El río
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José R.
Plens Mor
Era costumbre en mí
ir cada domingo a contemplar la parte abrupta del río.
Aquel
paraje siempre me atrajo; para acceder a él, tenía que recorrer unos
quinientos metros de angosto camino rodeado de enormes matorrales.
Una vez llegado a mi destino, podía observar el viejo y robusto puente
de madera que cruzaba el río y las dos tupidas alamedas que lo flanqueaban;
ambos parecían velar por su tranquilidad. Llamaba la atención la enorme
cantidad de pájaros que sobrevolaban aquella corriente de susurros
uniformes. A poca distancia del puente, había un tramo en el que el
río descansaba y parecía formar un estanque; en él, los nenúfares,
bellas y femeninas flores de nombre masculino, emergían orgullosos
de aquellas tranquilas aguas, cobijando con sus anchas hojas a los
pequeños e inquietos gobios que huían del sol.
Allí
me sentía bien, mis zozobras se desvanecían y mi alma alcanzaba el
umbral del equilibrio interior. Apoyado en el barandal del puente
y sin dejar de observar aquel magnífico lienzo, escudriñaba mi azarosa
vida cotidiana; ¿valía la pena esta lucha constante por destacar en
la vida? ¿Era noble sobrevivir arrastrado voluntaria y cobardemente
por la corriente de la docilidad para sortear sin sobresaltos los
vericuetos que la sociedad imponía? ¿Era inherente en mí el anhelo
de aparecer bien ante los demás? ¿Tan importante era lo que pensaran
otros sobre mí? ¿Estas escapadas al río eran otra forma de cobardía
para sentirme mejor con el sólo fin de soportar mi mezquindad?
Siempre
me hacía las mismas preguntas, siempre me quedaban las mismas dudas.
Al
caer la tarde decidí volver a la ciudad; mientras mis pasos se ahogaban
en el lodo que barnizaba el camino, sentía que dejaba atrás mi bálsamo
semanal; los pájaros ya no sobrevolaban el paisaje; la poca luz deslucía
la belleza de los nenúfares e incluso el dulce y tranquilo rumor del
agua se estaba agitando; al mismo tiempo la corriente parecía inquietarse
y de los susurros pasó a los lamentos.
—¡María,
coño, siempre igual, no hay una puta cerveza en la nevera!
La
miré furioso, fulminante. Abrí la puerta de casa, la cerré tras de
mí con violencia y me dirigí al bar a ver el fútbol.
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José Ramón Plens Mor
es un autor natural
de Lérida (España)
jrplens.flexiplan(at)eulen.com
ILUSTRACIÓN RELATO:
Fotografía por
Pedro M. Martínez Corada ©
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