San Jorge

y el Dragón

Víctor Montoya

Un sábado de verano sofocante, al cruzar por la catedral de Gamla Stan, en Estocolmo, me pareció oír una música sacra entonada por un coro de angelitos, cuyas voces celestiales salían rodando por la escalinata hacia la calle. Atrapado por la curiosidad, y ansioso de refugiarme en la sombra, atravesé el pórtico a paso lento y, de súbito, me vi rodeado por una construcción arquitectónicamente asombrosa. En efecto, después de la basílica de San Pedro en el Vaticano, ésta fue una de las catedrales que me impresionó por su decoro y ámbito sugestivo. Tanto su grandeza como su belleza parecían determinadas por fuerzas ajenas a la voluntad humana. El silencio, apenas roto por el susurro y el paso de los visitantes, era estremecedor y tenía en sí algo de divino.

La historia de la catedral comenzó en la segunda mitad del siglo XIII, cuando el fundador de Estocolmo, Birger Jarl, mandó a construir una pequeña iglesia en el punto más alto de la isla Stadsholmen. La iglesia, desde sus inicios, fue consumida por las llamas tantas veces como se levantó de sus cenizas, hasta que la consagraron en 1306. Desde entonces se hicieron varias reconstrucciones tanto en el interior como en el exterior de la catedral de cinco naves. En el interior, entre las paredes ornamentadas con motivos sagrados, se levantan las bóvedas y los pilares, dando la sensación de sostener el peso descomunal del mundo. En el exterior, inspirado en el barroco italiano, se aprecian los ventanales y la cúpula que, por su forma y altura, logra cierta armonía entre las construcciones aledañas, correspondientes al Palacio Real y a otros edificios de la ciudad vieja de Estocolmo.

Sin embargo, lo que más llama la atención es la estatua de San Jorge, obra del pintor y escultor alemán Bernt Notke, quien no dejó huellas de su vida, salvo que creció en Lübeck, donde realizó una serie de pinturas en la iglesia de María, y murió aproximadamente en 1509, como uno de los grandes escultores de finales del medioevo alemán. Notke dedicó cinco años de su vida a esta monumental obra de arte, hecha en madera noble y cuerno de alce. Según cuenta la historia oficial, la estatua fue encargada por Sten Sture, luego de haber derrotado a las tropas del rey Cristián de Dinamarca en la guerra de Brunkeberg, en 1471. Probablemente Sten Sture se identificó con San Jorge, considerándose a sí mismo el caballero que había vencido al dragón danés y salvado a la princesa (su esposa) y a Estocolmo de una invasión enemiga.

La estatua, representando la luz y la oscuridad, lo bueno y lo malo, lo demoníaco y lo angelical de la condición humana, está ubicada frente a la pintura El juicio final, realizada por David Klocher D’Ehrenstrahl, el candelabro de siete brazos y el tríptico en ébano y plata, que constituyen el altar dedicado a San Jorge. Los relieves del pedestal, donde cada detalle es motivo de asombro e indagación, representan otros motivos de la magnífica legenda del santo patrono, quien, durante la Edad Media, fue considerado el héroe cristiano por excelencia, y a quien se apelaba, por medio de cánticos que hacían referencias a su heroísmo y honor, pidiéndole protección y triunfo. El caballo, guarnecido por sus arreos de guerra y parado sobre sus patas traseras, luce la cabeza empenachada, mientras el jinete, empinado sobre los estribos, se enfrenta al dragón que lanza llamas por las fauces. El dragón, hecho de furia y terror, se levanta y retuerce en actitud de ataque, entretanto San Jorge, enfundado en su armadura y levantando la espada con ambas manos, está presto a cortarle el pescuezo. La princesa, hincada a unos metros con las manos en actitud de imploración, los contempla conmovida por el reto entre un hombre que encarna la bondad y una bestia que representa la maldad. La princesa, con diadema y traje de rigor, está acompañada por una oveja que simboliza la sumisión y obediencia.

La leyenda de San Jorge, en su función de alegoría, cuenta cómo este santo llegó cabalgando a la ciudad de Silene, en la actual Libia, donde un terrible dragón devoraba a la gente sin piedad y sin que nadie pudiera hacer nada para liberarse del martirio. Todos vivían aterrorizados por la fiera que exigía sacrificios humanos a cambio de no destruir la ciudad, hasta el día en que Cleolinda, la hija del rey, debía ser sacrificada. Entonces, según refieren las versiones primeras, apareció San Jorge montado en un corcel, dispuesto a batirse espada en mano con tan feroz animal, al cual, tras un combate donde se midieron las fuerzas del bien y del mal, lo abatió y cortó la cabeza. Después reunió a los vecinos, que estaban llenos de admiración y de emoción, para hablarles de la fe cristiana. Se dice que sus palabras eran tan hermosas como su imagen, que incluso los más paganos se convirtieron al cristianismo, pidiendo a Dios concederles valor como a San Jorge para luchar contra el dragón infernal y no permitirle que asole la ciudad ni los esclavice con sus tentaciones.

Ante esta leyenda basada en la vida de un hombre, quien siendo humano se trocó en santo, es natural que todos se pregunten: ¿Cuál fue su origen? Mas como los mitos y leyendas son relatos más propios de la inventiva popular, no es fácil encontrar una respuesta simple, sobre todo, cuando existen diversas versiones acerca del lugar de su nacimiento, aunque la mayoría de las especulaciones lo sitúan en la región central de Asia Menor, más concretamente, en Capadocia (Turquía). Algunas versiones dan cuenta de que era el hijo de un agricultor muy querido y que siendo aún adolescente llegó a ser oficial de caballería en el ejército romano en tiempos del emperador Diocleciano. Como es de suponer, el desconocimiento de datos más exactos sobre su vida ha dado pie a la imaginación popular para atribuirle toda clase de proezas. ¿Sería San Jorge un guerrero del que se pretendió que abjurara de la religión durante una de las persecuciones decretadas por Diocleciano contra los cristianos y que, al negarse a tal pretensión, fue objeto de persecuciones y torturas antes de ser ejecutado? No se sabe con certeza, como no se sabe la fecha exacta de su muerte, así algunos estimen que se encuentra a finales del siglo III o comienzos del IV. Lo único fidedigno, al menos para los seguidores del cristianismo, es el hecho de que San Jorge fue canonizado en el año 494 por el papa Gelasio I, quien lo proclamó uno de esos seres «cuyos nombres son venerados por los hombres pero cuyos actos son sólo conocidos por Dios».

Lo interesante es que San Jorge, en atributo a su heroísmo y coraje, se convirtió en el santo patrono de los scouts, por ser el prototipo de lo que un scout debe ser. Para Baden-Powell, ya sea en el contexto de la historia o de la leyenda, este santo patrono poseía las cualidades de desinterés y coraje físico y moral, que él vio como parte de los objetivos de formación del escultismo entre los jóvenes. No en vano sostenía que cuando San Jorge «enfrentaba una dificultad o un peligro, sin importar lo grande que pareciera, aun en la forma de un dragón, él no lo evitaba o le temía sino que lo enfrentaba con todo el poder que podía».

Así pues, amigo lector, la estatua de San Jorge es un regio motivo para interrogarse y fantasear sobre las bienaventuranzas y hazañas de un hombre que, siendo de carne y hueso como cualquier mortal, se trocó en santo patrono y en una bella estatua que desata las emociones estéticas del alma apenas se la contempla en la catedral o Stora Kyrkan (Templo Mayor) de la ciudad vieja de Estocolmo.

montoya [at] tyreso.mail.telia.com

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* Ilustración: Stockholm-Storkyrkan (St.Georg), By Jürgen Howaldt (Own work (selbst erstelltes Foto)) [CC-BY-SA-2.0-de (http://creativecommons.org/ licenses/by-sa/2.0/de/deed.en)], via Wikimedia Commons.


▫ Artículo publicado en Revista Almiar (2001). Reeditado por PmmC en septiembre de 2019.

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