda que el juego es el principio de todo
y recuerda que ser parte es el único modo
pero es necesario que recuerdes ante todo
que sin arrugas nunca encontrarás el modo
de retomar las huellas para no envejecer…».
Y mientras los escuchaba, me di cuenta
de que el bus avanzaba marcha atrás.
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BLOG DEL AUTOR:
NoCuentos.com
(http://nocuentos.blogspot.com/)
ILUSTRACIÓN RELATO: Fotografía por Ángeles Charlyne ©, participante
en la
III Muestra de Fotografía Almiar.
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