Bajo farolas cálidas
viejos con las encías sangrientas,
desnudos, ofreciendo lo que son.
Se contonean como un robot de juguete,
hacen cabriolas,
mientras sus perros suspiran.
A veces tomar lo triste que me ofrecen
es como coger el cuchillo,
y mezclarme en el sucio orgasmo,
de un anciano emputecido.
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Cada día
saludo a la cuchilla afilada,
mientras muestro mi brazo al mundo.
Tejidos blandos. No funcionan.
Sangre,
mi amante fuera y dentro.
Soy una paciente sin nombre,
esperando en pasillos de metal,
pero duele tanto esa nada,
duele tanto…
Cómo puede ser que no sentir la piel,
llegue a hacerme latir la sien tan alto.
Volver al origen,
de mi interior enrarecido,
lleno de telarañas de sangre muerta,
de cuchillas impasibles.
Otra vez despertar sola,
con las sábanas heladas
susurrando, al contar cicatrices.
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Plegué cada prenda con cuidado,
mientras te besaba atentamente.
Luego desprendí mi mano,
desmembré mi pierna,
y trace una espiral perfecta
sólo para ti.
En lo extrañamente inmenso,
de nuestro mundo ficticio,
sólo existe una vez ese momento,
delicadeza absoluta,
en el que de rodillas ofrezco lo que soy.
Pero nadie tuvo nunca pupilas suficientes
para mirarme a los ojos.
Nadie pregunta,
nadie camina por senderos estrechos.
Así Nadie se convirtió en un nombre,
en una ausencia con la que converso
cada día y cada noche,
interrogando su perverso secreto.
Bebemos juntos sin juerga,
estrechamos el hilo de escalofríos
hasta que ambos volvemos a crearnos
en un círculo indefinido.
No queremos volver a llorar en un rincón
porque las palabras no sirven,
y más allá sólo manda lo visible.
Esperamos, conversando,
a que llegue
el cuchillo más desconocido.
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Contactar con la autora: spectronia [at] hotmail.com
ILUSTRACIÓN POEMAS: Fotografía por
Pedro M. Martínez
(Del libro
Photomaton) ©
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