Laura Cuello

por Guillermo Ortiz López

Laura dice: «nueve». Laura dice: «cuatro». Ni siquiera he tenido tiempo de ver los números de la matrícula del siguiente coche cuando Laura ya los ha sumado y dice: «tres» y sonríe porque ha ganado. Yo tengo mis propios números: quedan cuatro horas. Llueve. Acabamos de bajar del autobús, ella está cargada de bolsas y yo sujeto el paraguas. Ha venido desde Valencia para pasar el fin de semana y ya son las cinco de la tarde del domingo. Su autobús sale a las nueve.

Laura Cuello

Para entender bien a Laura hay que tener en cuenta la frase que encabeza su página web: «Imagen viene de imaginar», por muchas dudas que tenga de si es el sustantivo el que viene del verbo o al revés. En cualquier caso lo que queda es el concepto: la imaginación. «Desde que era pequeña, he vivido en un mundo propio, mi mundo. Me parecía más rico que el mundo de fuera precisamente porque era mío, porque podía ajustar la realidad como yo quisiera. Por ejemplo, cuando hacía un dibujo no pensaba en algo concreto, en plan, voy a dibujar una casa, sino que dibujaba cualquier cosa y cuando ya había terminado, lo miraba y decidía lo que era».

El mundo de Laura, el complejo mundo de Laura Cuello y su imaginación y su difícil relación con la realidad. Una realidad que, para ella, no tiene trazos ni líneas sino que queda a la interpretación del que mira. Como un cuadro de Modigliani en la Fundación Cajamadrid. Como una fotografía. Como un sueño.

Cuando salió de la infancia —«nunca he salido de la infancia», matiza ella, otra vez sonriente— decidió que quería ser profesora de español en Londres. Comunicarse en su propia lengua. Luego cambió de idea y decidió estudiar Comunicación Audiovisual, «pero fue una decepción, porque había que trabajar en grupo y yo busco un proceso de creación totalmente propio», así que decidió que lo audiovisual sería su trabajo y la fotografía sería la expresión de su mundo, una expresión a veces contenida y a veces ilimitada. Arriba y abajo, pero nunca en el medio.

Participó en varios cortometrajes y acabó fundando junto a otros doce amigos la productora Terratrèmol. Eligieron un lema que no parece casualidad: «Desde su creación, en 2004, Terratrèmol Produccions tiene como objetivo no dejar de imaginar. Queremos contar historias y trabajamos para poder contarlas. Siempre en movimiento», dice su dossier de prensa. Imaginar. Imágenes. Imaginación. Movimiento.

Laura se mueve con dificultad mientras atravesamos la plaza de Santa Ana en busca de un café decadente. Me gustan los cafés decadentes, esa es la verdad. De vez en cuando, Laura comenta: «seis», «cinco», «tres» y vuelve a sonreír.

S. Hamaliuk

Pero imaginar no lo es todo, también está soñar. Laura Cuello vive en un mundo de imágenes y sueños, una especie de Alicia valenciana que parece estar todo el rato a punto de ahogarse pero consigue salir a flote. En Madrid o en Vancouver, por ejemplo, donde conoció a Esteban Azuela. «Enseguida conectamos, es una persona muy especial. Vimos juntos La ciencia de los sueños, de Michel Gondry y me habló de un concurso que habían hecho en México. Se llamaba Anima tu sueño y consistía en hacer un cortometraje de un minuto en stop motion¸ es decir, fotografías que van pasando a toda velocidad, como los dibujos animados del principio del cine…

Teníamos un tiempo muy limitado y había dos premios: el corto ganador se proyectaría en salas junto a la película de Gondry, el segundo aparecería como extra en el DVD. Yo estaba ahí en Vancouver, muy desmotivada profesionalmente, y de repente fue una subida de adrenalina. Empezamos a pensar juntos: «¿qué es un sueño? y buscamos ideas por todas partes, hasta que de repente fuimos al baño y vimos el grifo de una bañera… y surgió la idea».

Laura y sus bañeras. Se enteró del divorcio de sus padres en una bañera, ganó el Premio Nacional de Fotografía Valencia Crea 2005 gracias a Soy sumergible, imágenes de una niña vestida de blanco ahogándose en una bañera, y situó S. Hamaliuk en una bañera en la que Lauro intenta cambiar el tiempo de atrás adelante y otra vez atrás sólo girando el termostato del agua caliente hasta que es literalmente devorado por un aluvión de hojas otoñales. El corto ganó el segundo premio, apareció en la versión DVD que se distribuyó en México y ha sido proyectado en Asia, Europa, Norteamérica, Sudamérica, el Centro Pompidou de París… En España ganó el Festival Dunas de Fuerteventura y el Certamen Videominuto de Zaragoza, ambos en 2007.

Premio merecido para un corto casi imposible: «Era otoño en Vancouver. Salíamos por las tardes a recoger hojas y clasificarlas: rojas, amarillas, verdes, colores intermedios… Trabajábamos día y noche, sin parar. Teníamos que buscar atrezzo (marcos, madera…) y coordinar a un equipo. Tiramos unas 1500 fotos para hacer sólo un minuto de vídeo. La gente se cree que es todo post-producción, pero de eso nada, son todo fotografías».

La fotografía como amante

El camarero baja una pantalla gigante. Tenemos un par de cafés sobre la mesa y el paraguas y sus mochilas bien guardadas. Van a poner el partido del Barcelona y el Levante. Ella, de pequeña, iba al campo del Levante. Le hace gracia. «Son muy malos, les van a caer un saco de goles», dice, y vuelve a sonreír y yo me quedo mirándola fijamente, con ojos de cansancio y de un principio de nostalgia, y le pregunto: «¿Cómo llevas toda esa exhibición, cómo casa eso con tu pequeño mundo?».

No está segura. Duda. «Me da algo de vértigo, pero prefiero no pensar en ello. Yo lo he hecho y luego camina solo. A mí no me llena la promoción ni andar llevándolo de un lado para otro, ya lo sabes. Mira mi portfolio, está en Internet casi todo, sí, pero ¿adónde lo he llevado?». A pocos sitios, es verdad. «¿No te gustaría dedicarte a esto, profesionalmente?», insisto, pero ella no lo tiene nada claro: «Es un dilema, si vives de ello, dejas de ser honesto con lo que haces, lo instrumentalizas. O al menos corres el riesgo. Para mí la fotografía es como un amante, ¿sabes? Lo quieres, te entregas, es pura pasión, pero no lo muestras a todo el mundo para que lo vea. Es tuyo y te lo guardas».

¿Miedo? «No, timidez más bien».

Laura se excita mucho cuando habla de esto: «Es que es una cuestión de sentimientos. Yo cuando hago esto muestro una parte de mí, no toda, por supuesto, pero sí una parte, y no espero que la gente diga “lo entiendo o no lo entiendo”. No se trata de entender. Odio que la gente diga “Yo es que no entiendo de fotografía”, tú lo dijiste el otro día, pero yo lo odio igual. El asunto es que comunique algo, que te haga sentir algo. Si hay un mensaje, el mensaje es “siente”¸ pero no razones, no busques explicaciones como las chapitas esas que ponen en los museos para que los turistas se “enteren” de lo que están viendo. La fotografía no es eso».

Se calla y piensa algo, luego me mira, luego sonríe, luego yo sonrío, luego decidimos que es mejor ir yendo a la estación. Queda una hora y media y quiere cenar algo antes de salir.

Retratistas y muñecas

«Yo me di cuenta un día de que dominaba mejor el espacio que el tiempo. La imagen fija. No sé qué hacer con el tiempo, el tiempo se me escapa», me explica mientras hacemos correspondencia en Pacífico. El tiempo se nos escapa a los dos. Apenas una hora para el despegue. «¿Y qué prefieres, fotografiar cosas o personas?», le pregunto.

Piensa un momento, deja pasar a una señora en la escalera mecánica. «Personas», contesta. «Me encantan los retratistas». ¿Por ejemplo? «Francesca Woodman, Sophie Callé, Nan Goldin, aunque me dé algo de miedo. Las tres son mujeres, ¿te has fijado? No sé, puede ser casualidad o puede que no, puede que su sensibilidad se parezca más a la mía por eso…».

Cenamos. Laura no se ha traído ninguna de sus muñecas para que conozca Madrid. Se fabrica sus propias muñecas, las encarga por Internet por partes: cabeza, cuerpo, vestidos… Juega con ellas y las fotografía. Es una niña. Nos pongamos como nos pongamos es una niña, y cuando caminamos por las dársenas al autobús sigue con su juego, aunque ya no haya premio, porque a los niños los premios les dan igual, lo que les gusta es jugar, sin más, pase lo que pase, y según va caminando, me mira y dice «seis», «nueve», «uno»… y sonríe, con sus dientes diminutos, medio partidos.

«¿Sabes cuál es el truco?», me dice justo antes de despedirse definitivamente, mientras su coche aparca y el conductor abre la puerta. «Tienes que quitar los nueves. Cada vez que veas un nueve o dos números que suman nueve, quítalos, suma el resto y ya está, el resultado es igual», y yo no sé cómo reaccionar, porque yo creo que el truco es otro, algo que tiene que ver precisamente con sus dientes partidos y su sonrisa y su imaginación y su concepto propio de una realidad sin trazos ni líneas y me quedo parado, mirando cómo entra en el autobús, sube las escaleras, se sienta y saluda por última vez con la mano.


FOTOGRAFÍAS: Laura Cuello ©2008 (http://www.lauracuello.com/)

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EN LA 1.ª ENTREVISTA:

Laura Cuello · Luis Ramiro · Vega Pérez-Chirinos · Pablo Ager · Lara Moreno · Emite Poqito · M.ª José Moreno · María Riveiro · Carmen Simón · Inés Thiebaut · Víctor Alfaro


- Web de Guillermo Ortiz López: www.guilleortiz.com/
▫ Artículo publicado en Revista Almiar, n. º 38, febrero-marzo de 2008. Reeditado en septiembre de 2020.

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