
De cómo el alcohol me
ayudó en la vida
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Juan Carlos Vásquez
Voy a contarles una historia
muy peculiar y contradictoria, la realidad de mi vida en aquel sentimiento
generalizado que todos repudiaban, mis porqués y mis negaciones. Mi
nombre es Fausto Ramandino, tengo setenta y tres años. Ahora estoy
sentado sobre un puente rememorando con nostalgia tantos episodios
de mi vida. Me doy cuenta de que en mi caso se comprueba el destino
pero aún y con mi experiencia no sé si me salvaré de la sentencia
que se personifica en esos episodios que siempre llegan a mí después
de la botella de turno.
Preparo la mesa, siempre dos copas,
aunque este solo, es el mecanismo junto a la música y un traje, eso
sí, tengo que estar presentable todo el tiempo, todo lo que guardo
a mi favor es la fe. Espero no herir ningún sentimiento, la opinión
de la sociedad sobre el compulsivo consumo del alcohol, es sólo mi
convicción y mi circunstancia, causa celestial desplegada en una copa,
a veces recuerdos aislados, traslados maravillosos con la melodía,
entre otras de las virtudes que concede.
Las mujeres casi siempre temen a esta
clase de bebedores, pero en realidad son estos los únicos capaces
de concederles sus sueños y es que recuerdo, sí, recuerdo tanto. Una
noche decembrina cuando caminaba tratando de internarme en otra cosa
que no fuera ese domingo tropecé con una mujer. Yo estaba metido en
un sobretodo tan flaco y despeinado que ella se impresionó e hizo
una señal como si tenía que peinarme pero no le preste atención a
aquello. Mis razones más perentorias de amor se hacían presentes cada
vez que me internaba en su aspecto. Toda mi atención estaba en sus
pecas, pocas, circunferentes, acentuadas y esparcidas por todo su
rostro blanco.
El cabello total resaltaba, sus ojos
grisáceos sobre unos labios carmesí que me provocaban morder a la
primera vista. Había cierta inocencia que entendía que tenía que ser
el arma más peligrosa de que ella disponía. Pero como me gustaba el
peligro y las consecuencias de todos mis riesgos dejé pues que la
seducción silenciosa me arrastrara cada vez más pareciéndole un esclavo.
Fue cuando me dijo que si no la mataba me correspondería. Allí le
declamé algunos poemas, estaba oscuro, de madrugada, y le supliqué
compromiso eterno, ella en un principio trató de evadirme, escapando
entre otras parejas que la distraían, no sabia su nombre pero le dije
que la amaba. A los seis meses era mi esposa.
Fue una transición corta pero llena
de magia, luego medité las consecuencias del hallazgo y no pude convencerme
a mí mismo de tenerla al observarla desnuda, hermosa, a mi lado. Y
es que casi nunca mi intuición me ha fallado, era la hora y el instante
perfecto, y aunque la neblina y el alcohol de la noche me perturbaban
un poco estuve tan decidido y seguro que tenía la certeza de que resultaría.
Los primeros años fueron majestuosos, tuvimos dos hijos, Sofía y Jonathan,
viajábamos cada seis meses hasta que un día travieso, tragicómico,
me reclamó, osó desafiante alejarme de mi pasión. Era el momento en
que saciaba mi sed espiritual. Momento en que nadie puede intervenir
y ella trató de hacerlo.
Y es que sí, cierto, tenia la tendencia
al alcoholismo, pero siempre el fue mi amigo inseparable. Él me ayudo
a escribir dos libros que ganaron el reconocimiento de todo el mundo.
La pluma no deslizaba, no derramaba ningún pensamiento sin esos sorbos
que ella decía eran desmedidos, en noches de tantas convulsiones conscientes.
Mi cuerpo físico se alineaba sin dificultad al astral y un juego de
descripciones se vertía siempre haciendo esbozos de cuanto me encontraba.
Reflexionando le expliqué, le dije que
en nuestro primer encuentro estaba ebrio, sin el alcohol en mis venas,
no le hubiese podido decir mis frases, tocarla de la forma en que
la tocaba y hacerla enloquecer como lo hacía. Me posesionaba una timidez
que se liberaba de a poco en los sorbos continuos, pero se fue y no
me entendió. Quería ponerme en una prueba extraña, siempre rogando
que me buscara otras razones y me mostró su arma, un video en el que
era el protagonista: Yo tambaleante tratando de besar a una desconocida
en la calle, durmiendo en una alcantarilla llena de botellas, pateando
un perro y asfixiándolo. Sentí una terrible humillación, yo que ese
día había salido de traje y corbata me vi casi desnudo y descalzo,
pero sus argumentos no me intimidaron y preferí alejarme sin decir
nada.
Quedé solo, viciado por el piano y en
la copa de vino recordé melodías de Ravel, mis manos se convirtieron
en prodigio, fue un extenso preludio hasta el amanecer. Nadie sabe
cómo sucede, pero sucede, y lo hago solo, sin tambalearme, sin adoptar
personalidades agresivas, porque patear un perro puede ser una acción
defensiva, tratar de besar a una desconocida un acto de amor, aunque
tengo que admitir que me levantaba mal, que mi cuerpo degeneraba y
que los dolores me hacían pasar el día buscando un baño.
La demora estaba cercenada por miles
de miradas que desde el cielo creía ver, personas en los costados
que no eran más que la etapa de alucinación severa, una nada como
burbuja alrededor de la boca y esa extraña apetencia por los dulces
en las tardes. Reconocí de mi esposa la mujer más escultural, fanática
de lo imprevisto, buena madre y buena amante entre otras de sus tantas
virtudes. Ya en el atardecer perdía el control de mis movimientos
pero ponía mi peso del lado vulnerable al equilibrio y caminaba, pero
mis hijos siempre me topaban justo y cuando apoyándome con un nuevo
bastón le sonreía a los espejos al ver mi horrible rostro, con esas
náuseas sangrantes, nada que me sorprendiera, mi sentido del humor
por más que la vida quería nunca había sido afectado y después de
mis exposiciones gástricas en el piso con mi dedo índice escribía
feliz.
Me pregunté entonces, y de nuevo, por
qué su negativa al entendimiento, sin el alcohol nunca hubiese podido,
primero, porque nunca he creído en nada y él me ayudo a sensibilizarme,
a creer en las magias con su efecto prodigioso, a desinhibirme de
idiotas preceptos. Con él la vida se plasma en esperanza, aunque el
castigo como todas las cosas lo tienen, sea la represalia en el desgaste
del tiempo, sea este cáncer insoportable en el estomago, impotencia,
mareos, alucinaciones atroces.
Hoy sobrevivo a una crisis alimenticia,
aquí habría llegado con mi esposa si le hubiese gustado participar
en mis momentos malos… Sé que empecé a tomar actitudes sospechosas,
extraviadas, de difícil clasificación, otro cincuenta por ciento eran
hormigueos, sudoraciones como si hubiese hecho enormes esfuerzos físicos,
pero creo que todo tiene un precio y estoy dispuesto a pagar el mío
con un brindis a la salud de aquella vida de logros majestuosos, inimaginables
para mi sobriedad, cómo puedo ser ajeno a quien me dio su mano.
Hoy iré al hospital, debo aprende a
existir con los dolores, me pondré a repasar mis experiencias para
pasar el tiempo, por lo tanto serán más llevaderas las quimioterapias
con estos ejercicios.
Sólo me queda un agradecimiento desde
lo más profundo de mí ser al líquido extraído de las magias más profundas
y extrañas, cinco mil años de mezclas sanguíneas. Es que yo pude ser
en las actividades cotidianas. Gracias alcohol, comprendo como es
de esperar que la muerte siempre está por ahí, cerca, mirándonos y
todos generalmente le huyen, yo no, yo irrumpo en su memoria con otro
sorbo impensable para mi familia. Tratando de contener mi vida un
poco más, obviamente lo que más me molesta es que en casa no me dejen
explicarle algo que yo muy bien conozco, por ello me condeno voluntariamente
a la soledad.
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Juan
Carlos Vásquez.
Valencia-Venezuela (1972).
Tiene estudios de Publicidad y Administración de Aduanas, como narrador
ha publicado un libro de relatos Pedazos de Familia, Ediciones
Estival Teatro, Maracay-Venezuela (2000). Sus escritos aparecen en
Antologías Poéticas publicadas en México, Chile y en España, en la
Revista Voces (La Coruña). Fue miembro de El Hueco
Asociación Cultural (2001), Miami y Spanic Attack
Organización Cultural (2004), Nueva York. Ha obtenido distinciones
en el Concurso de Poesía Pro lingüístico y Multimedia Premio Nosside,
Calabria-Italia. Edición XXI (2005) y Edición XXII (2006). Actualmente
está finalizando un cuaderno de poemas, Cansancio de Poesía
y un libro de relatos, Relaciones, que trata sobre lo contradictoria
y angustiante que resulta la perspectiva humana. Ha vivido en Miami,
Tampa (Florida), y Nueva York. Desde el 2005 reside en San Francisco
(California).
Contactar con el autor:
juancarlosvasquez72[at]hotmail.com
ILUSTRACIÓN RELATO:
Fotografía por
Pedro M. Martínez ©

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