Fotografías y textos por Víctor López
Caleta Tortel
(Chile)
20.01.1996
Búsqueda de transporte tras el
desayuno. Un tal Zorita nos pide 300 lucas que le dejamos en 200, menos imposible,
supercaro. Quedamos a las 2 h de la tarde y haremos primero nuestra caleta,
o sea la siguiente a caleta Gallardo y la pareja de israelitas que fleta la
embarcación con nosotros continuarán hasta el ventisquero Steffen en el Campo
de Hielo Norte. Al fin, la salida es a las 3 h después del advenimiento del
capitán del puerto. Al principio es realmente agradable, la mar tranquila,
el paisaje y la sensación de aventura en el fin del mundo; al pasar por el
estero Steffen, la mar se pica, marejadilla y a veces marejada, nos empapa,
nos agachamos en la lancha y aguantamos el temporal; más tarde el canal Martínez,
nos encontramos dentro de la Reserva Nacional Katalalixar (territorio inexplorado
del Sur de Chile), la mar se apacigua y volvemos a disfrutar de la travesía:
bosques, agua torrencial, montañas nevadas apenas sobre los 700 m de altitud.
Tras cinco horas llegamos a nuestra supuesta caleta: la sensación de virginidad
es extraordinaria, sitúo el campamento cerca de un arroyo y a poca altura
del mar y me dice el piloto que lo rectifiquemos pues habrá pleamar en la
noche hasta las 2 h, busco en el interior del bosque y la sensación es realmente
poderosa: intocado, los primeros pasos son los míos allí, musgos y líquenes
se adueñan de todo, esponjosos suelos que ocultan trampas entre los enormes
árboles caídos, humedad terrible, apenas un pequeño hueco sobre el que mal
situaríamos la carpa, nos hace cambiar de intención y salir a otro lugar con
un vano de unos dos metros sobre la playa; allá han hecho una hoguera el piloto
y el acompañante.
Trasladamos no sin esfuerzo, a través de árboles derrumbados, agua, piedras, y zona de hundimiento en el barro, toda la carpa ya montada y el resto del material y definitivamente quedamos instalados sobre un colchón de protuberante pastizal. El sitio es paradisíaco y un tanto sobrecogedor. Los demás han decidido pasar la noche aquí, en la lancha pues es tarde y hay que partir a las 6 h. Es algo que al principio me molesta en las ganas de enfrentarnos en solitario a esta extraordinaria situación, ante esta naturaleza intocada. Camino hasta un pequeño lago continuando el río que tenemos a nuestra vera. La sensación de soledad en el lago es un poco escalofriante, pero grata. Viene Eduardo, lo continuamos hasta la pared rocosa que hace inaccesible su continuación. Nada más llegar constatamos en el GPS la situación geográfica errónea, pero dejamos para más tarde su comprobación. Ahora la geografía denota más fácilmente sus diferencias con el mapa; nos adentramos por el bosque: es una maraña selvática en la que caminar es desentramar esta red tejida por esta araña de madera inconmensurable. Tropezamos con la roca de nuevo o así lo vislumbramos, decidimos regresar y mañana será otro día.
Ya en la tienda comprobamos posición y la centramos en el mapa 1:100.000; inequívocamente estamos en la siguiente caleta a la nuestra. Unos gritos a la lancha para que nos traslade mañana con ellos hasta nuestra posición correcta y a las 11 h, tras una frugal cena, nos metemos en los sacos. Confortables iniciamos el sueño. Noto al tiempo, no sé cuánto, una sensación de humedad en el dedo gordo del pie izquierdo y pienso, aletargado, que he debido ponerlo pegado a la mochila y que me transmite la humedad que tiene al estar por el suelo. De todas formas me siento y me toco el pie ¡alarma!, el saco está mojado. Hay agua en la tienda y todas las luces se encienden de repente en mi cerebro, al tiempo que grito:
—¡Eduardo, el agua!
Todo sucede de forma vertiginosa, la marea ha subido hasta nosotros y no lo podemos creer; todo es intentar controlar la situación, las botas flotan en el agua, las mochilas, inundadas; me pongo el forro polar, intento calzarme las botas de Eduardo, salvamos lo que podemos sobre las ramas más cercanas chapoteando en calzoncillos: la chaqueta de tinsulated, el pantalón del forro, el saco sobre los arbustos y así, en unas carreras precipitadas pero alejadas absolutamente de la histeria, todas las cosas parecen a salvo colgadas de las ramas como regalos de Navidad desordenados.
La marea sigue subiendo y esto aleja mi primera intención de sacar la tienda también. Son la 1 h, queda al menos una hora más de subida. Eduardo ha dado un par de gritos a Zurita, pero nadie ha contestado desde la lancha. Funciona mi linterna y la veo al final del cabo de amarre. Eduardo enciende una vela de esas inapagables y va bien. Empezamos a recomponernos, tenemos los pies encharcados, pero el resto del cuerpo seco y no hace frío; bien. Reorganizamos el tenderete y todo el tiempo, hasta las seis, lo dedicamos a sobrellevar la situación, cantando, riendo, haciendo té, mojándonos pues la lluvia se hace presente (mi colchoneta nos sirve de paraguas). Ordenadamente vamos recogiendo y empaquetando. A las 6 h, cuando nos silban estamos esperando para subir a bordo, la situación se ha hecho soportable pero la continuación del proyecto creemos que insostenible. De todas formas vamos a nuestra caleta, intentando calentar nuestros pies, botas y calcetines en el tubo de escape del motor. La Caleta Víctor, como así la denomina Eduardo haciéndome un homenaje, es mucho más hermosa y amplia, un ancho río llena una parte del ancho valle que se adentra hasta las montañas; nuestra cota 800 estaría con nieve y habría un collado factible como paso remontando desde el fondo del valle, pero no desde luego en las condiciones en que nos encontramos. Que mala suerte lo que nos ha pasado, pero que suerte que la lancha se quedara a pasar la noche, sino podrían haber sido 9 días en el infierno.
La travesía hasta el Steffen es larga, como cinco horas, y se nos hace un poco dura por nuestro destemple. Al llegar llueve abundantemente y ni se nos ocurre intentar llegar al ventisquero, sería necesario cruzar el río y dos horas a caballo; lo intentan los israelitas. Resistimos, adormecido yo, Eduardo saliendo a veces de la lancha en las cuatro horas de espera, siempre con lluvia. Regresan los israelitas y no han podido ni pasar el río, no estaban los barqueros. Regreso a Caleta Tortel, tres horas más, más relajada la navegación. Alojamiento con la señora Berta, Depósito de Vinos y Licores Nuevo Horizonte, 5.000 pesos pensión completa. Desplegamos todo en un amplio salón con estufa de leña y comienza nuestra recuperación: sopa caliente, etc. La noche es de temporal y los fuertes vientos que me despiertan cada cierto tiempo no hacen sino recordarme la situación extrema en la que podríamos habernos encontrado. La suerte, al final, nos acompaña.
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Diario de un viajero
1.ª parte / 2.ª parte
Fotografías: Víctor López Pérez-Fajardo © Derechos
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