relato por
Luis Pueyo García

 

V

iví en aquellos meses de la primavera de 1986 una de las experiencias que más honda impresión dejaron sobre mi persona, marcando para siempre una fría, triste y pusilánime forma de ser que, solo con los años, logré matizar levemente en mi carácter. Sucedió todo durante la que fue mi corta infancia, súbitamente interrumpida para mi desgracia. Yo cursaba sexto de EGB, el equivalente al año escolar en el que se matriculan los niños de diez años aunque por aquellas fechas todavía tenía nueve. Al menos así lo recuerdo mientras escribo estas líneas. Durante mucho tiempo mi mente decidió eliminar selectivamente aquellos desagradables momentos pero ahora han regresado de manera fragmentaria, aún incompletos, a mi cabeza, golpeándola fuertemente hasta conducirme a mi actual estado de postración intelectual.

Dejo a continuación paso a los escritos que encontré en un perdido cajón del viejo mueble de madera lleno de carcoma y telarañas que durmió muchos años en un antiguo, desconchado y herrumbroso pajar de la casa de mis tíos. Creo que son más ilustrativos que lo que yo mismo pudiera redactar en un recuerdo ya lejano que, no obstante, ha vuelto a retumbar en mi frágil memoria.

Perdida para siempre, hubo un fatídico día: ese en el que descubrí aquella pequeña libretita de anillas rojiza, ya descolorida y cuarteada. Ella regresó como regresan en ocasiones los muertos, ávidos de justicia. Ese bloc de notas, de letra cuasi ilegible, comenzó a hacerme recordar. Y es que, es bien sabido que aunque la memoria tiende a edulcorar o matizar buena parte de los sucesos traumáticos que nos suceden en la infancia, en especial los más desagradables, finalmente acaban por asentarse en el interior de nuestros pensamientos más lejanos y oscuros.

Ahora he vuelto a recordar. El país vivía momentos convulsos y yo vivía con mis padres en un pequeño pueblo al que habíamos sido destinados por el azar de la administración. Este es el inicio de una redacción confusa, de letra casi ilegible, pues por entonces padecía una profunda disgrafía que nunca he acabado de desterrar. Mi formación paleográfica me ha permitido desentrañar esos deformes garabatos que, finalmente, me dispongo a trascribir. No se muy bien porqué lo hago, quizás para que en el futuro estas cosas no vuelvan a ocurrir.

Viernes, 23 de abril

Estoy enfadado y por eso escribo. Me he cabreado mucho esta mañana, en el colegio. Antonio me ha escupido en la cara. No se muy bien el porqué, he hablado con la señorita María y lo ha castigado. Después me he sentido mal, porque no quería que lo castigasen. En el fondo yo tenía la culpa, había estado chinchándole toda la semana con lo del partido de fútbol. Luego, cuando he llegado a casa, mi madre estaba llorando. No entiendo porqué le pasa eso, no lo entiendo. Creo que mi madre sufre por algo de mi padre. Él está siempre fuera, solo viene a casa a comer y después se vuelve a ir al trabajo, quizás esta semana iremos al piso de mi abuela como solemos hacer.

Lunes, 26 de abril

Estoy cansado. Este fin de semana hemos hecho lo de siempre, viajar. Cuando vamos de fin de semana mis padres me recogen a las 5, después del colegio. Siento una sensación en el estómago cuando el coche coge un badén, como si me subiera para arriba. No sé si es bueno o malo, pero me siento mal así que estaré malo. Cuando llegamos a la ciudad papá tarda mucho en aparcar. Después, lo típico. El sábado vino un señor que no conozco y estuvo hablando con mi padre un buen rato. Tiene muy mal aspecto y una mancha muy oscura que le marca la sien derecha. Se les oyó hablar más alto de la cuenta, pero yo estaba viendo la televisión, los dibujos animados. Mi madre había comprado una torta de azúcar que tanto me gustan. Está riquísima, es de hojaldre y me la como toda de un tirón. El domingo no fuimos al parque como acostumbramos a hacer después de salir de misa. Mi padre fue a llamar por teléfono y yo me quedé con mamá viendo el mapa de España que hay en el suelo, en relieve. Por la tarde estuve viendo el programa que me gusta tanto de Si lo se no vengo. Después volvimos al pueblo y sentí otra vez la desagradable sensación de vacío que penetra por mi estómago. Es domingo porque, al llegar, están dando la serie Luz de luna.

Lunes, 3 de mayo

Este fin de semana hemos ido a casa de mi tío. Como siempre nos ha contado las mismas historias de siempre, muy chulas aunque repetidas. Críticas sobre la comida, lo normal para sacar conversación. Otra vez, en casa de la abuela, ha venido el señor de la semana pasada. Parece que debe dinero a papá. Estaba escuchando en la habitación de las dos camas, al lado de la ventana que da a la galería. Decía que pronto le devolvería el dinero. La verdad es que no he querido preguntar nada por si papá se enfadaba. En el coche hablaba con mamá de que esta semana viajará dos días, que pedirá permiso en el trabajo. No sé que es lo que tiene que hacer fuera porque nunca habla de lo que hace cuando se va. Solo dice que va a examinar en oposiciones, que no sé muy bien lo que significa. Hoy estaba cansado en el colegio, en el patio le he tirado una piedra al Curro y después el director me ha dicho que hablarían con mis padres. Espero que no lo haga.

Jueves, 6 de mayo

Cuando he llegado esta mediodía a la casa me he cruzado por las escaleras con el señor que he visto en el piso los fines de semana. Supongo que saldría de casa. Papá estaba ya allí. Había vuelto del viaje que hizo el martes. Estaba un poco nervioso, sudando mucho y, cosa rara, se ha dado una ducha. No se cuánto tiempo hace que no se duchaba. Además luego estaba agresivo, se ha llegado a sacar la correa aunque, como suele ser habitual, después no pega. En el fondo es bueno, aunque me grite de manera desagradable.

Miércoles, 12 de mayo

Estoy muy nervioso pero creo que me tranquiliza escribir. Ayer cuando volvía del colegio el hombre estaba en la escalera. Me dijo que esperaba a mi padre y comenzó a tocarme la cara y el pelo. Yo me aparté pero él me abrazó y me tocó por todas partes. Menos mal que salí corriendo y salí a la calle. Tenía mucho miedo pero no podía contarle nada a mamá. Me daba vergüenza. Estoy muy triste por lo que ha pasado. Y pensar que ese hombre tiene tratos con papá. Desearía no haber nacido para no tener que ver más a ese señor.

Lunes, 17 de mayo

El fin de semana lo pasé fatal. Creo que mamá ha notado algo porque no ha parado de preguntarme que qué me pasaba. He decidido olvidar lo que pasó, creo que no volverá a pasar y además si ese hombre me volviera a tocar le daría un buen puntapié en sus partes, para que escarmentara. Después que se quejase a mi simpático papá, que tiene relaciones con el asqueroso este.

A partir de aquí la letra se hace todavía más oscura e ilegible. Realmente ha sido un milagro poder transcribir esta parte pero era como si fuese recordando una a una las palabras. Instintivamente, por desgracia, he tenido que recordar lo que jamás hubiese querido.

Miércoles, 19 de mayo

Ha venido a buscarme al colegio. Estoy muy asustado y creo que mis padres lo están notando. No logro recordar bien su rostro. Tengo pesadillas, veo a una masa informe avanzando hacia mí con unas manos como de plastilina que me atrapan y me sumergen en un mar de plástico derretido, como cuando se quema en la hoguera. Me ha perseguido y me ha cogido cuando menos lo esperaba, al salir del campo del Quimpa, entre todo el carrizo que se acumula allí. Me ha obligado a hacer cosas que no quería. No lo quiero recordar. Tengo moretones por los brazos, me ha apretado con mucha fuerza y me duele. Tengo que guardar el secreto. Será mi secreto. Nadie lo debe saber. Espero que ese tipo no regrese…

 

No sé si merece la pena escribir esto o debería dejarlo olvidado en el fondo de mi pensamiento. La verdad es que lo que viví me marcó, como marcaría a cualquier chaval de mi edad. Marcó una vida para siempre y, aunque mis padres y mi familia jamás lo supieron, no volví a ser el mismo. Yo solo recuerdo a un hombre y a una mancha, posiblemente un incipiente melanoma, que ojalá fuese terminal. Aquí acaba el relato de la libretita roja, al menos lo que encontré en aquel lugar. Es posible que las ratas y otros insectos comedores de papel hayan volatilizado algún recuerdo más referente a ese desagradable asunto. Les doy las gracias, ya que en mi memoria no existe nada más después del apunte final. Solo la mancha y lo que el propio texto me ha escupido a la cara vilmente. No quiero recordar pero habré de soportar esta pesada losa el resto de mis días.

 


 

Luis Pueyo García
Luis Pueyo García
se dedica a la docencia. Es profesor de Geografía, Historia e Historia del Arte, funcionario del Estado titular desde 2009 y también ha impartido clases de Cultura Clásica y Ciudadanía. Gran lector, en sus ratos libres y, como afición, le gusta escribir relatos breves o cuentos, artículos sobre actualidad: economía, política y también edita una modesta revista de cine.

🔗 Web del autor:
·De relato: http://reflexionsinimportancia.blogspot.com.es/
·De cine: http://elcinequeyoveo.blogspot.com.es/
·De Urbs Photographica: http://luispueyoperspectivas.blogspot.com.es/

📖 Leer otros relatos de este autor (en Almiar): El tullido por necesidad · La nación de la risa

Ilustración relato: Fotografía por PublicDomainPictures / Pixabay [dominio público]

 

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Relatos en Margen Cero

Revista Almiar (Margen Cero™) · n.º 99 · julio-agosto de 2018

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