La victoria
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Cristina
Bosch
No creas que no te quiero,
Christián; te quiero en serio, pero resulta que la gata trae desorden
a la casa, ensucia un rincón que deseo inmaculadamente limpio y perfectamente
ordenado. Además, tú sabes que intenta sumergirse en los dobladillos
de las cortinas de voile y debo espantarla para que no se suba
a los sillones blancos y azules de nuestro living pequeño.
También hay un olor nuevo
en la casa que me desagrada, un olor rancio a hígado, que se mezcla
con el polvillo del aserrín que cambiamos a diario: Daphne no soluciona
los problemas del hogar; por el contrario, desmejora la organización
y me causa preocupaciones.
En mi vida no existe
lugar para más problemas. ¡Quiero algo, un resto de tranquilidad!
Tengo derecho —¿no es cierto?—. Soy tu madre y estoy sola, separada
de tu padre desde hace once largos años. Llevo la casa sobre mis frágiles
y temerosos hombros y no me alcanza el dinero para comprar zapatillas
ni camisas nuevas.
Por favor, Christián,
ayúdame, compréndeme al menos; entiende de una vez por todas que no
estoy en contra de la gata sino a favor de mi orden, eso es todo.
¡No es tan difícil de asimilar!
Mi vida no es fácil;
te tengo a ti y a tus dos hermanos y debo resolver una cantidad de
aburridos dilemas como pagar la luz y quitar plata de donde no alcanza,
a fin de pagar ahora el Impuesto Municipal y luego comprar los huevos
de Pascua que finalmente este año quiero comprarles. ¡Hace tanto que
sueño con una Pascua llena de cintas de colores y mucho chocolate!
Quiero recibirlo a Dios
como se merece, pero aquí lo recibimos miserablemente, con agrias
sonrisas y miradas ajenas, no porque no lo amamos sino porque el dinero
no alcanza, —¿Christián, me oyes?—, no alcanza para celebrarlo a mi
antojo.
Por favor, te pido que
no te ofendas; eres mi hijo mayor, el más atento a mi desgaste físico
y a mi horror a la soledad; si quito la gata, si me llevo a Daphne
y la escondo en un bolso y la regalo, la casa retomará su aire limpio
y pulcro que la caracteriza, es sólo eso, devolverle su higiene, quitarle
el desorden y fregarla a mi gusto. Si tú quisieras... si tú te lo
propusieras, podrías entenderme, aunque claro, claro... me estoy olvidando
de la ternura que estás empezando a demostrar a través de ella, esa
ternura que te hace más abierto y por ende más noble también. Los
cuidados de tu gata te vuelven responsable con el prójimo, aunque
sea este animalito que me saca de las casillas. Es alentador verte
prodigar caricias y sonrisas; es meramente positivo encontrar tus
ojos glaucos —antes duros e iracundos— disolverse en gestos y caricias.
Daphne te licua el malhumor: te levantas distinto, la buscas con ademanes
paternales, dejas las sábanas y remueves parsimoniosamente descalzo
en busca de su alimento que cortas con cuidado, llena tu alma de generosidad.
Y luego abres la heladera y buscas la leche más cara —la de cartón
blanco con vitaminas— y llenas su bol de plástico naranja y contento
al fin la observas comer y beber.
Sí, es cierto que eres
diferente desde que ella está aquí; siempre te haces de un momento
para acariciar su lomo; te levantas incluso más temprano para prodigarle
esos minutos de amor con sabor a cariño.
No puedo decir que Daphne
no me moleste; por el contrario me sobra en esta casa, me pone nerviosa,
más nerviosa que de costumbre, pero Santiago
tu hermano, bien dijo que habría que buscar qué no me pone nerviosa,
qué no me molesta y quizá tiene razón, Christi, todo me molesta, porque
el desorden viene de mi interior; es un desorden de adultos que tú
no comprendes; es un desorden en mis cuentas, porque nada alcanza,
nada sobra y siempre debo pagar con lo que no tengo y quitar de un
pozo vacío, pero si pongo algo de mi generosidad dormida, si de nuevo
dejo abierto el corazón, quizá podamos hacerle un rinconcito a esta
gatita que tanto me estorba, porque en realidad, hijo mío, me estás
enseñando una lección de amor que había olvidado en este trajinar
entre libros, escritos y preocupaciones diarias. Me estás señalando
una lección: la de brindar sin esperar y someterse a un distinto orden
en la vida, con tal de que nuestros sentimientos sigan aflorando y
creciendo para ser seres más logrados.
De cualquier manera,
aunque Daphne me siga molestando y reine el desorden en mi balcón
y tire los potus y escarbe la tierra y luego suba a los sillones del
living y me tenga siempre en el filo de una posible caída, aunque
ensucie un rincón en la cocina y el aserrín vuele con donaire y un
olor nuevo a desinfectante se asome por nuestras ventanas abiertas
o cerradas, de acuerdo al lugar donde se encuentra ella y el olor
rancio a hígado me indigne el alma, me persiga el olfato... a pesar
de que desmejore la organización del hogar y me cause algunos sinsabores:
Daphne puede seguir siendo nuestra huésped habitual.
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CRISTINA BOSCH argentina residente
en Buenos Aires, es profesora de Letras además de ensayista, cuentista,
poetisa y correctora.
antonio.abellan.martinez[at]ono.com
ILUSTRACIÓN
RELATO:
Ojos azules y oceánicos, por Consuelo © (participante en nuestra
sección
Pon color a las palabras).
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