La quinta puerta

Pastel de Margaret Glass
La puerta amarilla
(Pastel de Margaret Glass)
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Cruza esta puerta y...
escribe



TEXTOS PUBLICADOS: Carmen López León · Edgardo Massera · Marisol · Esther Zorrozua · María B. Herrero Pérez · Cartoon · Misteri · Consuelo · José Romero · Adriana Serlik · Ana Márquez · Antonia de J. Corrales · Antonio Alfeca · Azucena Blanco Pérez · María del Carmen Guzmán · Romi · Pedro M. Martínez · Pedro Alcarria · Beatriz Ruiz · Trancos · Pilar Romano · José A. Fraguas · Nadia · Riforfo Rex · Roxana Heise · Montse · Issa Martínez · Mariel



Parece que, tras la puerta amarilla, se guardaban las herramientas del jardinero; cuando la finca tenía jardinero, cuando la casa tenía cocinera y dos muchachas jóvenes que se encargaban de las faenas más pesadas y un ama añosa; la única persona que había estado junto a la señorita Adelaida Montcada y Alarcón en su prematura muerte, el día en que el alma se le escapó por un río de sangre que regó los rosales.

Ahora, la casa se había convertido en uno de esos «Hoteles con encanto» que figuran en las Guías Rurales y del parque que la rodeaba se encargaba una empresa de mantenimiento que enviaba, de vez en cuando, a unos cuantos hombres a cargo de un jovencísimo ingeniero forestal.

Del antiguo jardinero oyó decir en el pueblo que tenía, metido en un frasco, un «fenómeno»; una cría de cerda malformada que nació en el corral de la casa y que conservaba como un tesoro, hurtándola a las miradas de todos.

El ingeniero sintió curiosidad científica, y con la excusa de hallar alguna herramienta todavía de utilidad, pidió al capataz que le consiguiera la llave de la puerta.

El sol iluminó la estancia de golpe: sobre un anaquel excavado en el muro posterior, desde el interior de un tarro de cristal verdoso le contemplaban los ojos ciegos del rostro anencéfalo del último vástago de la familia Montcada.

Carmen López



Estaba cansado. El sol había cruzado su cenit y descendía implacable. El verano se presentaba más intenso que otros años. Recorría el prado en busca de especies vegetales para el estudio encomendado en el laboratorio de la Universidad. Topó con un muro sin años, macizo, cubierto de enredaderas, enamoradas del muro, y las mas diversas plantas , algunas de aspecto casi salvaje. Todas estaban abrazadas al muro, forzando su adherencia, casi pretendiendo traspasarlo.

Desconocía la existencia del mismo y notó que se extendía a ambos lados sin solución de continuidad. Agotado por el calor, secó el sudor de la frente con el antebrazo, y se apoyó en el muro. lo sorprendió el frescor inmediato que cubrió su cuerpo, tanteó las enredaderas y una mancha amarilla apareció por detrás. Despejó las ramas y fue apareciendo una antigua puerta de color amarillo. Tomó con fuerza, sin importarle la herrumbre, el antiguo picaporte; afirmó el cuerpo e intentó abrirla. Abría hacia adentro del muro. Al intentarlo, giró muy suavemente. Cuando sus ojos volvieron del enceguecimiento del resplandor inicial la puerta y el muro ya no existían. Observó anonadado el nuevo paisaje, estaba en el Jardín del Edén.

Edgardo Massera - luminotecnia[at]escape.com.ar



Siempre me llamó la atención esa puerta. Cuando era muy chica pasaba por enfrente de la mano de mi madre. Ella muy ocupada en sus mandados. Y yo muy preocupada en saber que habría detrás. Mi mente imaginaba un mundo oscuro con brujas y fantasmas un día y un mundo verde lleno de flores y sol otros. Mi madre caminaba rápido como la mayoría de los adultos y yo seguía en mi cabecita en el mundo que escondía aquella puerta. Nunca la vi abierta. Tenia aspecto de muy vieja y de haber visto pasar mucha gente. Yo crecía y la puerta se iba destiñendo. Cada vez más vieja pero sin ningún agujero que me permitiera penetrar en su mundo. Yo miraba a través de ella y veía duendes y enanos, doncellas y carruajes, arroyuelos y altos árboles, ya no iba de la mano de mi madre.

Cuando tuve edad suficiente para caminar por el barrio sin ella planeábamos travesuras con mis amigos. Traspasar la puerta y encontrarnos con una multitud de bestias, con gente de otro planeta, con animales desconocidos. Crecí y la vida me llevó a comprar lo que había detrás de la puerta. Mucho más de lo que había imaginado, un gran parque, blancas fuentes, verdes bosques, muchas flores, grandes estatuas, largos caminos y una casa grande como un castillo. Ya no tranqué nunca más esa vieja puerta y me divertía viendo cada tanto alguna cabecita asomar muy despacito. Y yo pensaba que ese día a una madre se le escapó alguien de su mano y la retrasó en sus mandados.

Marisol - monyr[at]adinet.com.uy



Alfonso había dejado el pueblo hacía más de treinta años. Cuando se fue, era un joven guapo y atlético, el segundo hijo de la familia más influyente de la comarca. Quizá el hecho de saberse con los pies tan asentados en la tierra, le proporcionó la audacia necesaria para, antes de marcharse pensando en no volver, llevar adelante la operación de acoso y derribo contra Elena, la hija pequeña de una familia humilde que habitaba la casa de la puerta amarilla, ya en las afueras del pueblo.

Ahora, regresaba Alfonso, con las alas de la soberbia recortadas por los reveses de la vida. Lo primero que hizo al llegar, incluso antes de entrar en el pueblo, fue acercarse a aquel lugar que le traía ecos de sus antiguas hazañas triunfales.

La casa estaba deshabitada; las puertas y ventanas no encajaban bien en los vanos. Puede que fuese el viento, pero él escuchó un gemido largo y quejumbroso, el lamento de Elena que hacía treinta años que lloraba. Y él también lloró sobre los adoquines que empedraban la entrada, mientras golpeaba impotente la puerta amarilla que no volvería a abrirse.

Esther Zorrozua - esther_zorrozua[at]euskalnet.net


Es la puerta de la casa de mi infancia, dorada y pequeña, como mis sueños de entonces. Aunque no era la principal, nos abría a mis amigos y a mí, a una especie de cueva mágica donde dormían juegos y juguetes, junto a las viejas herramientas de mi padre.

Correteábamos en verano, por los caminos adoquinados de la casa, nos escondíamos entre las hierbas crecidas en el invierno, malas hierbas, al parecer, según decían los mayores, pero era una gozada perseguir entre ellas saltamontes y mariposas, y personajes misteriosos inventados por la pandilla, que, curiosamente, cada año aumentaba, sin saber aún hoy por qué.

Las escaleras de piedra nos llevaban hasta la puerta grande, de madera noble y acariciada suavemente, por el paño, que resaltaba su brillo haciéndole guiños al sol, pero nosotros preferíamos la nuestra, la pequeña, tan enana como los que tirábamos una y otra vez de su pomo de hierro.

Mi infancia se quedó allí, dormida, en un verano de ésos, con el bocadillo dulce de la merienda entre mis manos, deseosas de acabarle pronto, para extender sus cinco dedos, libres, al fin, y abrir de nuevo la querida puerta amarilla, dorada, teñida de sol...

María Begoña Herrero Pérez - ameliazheller[at]hotmail.com



Cruzar una puerta..., el semblante de la primavera espera mis pasos. Cada huella es una estocada que no se repite, ella me mira desde el otro lado, belleza enigmática que colma mi piel... sin embargo me quedo duro, inmóvil —soy presa del ataque sordo de un animal feroz—. La dicha se ha acabado, la puerta se ha cerrado, fui víctima que habita en mi. Lloro como un borracho a las siete de la mañana y me siento a esperar. Desde dentro uno de los guardianes se asoma y pregunta:

—¿Qué haces tu acá?

—Estoy esperando para entrar —contesto con aire despreocupado.

—Aquí no hay nada para ti —dice interponiendo su figura en torno a la entrada.

—Pero ¿por qué otros pasan?

—Porque no tienen la gracia del desdichado.

Nunca entendí tales palabras, a pesar de ello me quedé acá, en este umbral. Estoy esperando que los miedos se disipen y que la dicha se convierta en una cosa alegre.

Cartoon - marcorudelli[at]yahoo.com



Y te veo como una piña artesonada, como aquella tarde crujiente de sol y sed, espléndida tras el velo que matizaba tus ojos, exuberante como el verde carnívoro de la selva.

Había una alegría virgen y clara en tu apetito sexual, eras la limpieza del romero y del fresco de la mañana. Eras, sin embargo, a la vez, el sopor de la siesta, y el abrazo brutal hasta tu centro.

Sonaban los lagartos entre las hierbas y unas cigarras perennes se incrustaban en mi oído.

Hoy son pajas asoladas y brillantes, y un eterno paisaje de agosto en mi recuerdo.

Misteri - jmoraldel[at]airtel.net



Cuando murió la abuela, sus cinco hijas bajaron las cinco escaleras del castillo hasta la puerta del huerto.

Al acercarse a la cerradura, las cinco niñas oyeron el ruido de las olas. Vieron el océano por los agujeros de la puerta. Tuvieron miedo. Dejaron caer la llave y se fueron corriendo: no querían morirse ellas también.

Es lo que me contó el poeta.

Consuelo - ssab568005[at]aol.com



Se oyó a la orilla del atardecer un seco estampido, el niño se estremeció sin comprender, y el mirlo sobrevoló sin batir las alas la selvática y acaso derruida muralla, rasgando con su incendiada sombra la sombría estampa que al otro lado presagiaba el enigmático latir de la gigantesca ruina. El niño perdió sin inquietarse sus ojos en la fugaz estela de su vuelo, no en vano esperaba verlo aparecer como tantos otras veces sobre el descarnado torreón del fondo, pero el sol se puso mirlo y el mirlo no aparecía, y el niño desojado acercó el oído al viejo armazón de amarillenta madera que lo escondía, con la esperanza de oír su trino. La puerta se entreabrió en un siniestro crujido, y allí, bajo el designio de su herrumbroso dintel, lo vio en el leve silencio de la muerta sobrecogido. Alargó la mano y acarició sus silenciadas plumas, sintió aún cálida su sangre sobre la piel de sus dedos, tiró con rabia de la hoja vencida, y sintió el frio golpe del pestillo al cerrar.

José Romero P-Seguin - alfonsep[at]terra.es



Era nuestro lugar de encuentro.
—En la puerta amarilla, gritábamos.
El primero que llegue deja una hoja como señal.
Lo repetimos durante muchos días.
Aquella tarde no había hoja, no había señal.
... Sólo una pequeña mancha de sangre y un trocito de papel.
¡No nos vencerán!

Adriana Serlik - lalectoraimpaciente[at]wanadoo.es



A ciertas puertas les pesa ese amarillo que es más de sol que de catadura acrílica. Les pesan también el tiempo lleno de días que dejan la madera más blanda y porosa, como carne humana. Pero a algunas puertas les pesa, sobre todo, el agobio vegetal, anárquico, que las vence y las centenares de ansiosas miradas que las agujerearon a golpe de pupila por imaginar el mundo, tras ellas, de otra forma.

Ana Márquez - orual16[at]hotmail.com



Esta mañana he vuelto a salir a la calle y, como entonces, antes de que te marcharas, he sacado la silla de anea y me he sentado frente a la puerta, hacía sol.

Sabía que no volverías. Lo supe cuando te vi calzarte esas pesadas botas de militar, cuando me miraste con esa mirada precisa, telescópica y perdida que me dio miedo, miedo porque no te reconocí tras ella, porque supe que te había perdido para siempre, que no eras el mismo. Hoy, un año después de tu marcha, he vuelto a coger las agujas, estoy tejiéndote un nuevo jersey donde prender la medalla que, a título póstumo, te dieron. Lo hago porque no sé en donde ponerla. Tu padre dice que desvarío, que no coordino, pero mis dedos siguen moviendo las agujas con exactitud: una del derecho y dos del revés. Tejer, a veces, es como vivir, se hace por inercia.

Las cosas siguen igual, tu muerte no ha cambiado nada, como tampoco cambiaron nada las demás. Las guerras, ya te lo dije, solo sirven para matar, da igual quien sea el que muera, da igual.

He de limpiar la maleza que crece en la entrada, pintar la puerta, he de hacer demasiadas cosas, pero antes debo acabar tu jersey, ya te dije, no sé qué hacer con este espantoso trozo de metal.

Antonia de J. Corrales Fernández



Entreabrió la puerta, silenciosa a pesar de su ostensible avejentamiento, y pudo observar una insólita escena en aquella estancia: un domador de circo como los de antes —chistera, chaqué rojo, camisa con puñetas y chorreras, bigotín retorcido, pantalones ajustados y botas de montar— iba seguido por una larga masa parda y amorfa en que apenas se podía distinguir algo parecido a un rostro. La fusta del altanero domador mantenía arrinconada contra un vetusto muro de piedra a una leona que rugía y bufaba nerviosamente mientras tiraba zarpazos, en uno de los cuales logró zafarse del acoso y huir cual gato escaldado confundiéndose entre una bruma espesa que hacía más sombrío si cabe aquel lugar sin fondo.

Al punto todos se esfumaron y Ernesto se atrevió por fin a atravesar sigiloso el umbral, no sin antes tomar por una pata un escabel de la entrada. Una vez dentro divisó algo que surgía de entre la niebla: en efecto, una leona, la misma que corría despavorida no hacía mucho. Pero esta vez se acercó con una docilidad que le resultaba harto familiar y con una mirada como no vio otra igual desde su niñez. Ante una mezcla de pavor, arrobo y compasión por el animal, la leona abrió las fauces y mordisqueó levemente la pata libre del escabel, tras de lo cual dio media vuelta y desapareció tan discretamente como vino.

A las 7 de la mañana recibió una llamada: su padre. «Mamá ha muerto», dijo sollozando. Y Ernesto lloró, pero no sólo de tristeza.

Antonio Alfeca - antonio_alfeca[at]yahoo.es


Dentro está la belleza desordenada del abandonado jardín.

No asoman a la tapia, pero con su olor a miel impregnando la calle, los almendros en flor me dicen: —seguimos aquí—. Y me voy con ellos al tiempo en que, con mi abuela, cruzaba esa puerta amarilla para maravillarme ante la buganvilla fucsia que cubría el porche de la casona de su prima; hoy en venta, pidiendo un rescate que yo no puedo pagar sino con la memoria.

Azucena Blanco Pérez


TRAS LA PUERTA AMARILLA

Vuelvo a mi hogar campesino, a la casa de mi infancia, al lugar humilde donde crecí pleno de carencias pero también de amor, de alegría y de ilusiones. La grava del sendero apenas se ve porque está cubierta por la hierba del olvido, pero se siente crujir bajo mis pies como si fuera un resto de pavesas que el tiempo convirtió en cenizas. Me acerco a la puerta cuya madera carcomida por tantos soles y tantas lluvias aun conserva la antigua pintura amarilla. La enredadera se ha marchitado como mi frente y sólo queda el tronco del rosal que antiguamente era todo el lujo de la antigua casita.

No sé si es mi corazón lo que palpita o es el reloj intemporal de la memoria lo que me hace temblar. No sé si conservo las emociones de antaño ni si estos pies son capaces de caminar, estos ojos de ver y estas manos de empujar la vieja puerta, pero debo intentarlo y entonces, alargo mi brazo, voy a empujar la puerta y mi mano la atraviesa como si fuera humo.

María del Carmen Guzmán - estaguas[at]hotmail.com



Detrás de esa puerta se encuentra una mujer, encerrada en un cuerpo de anciana. Las manos temblorosas, la postura incómoda, con un traje de arrugas y una voz ronca.

Esta viejecilla, de cabellos blancos, dentro de una habitación oscura, está esperando que alguien le ahorre el trabajo de llegar hacia la puerta y abrirla, para que así pueda disfrutar del sol como cuando era niña.

Romi - rominarte80[at]hotmail.com



Aquella mañana brillaba el sol como si fuera verano. Se escuchó el frenazo de un coche y el ruido poderoso del motor de un camión ante la puerta pintada de amarillo de los Weissbrot, que resistió muy poco los culatazos y patadas de los soldados. Los gritos de dos oficiales arañaron el muro de piedras blancas que protegía la entrada a la granja, y algunos visillos aventaron en las ventanas del caserío el terror de ojos que miraban cómo los cascos relucientes, las botas de media caña de cuero negro y los uniformes grises de los soldados se acercaban corriendo hacia ellos.

—¡Am Befehl der mein Leutnant! —gritó uno de los soldados mientras golpeaba sobre la puerta de la casa. Al fin, la madera astillada se derrumbó.

Sacaron después a empellones a la espantada familia y pintaron estrellas amarillas sobre sus ropas. Era septiembre. Tres aviones Messermicht sobrevolaron el cercano pueblo. La guerra había comenzado.

Pedro M. Martínez Corada - www.martinezcorada.es



Cruzó la pequeña puerta blanca despintada.
Las vetas de la madera y los cerrojos cabizbajos.
El dintel y la breve orla del sol lamiéndole los hombros.
Entró encorvado y con el bigote en llamas.
Entró acarreando una pala y un macizo de hortensias derrengado.
Una vez un tulipán azul.
Y un ataúd tres veces.
Hubo días que entró mientras su mano callosa se demoraba unos momentos.
Un día pensó en substituirla.
El hombre era un artesano, un hombre hábil.
Eligió la madera como otro hubiera hecho con una esposa.
Con las herramientas de su oficio dio forma a una nueva puerta.
Una espléndida mañana le clavó los goznes.
Y al mediodía la pintó, tres capas.
Una vez hubo ocupado su sitio la nueva, la vieja puerta fue leña.
Se consumió ardiendo como arde una guitarra, como arde un piano o la culata de un fusil.
Y el invierno siguiente murió el hombre.
Como mueren los hombres.
Como el viento hace cerrar una puerta hecha para encajar perfectamente.

Pedro Alcarria - Hebrasdesol[at]yahoo.es



Siempre mi productividad se basó en no abrir esa puerta, en no dejar que nadie entrara. La crucé muy de joven (tuve esa suerte) y fue mi casa. Sin necesidad de una doble personalidad fui tejiendo las astillas, fui regando con lágrimas todas las espinas. Y vaya si intentaron entrar, mas no encontraron más que nada. Hasta que un día llegaste, llegaste y abriste estando dentro desde dentro, y tan llena de polvo, y tan herida y tan hermosa, que te adopté no como mascota, sino como a mi amor, mi verdadera, que al besarte supuras y sellas esa puerta con acero, no para que nadie entre, sino para que nada salga, ni las muertas ratas. Así soy feliz, así tan simple, masturbando nuestra miseria, escarbando hacia el infierno porque el cielo se nos quedó pequeño. Todo lo de fuera es dolor, desalojan a las personitas con excusas de posesión. Ponto llegaremos señorita, sólo hay que seguir todos los caminos.

Beatriz Ruiz - sic_33335[at]hotmail.com



Esa puerta significaba muchas cosas para mí, esa puerta es mi yo verdadero, ese yo oculto; ese que tanto me preocupa conocer por miedo a mirarle de frente y ver que realmente es el único yo auténtico y real. No puedo abrirla todavía, no estoy preparado para escuchar lo que quiere decirme. Tengo miedo de saber contestarle y es ese miedo el que me ata a esta silla y no me deja pasear libremente. Déjala cerrada, déjala estar... todavía no estoy preparado y prefiero engañarme pensando que quizá no es tan importante lo que quiere contarme y que tan sólo me gusta idealizar ese otro yo, esa puerta a mi otra vida.

Trancos - lgomez[at]pgt.bsch.es



Esta puerta existe solamente en mis sueños. Lo sé. Pero a veces siento el impulso de salir a buscarla, de percibir su olor a madera vieja, de sentir apenas el pinchazo alertador de alguna de las plantas espinosas que han crecido junto a ella, defensoras de mis sueños; de entibiar mi piel con el sol cuya luminosidad el amarillo potencia al punto justo; de recostarme en el muro rugoso pero confiable que la rodea.

Quizá encuentre esta puerta. Podré hallarla el día en que se cumpla alguno, al menos uno, de mis sueños, como hallar de verdad la comprensión y estímulo que me sugiere el amarillo; saber que alguien está junto a mí para custodiarme amorosamente; sentir que me alumbra una luz que no sea mezquina ni enceguecedora y me llegue con tibieza; y sobre todo, saber con certeza que puedo recostarme en tu espalda, fuerte como piedra, cuando sienta que me tambaleo.

Pilar Romano - mariadelpilar[at]arnet.com.ar



Una puerta cerrada, una persona desconocida. Imaginas tú realidad, das forma a tú mundo, decoras tus recuerdos, moldeas tus sueños, vives tus fantasías, satisfaces tus deseos, colmas tus esperanzas, consigues tus metas. Eres feliz, y entonces, la puerta se abre...

José Ángel Fraguas - jdnjose[at]hotmail.com



No entres, está prohibido, eso no se hace pero maldición ¿qué se hace?

Sólo era una niña pura e inocente. Mi resistencia debió ser mucha para estar hoy echada aún en una nube de ilusiones e idioteces pero viva ¿VIVA?, AY... como si fuera importante.

Es aparentemente oscuro, dentro no hay luz artificial, sólo yo atrapada en infinitas paredes e ideas que me desquiciaron un poco.

Utilizo mi razón no la razón, entonces busco la PUERTA sin ningún inconveniente salgo. Si puedo salir, puedo andar mas no comprender qué es lo que veo, aún con la ayuda de la luz del sol y la luna, no puedo. Yo prefiero, yo quiero, yo
un infinito yo apaciguado ahí dentro detrás de la puerta… sí definitivamente prefiero estar detrás de la puerta y ser feliz no ansío abrirla menos salir. Mientras todos se preguntan qué hay detrás de la puerta.

Nadia - nadia_lmm[at]hotmail.com



Alicia consiguió por fin abrir la puerta del Bonito Jardín. Al pasar al otro lado se quedó confusa, aquel era también su jardín, o muy parecido. Volvió atrás y luego adelante de nuevo. No había diferencia.

—¡Qué tontería! —se dijo—. ¿Por qué habrá una puerta aquí si los dos lados son el mismo?

El resto de la historia consistía en contar un día normal en la vida de Alicia, sólo que la niña se extrañaba de que todo fuera como era.

Los gatos no sonreían, los bebés no se transformaban en cerdo, los sombrereros eran unos tipos serios, las flores no hablaban.

Riforfo Rex - rperez[at]dis.ulpgc.es



Despecho

Abres la puerta, una sonrisa cínica deforma tu rostro de niño viejo. No esperabas encontrarme con vida, después de someterme por años a la fatal toxina del olvido. Pero estoy aquí, mi recordado amante, bajo el umbral de tu asombro contenido, rodeada de añosas enredaderas, como yo, con la lozanía de la oportunidad que te invita a pasar y tomar asiento, sobre las púas candentes del despecho.

Roxana Heise V -
roxanaheise[at]vtr.net




Dulce, sólida puerta amarilla, anclada entre humildes ladrillos, firme sobre hierbas y piedras, guardadora de secretos, palabra de heno, beso de agua.

Contienes el alma de tardes soñadoras, el sol único e inabarcable de la infancia, aquella alegría pequeña que sustentaba los días, la luz que nos decía cómo sería la vida que nos aguardaba, tan imposible como necesaria, aquella a la que todavía no queremos renunciar.

Tibio aliento de madera, frescor ofrecido a nuestros pasos, tu promesa junto al camino acelera el corazón, abierta savia amarilla.

Montse - mmontano[at]pharma-consult.es



Al amparo de la hojarasca
se escucha el latir del sol.
Sus tintes dorados mecen
los años y las esperas.

Coronado umbral de barros
y piedras de rústicos caminos,
sólo yo sé, del edén arcano que se esconde,
tras tu aparente pereza de deshebrados crepúsculos.

Issa Marcela Martínez Llongueras - ceramica65[at]yahoo.es



La vida no era más que el aire que se inhala en una tarde en la que sigilosamente se busca ser libre. Salir de casa nunca es buena idea si se pretende regresar, no vaya a ser que alguien se enamore de tu encierro y arbitrariamente habite en él. No hay nada peor que sentirse cautivo, justo cuando se ha logrado ser independiente. Hoy me he quedado encerrada del lado que da a la calle.

Mariel - Mariela806[at]yahoo.es

Esta puerta estuvo abierta hasta el 28.02.2004


Las puertas anteriores (leer textos ya publicados...):

1 Fotografía: Carmen López León


Fotografía: Pedro M. Martínez
2
3 Pintura de Nick Harris Pintura de Paul Cezànne 4

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Puedes leer nuestra valoración de las colaboraciones recibidas
hasta la entrega n.º 5 por PUERTAS y por AUTORES.


Cruza esta puerta... y escribe, es una sección
ideada y coordinada por Carmen López León
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ANTERIORES SECCIONES PUBLICADAS DE ESCRITURA COLECTIVA:

PINTURA VIVA · PON COLOR A LAS PALABRAS · CRUZA ESTA PUERTA Y ESCRIBE · CUÉNTANOS UN VIAJE EN... · PÓQUER LITERARIO · PÍDELE AL MAR UNA HISTORIA · LA TIENDA DE ANTIGÜEDADES · ESPERANDO EN... ·
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