María Riveiro

por Guillermo Ortiz López

Hay algo extraño en María Riveiro. Una especie de contradicción constante, esa clase de genio que uno es incapaz de clasificar con palabras en ninguna categoría. María tiene sólo 24 años pero un aplomo insospechable. Es seria pero con sentido del humor. Tremendamente trabajadora y consciente de lo que quiere ser: directora de cine, pero capaz de trabajar en un restaurante mientras tanto.

Es callada, al menos en Madrid es callada, pero si le preguntas, responde. Varias veces. Da vueltas y vueltas sin terminar de mirar a los ojos, inspeccionando la mesa del bar y haciendo círculos con el dedo mientras trata de explicar exactamente lo que piensa sobre esto o sobre aquello, sin conseguirlo, generalmente.

Después, envía un correo electrónico para matizar, pero su correo se pierde en las mismas vaguedades e indecisiones. Una chica decidida e indecisa a la vez. Prodigioso.

María es especial y tiene conciencia de ser especial, de no pertenecer a este mundo. Aunque esta entrevista se publica en verano, está hecha en febrero y María tiene algo de Laura Cuello, su propio universo de imágenes y sueños y deseos. Comunicación. Sentir, no entender. Está en Madrid pasando unos días en casa de Vega. Viene de Sevilla y meses después —ella aún no lo sabe, yo me siento como un pequeño Marty McFly escribiendo esto— irá a Baleares a buscarse la vida.

María Riveiro, grabando

Entre Isabel Coixet y Nacho Vigalondo

Hablamos sobre sus influencias, lógico: «Jim Jarmusch, pero me encanta el color de Isabel Coixet, la fotografía de Almodóvar, el silencio de Cesc Gay… tengo una relación de amor-odio con Woody Allen, siempre hay algo que no cuaja». María tiene un marcado punto de cine catalán, estética nostálgica llena de palabras no dichas. Minimalismo. Sin embargo, eso no es más que una nueva contradicción: adora a Nacho Vigalondo y nos pasamos la tarde repitiendo tonterías de Muchachada Nui, el testimonio de Lars Von Trier como estrella de la velada.

«No me gustan los cortos que son una carta de pretenciosidad», dice, mientras explica su curiosa manera de ver los géneros: «En los cortos, me gusta más lo frívolo. Para largo, mis proyectos son más serios. De hecho, estoy intentando escribir un guión sobre ausencias que está ahí dándome vueltas desde hace cinco años».

Lo último que ha hecho no es precisamente frívolo. Dirigió Mediocrity, un proyecto de Vega Pérez-Chirinos sobre una adolescente en un entorno hostil. «Me atrajo el guión porque lo visualicé en seguida. El mensaje para mí era: puede que el mundo sea gris, pero siempre nos quedarán los detalles. No sé cómo saldrá la postproducción, el montaje… pero si conseguimos juntar bien todo lo que hemos rodado, creo que podemos contar algo muy interesante».

Antes de eso, un poco de todo, como era de esperar: en 2005 escribió, dirigió y coprodujo Grillos: «Parte de lo anecdótico. Habla de los mimos. Una chica habla con un mimo. Le está dejando. El mimo se queda quieto llorando. Tiene una gran belleza estética y aparte está el tema de la incomunicación, claro». ¿Cómo quedó? Imposible saberlo, María nunca lo contaría: «Cuando acabo un corto, lo odio. Intento moverlo, pero sin fe, no consigo que me guste lo que he hecho, prefiero dejarlo atrás».

En 2007, probó con la videocreación, Poesía de lo efímero: «Habla de los nicks del Messenger, me parece un tema muy interesante, la realidad virtual, la fina frontera entre la realidad y la imagen de esa realidad… Creamos a base de conversaciones». A veces, uno piensa que si hay algo frívolo en María es como excusa para contar algo más profundo. Una especie de menos es más, de nuevo.

Entre Cesc Gay y Sor Citroen

Pero luego están las gamberradas, porque, al fin y al cabo, es joven y andaluza. «En la facultad rodamos Érase una vez una monja poppie, una mezcla de humor absurdo, estilo chanante, no sé, con citas estilo Aterriza como puedas y recuerdos de Sor Citroen. También de ese estilo era Caus. El último musical, un mediometraje que sirvió de proyecto fin de carrera. Lo hicimos como un musical y estaba basado en Ciudadano Kane, sólo que la última palabra que dice el protagonista antes de morir es McGuffin. Metimos planos de homenaje a El Exorcista, Bienvenido Mr. Marshall».

¿Ven? María es como un pez que se escurre entre las manos. Uno cree que la puede colocar entre Cesc Gay e Isabel Coixet y le sale con Sor Citroen y El Exorcista. A veces pienso que el futuro del cine español será de género o no será en absoluto. Ella no piensa. Prefiere no hacerlo. No le gusta lo que asoma bajo la puerta: «Es que no he encajado en esto nunca. Al principio, lo veía como etapitas que había que seguir: la facultad, buscar una productora, mover los proyectos… pero sinceramente me parece que muchos profesores saben menos de cine que yo y lo de mover mis cortos por ahí me da la sensación de que va a acabar frustrándome. Es que yo siempre he sido autodidacta, he ido a mi bola, con un equipo de amigos que trabajábamos juntos, eso era todo. Ahora se ha disuelto el grupo, al acabar la carrera. No sé bien por dónde tirar. No me gusta el mundo, así en general», dice y medio sonríe, pero da la sensación de que va en serio.

Está bien. Si le gustara el mundo no intentaría cambiarlo. No estoy seguro de que necesitemos cambiar el mundo pero desde luego necesitamos que alguien lo intente. Mientras escribo esto, le explico a Laura en una ventana: «María va a ser la leche», y ella, que no sabe quién es María se limita a decir: «Eso está bien. Necesitamos a alguien que sea la leche». Y es verdad.

Un futuro de supervivencia

Ahora mismo, su cabeza está en demasiados proyectos: cinco o seis cortos escritos, otro sin título y sin diálogos casi, con personajes en distintos sitios, casi fotografías. Otra historia estilo Mediocrity, con una chica que se rebela ante el baile de máscaras que es el mundo. Una sucesión de planos de parejas frente al Palacio Real madrileño, quizás en octubre, si todo va bien. El guión es mío. Será mío, aún no lo es. Aún es febrero, domingo, anochecer de las siete de la tarde mientras alguien le mete un gol a alguien.

«Intenté ser normal, pero no funcionó», dice como resumen de su trayectoria profesional y académica hasta el momento. Lo dicho, buenas noticias, estamos hartos de gente normal por todos lados. «Me siento pequeñita, pero con fuerzas. Como dice Nacho Vegas, consiste en sobrevivir, ¿no? Quizás mi problema es que me gusta todo y no sé por dónde empezar, cómo especializarme. A mí lo que me gustaría es tener un mecenas y dedicarme a crear. Con 24 años, sólo puedo aspirar a ser becaria en algún lado y que me paguen 300 euros al mes, con eso es imposible dedicarme a esto».

Mecenas. Esa es una buena profesión. Lástima que no abunde. María vuelve a Sevilla y manda varios emails en estos meses matizando sensaciones, gustos, preferencias… Tiene un desordenado gusto por el orden. El fondo, algo difuso por la tierra que se levanta y las corrientes que se cruzan. Borroso, en una palabra. La forma, la de una estrella.

(Imágenes remitidas por María Riveiro para esta entrevista ©)

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EN LA 1.ª ENTREVISTA:

Laura Cuello · Luis Ramiro · Vega Pérez-Chirinos · Pablo Ager · Lara Moreno · Emite Poqito · M.ª José Moreno · María Riveiro · Carmen Simón · Inés Thiebaut · Víctor Alfaro


- Web de Guillermo Ortiz López: www.guilleortiz.com/
▫ Artículo publicado en Revista Almiar, n. º 39, abril-mayo de 2008. Reeditado en septiembre de 2020.

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