relato por
Francisco J. Blanco Torres

 

E

ran las cuatro y treinta y cinco de la madrugada cuando Cormac se despertó, sobresaltado. Ojos de búho fijos en la oscuridad, con una visión constante dentro de aquellos pozos negros. Se trataba del sueño de costumbre, la metáfora de su vida. Se veía a sí mismo empuñando un arco, pero al colocar la flecha sobre la cuerda le era imposible disparar. Una fuerza poderosa le impedía soltar la cuerda.

Como ferviente seguidor de las teorías junguianas, Cormac veía reflejada en aquella recurrente pesadilla el fracaso de su vida. Con cuarenta años a sus espaldas, sin una pareja estable, y con un trabajo gris de funcionario, veía pasar sus días como un pasajero subido en el bus urbano. Siempre el mismo trayecto, los mismos paisajes, la misma gente, el mismo conductor, hasta llegar a la inexorable parada final.

Aparte del sexo ocasional con féminas pasajeras, solo una cosa le obsesionaba. Siempre había soñado con ser escritor. Escritor profesional. Se podían contar con los dedos de una mano sus obras escritas, pero ninguna había logrado darle la fama y el reconocimiento a los que él consideraba que era acreedor legítimo.

Fiel a la frase de Heráclito, todo hombre despierto habita un mundo común, pero cuando sueña vive su mundo más auténtico, Cormac estaba obsesionado con la hipotética existencia de otros mundos más allá del cosmos ordinario. Lejos de aquella fría y tortuosa realidad, una infinidad de mundos posibles se abría ante él, tendiéndole una mano cálida y amistosa. La avidez del Sistema le oprimía. El aire de la rutina le asfixiaba.

Se sentía vacío, libre de toda atadura material. Y carnal. Despojado de todo vínculo emocional con otro ser humano, alejado de la soga laboral que ahogaba su espíritu, como un poético Odín colgado del gran fresno Iggdrassil para obtener el secreto de las runas, así Cormac también anhelaba un deseo que, con el paso de los meses, daba rienda suelta a su locura y reducía a cenizas el lúcido y pequeño rincón que, vacilante y solitario, se sostenía en pie trabajosamente en el caos de su mente.

Y estaba cerca de conseguirlo. Si Don Quijote había caído presa de la locura a causa de la voraz lectura de los libros de caballerías, Cormac creía haber encontrado la piedra filosofal de todo escritor. Varias voces, a veces aisladas, y otras al unísono, le susurraban historias. Cuenta mi historia, cuenta mi historia, le decían, urgiéndole a entregarse a una actividad frenética. Y él escribía al dictado de aquellas voces, cronista maldito de personajes que venían de un futuro distante o de un pasado remoto, hologramas mentales que lo acosaban a todas horas, sin concederle tregua ni descanso.

Escribe mi historia, escribe mi historia.

Apenas comía. Y dormía poco. Lo paradójico era que nunca se había sentido tan lleno de vitalidad, con una lucidez dolorosa, pero cara a su espíritu. Se sentía más vivo que nunca, aunque su estado pálido y demacrado lo presentaba a los ojos de los demás como un ser humano en fase terminal, aquejado de cáncer.

Durante los breves momentos en los que Cormac no oía las voces imperiosas que lo impulsaban a escribir, le gustaba pensar que aquellos estados de éxtasis, en los que su conciencia se veía gravemente alterada, se parecían mucho a los sufridos por los antiguos místicos, que creían así estar en contacto con la divinidad.

Escribe mi historia, escribe mi historia.

Los hologramas mentales de los personajes que le demandaban que escribiera, pequeños daimones que ahora formaban parte de su vida, empezaron a formar con el tiempo un pequeño cuadro de coloridas figuras cuyas historias se entrelazaban, como el tríptico del Jardín de las Delicias del Bosco, escenas animadas e independientes entre sí, pero con una historia común que unía a todos los personajes del cuadro, como los finos eslabones de una cadena.

¿Qué es real? ¿Lo que veo con mis propios ojos, o lo que pulula en el interior de mi mente?, se preguntaba Cormac. ¿Qué es la verdad? Quid est veritas?, le había preguntado con escepticismo Pilato a Jesús. En la misma pregunta está implícita la respuesta, en la propia lengua materna de Pilato. Est vir qui adest. Es el hombre que tienes delante.

Escribe mi historia, escribe mi historia.

Escribe…

Deirdre, la mujer que había compartido su vida con Cormac durante casi cinco años, y que terminó por abandonarlo debido a su incapacidad para el compromiso, y porque los demonios internos del escritor amenazaban también con quebrantar su delicada estabilidad emocional, recibió un día un mail de su ex pareja que decía lo siguiente:

Hola, Deirdre. Espero que estés bien. Sé que no tengo derecho a pedirte nada, pero necesito que me ayudes. Solo tú puedes hacerlo.

Han vuelto, Deirdre. Y esta vez para quedarse. Viven dentro de mi cabeza. No puedo concentrarme en otra cosa. No me dejan en paz. Hace meses que he pedido la excedencia en el trabajo, incapaz de concentrarme en otra cosa que no sea escribir. No dejo de hacerlo. Escribo casi veinte horas al día. Al principio pensé que esto era lo mejor que podía haberme pasado en la vida. Tienes que leerlo, Deirdre. Es lo mejor que he escrito en toda mi vida. ¡Qué digo! Lo mejor que se ha escrito en este siglo. Llevaba tanto trabajo adelantado que en menos de un mes decidí que dividiría la obra en una trilogía, por si en un futuro cercano los personajes que me consumen el cerebro se decidieran a abandonarme y dejarme en un estado más lastimoso que en el que me encuentro ahora mismo.

Siento que me vampirizan, Deirdre. No puedo vivir con ellos, pero sin ellos tampoco. Mi vida sería aún más triste y vacía sin su presencia. He aprovechado estos escasos momentos de tregua que me han concedido para enviarte este mail. Ya no me duele tanto la cabeza. No siento ese incesante martilleo de voces en mi cerebro, como el sonido infernal de un millón de martillos golpeando contra un inmenso yunque. Otras veces es como un ditirámbico y salvaje sonido de tambores. Cientos de tambores, como los que llevaban los sajones en sus batallas contra los britanos de Arturo y sus caballeros.

Oh, sí. La muralla de escudos bien cerrada. Escudo con escudo, ni una fisura abierta, y Arturo y sus jinetes en las alas, aguardando la llegada de las apretadas filas sajonas, escudo con escudo. Ya vienen los sajones. Ya vienen…

Ya están aquí, Deirdre. Otra vez. Tienes que ayudarme, por favor, antes de que…

Mis padres son el emperador y la emperatriz. Mi padre es severo y majestuoso. Su palabra es la ley, y no me atrevo a contradecirle. Mi señor y mi rey. Mi padre. El Rey Pescador está herido. La tierra se volverá estéril y yerma. Papá, papá, papá. Tengo miedo a la oscuridad.

Mamá entra en la habitación y enciende la luz. Me tranquiliza con suaves palabras, y después de darme un beso apaga la luz. Sus ojos brillan terribles en la oscuridad. Sus dientes son afilados como cuchillos. Es una araña que teje su tela con paciencia para devorarme. También quiere matar a papá, y ocupar así su trono. Y después quiere hacerme Rey consorte con ella.

Diógenes el Cínico salía todas las noches a buscar a un hombre con su lámpara, pero cuando se encontraba con alguien, gritaba exclamando que buscaba hombres y no heces. ¿Hay alguien ahí? ¿Hay alguien ahí? ¿Hay alguien ahí? Nadie responde.

No hay nadie, no hay nadie. No hay nadie.

Perdona, Deirdre. No puedo evitarlo, ni borrar lo que acabo de escribir. Me incitan a seguir escribiendo. Quizás no me quede mucho tiempo. Te he querido siempre, ¿sabes? Nunca pude superar que me dejaras. Nunca hubo otra como tú.

El caballero está a punto de llegar al castillo del Grial. Duras pruebas le acecharán en su camino. La Muerte le mostrará su clepsidra. Toda empresa es vana y temporal. Regresa a tu tierra, mi buen Galahad. Cásate y haz el amor a tu mujer, come y bebe, y vive de las rentas de tus tierras. El Diablo le ofrecerá los reinos de este mundo. Polvo y ceniza, mi buen Galahad. Polvo y ceniza.

Cuelga el poeta François Villon cabeza abajo, atado por un pie a un patíbulo sostenido sobre dos árboles. Ahora sabe que la justicia es una ramera con los ojos vendados, con una espada en su mano derecha y una balanza de dos pesas en la siniestra. Su vieja vida ha quedado atrás. Lo condenan a diez años de destierro, lejos de París. Ya no temerá más mirar profundamente a los ojos de la Muerte.

¿Qué habría pasado si la serpiente, una vez que Adán y Eva tomaron el fruto del árbol prohibido, los hubiera llevado al árbol de la vida para que comieran de él, y así pudieran llegar a vivir eternamente a pesar de ser pecadores e imperfectos?

What if, what if?…

¿Qué sería de aquel mundo, donde los seres humanos no estarían sometidos a la vejez, ni a las enfermedades, ni a la muerte? Pudiera ser que los libros estuvieran prohibidos, la poesía desterrada y la Historia hecha jirones, y en el que la realidad virtual dominara las mentes de la humanidad con látigo de seda.

No imaginas cuánto te echo de menos. No sé cómo he podido vivir sin ti todo este tiempo. Ayúdame, Deirdre. Ayúdame, por favor. Te necesito aquí a mi lado. Tú y yo juntos de nuevo. Estoy solo. Terriblemente solo. Mis viejos y fieles amigos ya no vienen a verme. ¿Te acuerdas de ellos? Creo que he olvidado hasta sus nombres… Ah, sí. Ya los recuerdo. No. Imposible. Los he vuelto a olvidar. Solo me acuerdo de… Ah, sí. Solo recuerdo sus motes. Hugin y Munin, como los fieles cuervos del viejo Odín, que le traían las noticias de todo lo que sucedía en los nueve mundos. Sí, Deirdre. También ellos me han abandonado. Al parecer ya solo soy un maldito loco.

Otra vez. El punzante dolor de cabeza. Púas en los ojos.

Dos hermosas mujeres ocupan el corazón de un hombre. Obligado a elegir entre una de las dos, el enamorado escoge a la más joven. La otra mujer, despechada y llena de odio por ambos, los perseguirá hasta el fin de sus días con odio asesino, acompañada por los perros feroces e infernales de Hécate.

Dos magos caen derribados de una gran torre. Uno de ellos, incapaz de asimilar su caída, seguirá su camino y con el tiempo construirá otra torre, más grande y terrible que la anterior, con una sola puerta y ventanas muy pequeñas, y jamás saldrá de ella, consumido por el odio y el resentimiento. El otro mago, en cambio, se convertirá en un ser errante, y con el aspecto humilde de un peregrino, dedicará el resto de su larga vida a confortar a los débiles y humillar a los poderosos.

Necesito verte, Deirdre. Te necesito. Ven pronto. No sé cuánto tiempo podré resistir esto. No seré capaz de hacerlo sin ti. Por favor.

Otra vez. Han vuelto. Ya están aquí.

Al día siguiente Cormac era una sombra de sí mismo, un siniestro y poético Gollum encerrado en la isla de su húmedo piso, el rostro ajado, los ojos grandes y brillantes de un demente, y su mente, antaño admirada y querida por ella, ahora se había convertido en puro delirio.

Así lo encontró su antigua novia, acurrucado en una esquina de su dormitorio, los brazos alrededor de las rodillas, y con la mirada fija en el vacío, susurrando la misma frase una y otra vez, con voz ronca y gastada.

Quid est veritas? Quid est veritas? Quid est veritas?

 


 

Mi nombre es Francisco José Blanco Torres, y nací en La Coruña en el año 1974. Mi carrera literaria comenzó en el año 2006, cuando me publicaron en la editorial Atlantis la novela histórica Lobos del Brezal. En el 2007 me publicaron en la misma editorial el relato corto Banshee, como parte de la antología literaria Tic-Tac. Cuentos y poemas contra el tiempo, donde también participaron autores como Luis Eduardo Aute, Ouka Leele y Espido Freire. También he sido colaborador asiduo de la revista digital de historia, fantasía y ciencia-ficción Aurora Bitzine, donde me han publicado por entregas mensuales las novelas históricas Emain Macha, desde septiembre de 2007 hasta agosto de 2008, y la novela Ítaca, desde febrero de 2010 hasta agosto de 2010. Asimismo he participado con cinco poemas durante los años 2008-2012 en el proyecto Gira Poema, un libro sin derechos comerciales que fue liberado en distintas ciudades de todo el mundo con la participación de poetas conocidos e inéditos. Dicho proyecto fue convocado por la página web de poesía, narrativa y artes visuales Antaria y Letras Kiltras, que está gestionado por la poetisa chilena Natalia Gaete, impulsora del proyecto. Asimismo he estado colaborando desde el año 2011 con las revistas literarias Cinosargo, Sol Negro y Axxón, y también con la revista literaria española Almiar, donde me han publicado varios poemas y ensayos.

 Ilustración: Fotografía Pixabay at Pexels [public domain]

 

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Relatos en Margen Cero

Revista Almiar (Margen Cero™) – n.º 99 – julio-agosto de 2018

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