Edson Lechuga

 

María despierta sobresaltada por la angustia de un sueño, donde estaba atada de espaldas a un árbol, desnuda en mitad del bosque. Entonces, salían de entre los matorrales un puñado de ratas blancas. Chillando rabiosas se acercaban a ella y le mordían los dedos de los pies hasta sangrarlos, sin que pudiera hacer nada. El mismo sueño la ha despertado desde hace meses, siempre igual. No recuerda cuando comenzó pero sabe bien donde termina.

Ahora, igual que siempre despierta justo cuando las ratas le hincan los dientes en los dedos, abre los ojos alterada dejando entrar en su cabeza, la luz que se cuela por la única ventana del cuartucho de azotea. Tiene el pelo enmarañado y sucio, medio teñido de un color verdoso y con una fuerte pestilencia a cigarro y sudor; Los ojos sangrientos, sumidos debajo de la mirada de muerto; La boca impregnada de un sabor amargo como la cáscara de las frutas; Los labios agrietados y pellejudos por la deshidratación.

Se endereza sobre la cama. Se limpia el sudor de la cara que el sueño le ha dejado. Busca el piso con los pies tratando de organizar los pensamientos en su cabeza. Mira alrededor intentando reconocer algo, es un sitio desconocido, un cuartucho con una pequeña ventana por donde se cuela el brazo de luz que se le ha metido en los ojos; El camastro donde se encuentra sentada y donde evidentemente durmió, cubierto por una sábana sucia, salpicada con un chisguete de gotas marrón que pudieran ser de sangre; Una mesa de buró rota con una lámpara vieja encima; Una alfombra de prendas, mochilas y zapatos regados por el piso; Algunas botellas de tequila y cerveza agonizantes al pie de la cama; Colillas de cigarro medio fumadas, y una guitarra con tres cuerdas rotas recargada en la pared donde cuelga un cartel de un festival de música. Al frente, un mueble de madera con cicatrices de quemaduras de cigarro y un espejo estrellado en la esquina derecha. Sobre el mueble una cajetilla arrugada de Winston, una cuchara, un gotero, una jeringa ensangrentada de la aguja sin llegar al orgasmo, y una grabadora vieja que aun suelta lamentos de música—industrial.

María sacude la cabeza tratando de acomodar la información pero no lo consigue, a cambio, un martillo golpea la parte trasera de su cráneo recordándole la resaca. Se queda quieta y callada, atontada, sin entender y sin intentar entender nada. Simplemente, permanece viva. A la deriva de la vida pero viva. Fuera del mundo pero viva. Estáticamente viva. Vegetalmente viva. Inútilmente viva.

Extiende el brazo y apura un trago de tequila, la bebida le corroe los labios y la garganta. No quiere llorar. No se siente sola. No es feliz ni está arrepentida. Ni siquiera se siente triste. Simplemente, está estúpidamente viva.

Recuerda muy poco de la noche anterior, tal vez un antro, un bar, tal vez un parque; Luego el fuego, el aullido de las patrullas, los golpes, la sangre. Vuelve a su mente el sueño con todo y ratas, y lo ahoga en otro trago de tequila.

Tiene el cuerpo adolorido, como si le hubiera pasado encima una estampida de búfalos. Mueve un poco los huesos obligándose a pensar que ese cuerpo es suyo, sin embargo, le parece que las manos no lo son, pero tampoco son de alguien más, son más bien, una manos autónomas, unas manos que se rigen por si mismas, y que ahora, llevan otro trago a su boca.

Echa el cuerpo hacia atrás queriendo descansar la espalda. Tropieza con otro cuerpo. Sin sobresalto, acostumbrada, vuelve la cabeza para encontrar seguramente una cara desconocida. Es otra mujer con el pelo a ras del cráneo, una masacre de pearsings en las cejas, nariz, labios, orejas, pezones, ombligo, «y clítoris», supone María. La sábana percudida le cubre las piernas, los pechos vacíos cuelgan hacia el costado, y el brazo supura unas leves líneas de pus por la herida de la vena.

María deja caer una mirada hueca a su compañera de cama, y sin remordimiento la despierta con un beso calizo en los labios. Le pone la mano en el estómago dando unos golpecillos con el índice al pearsing del ombligo. Camina la mano por la cadera para abrazarla, pero sus dedos tropiezan con otro cuerpo que al sentir el contacto, endereza el torso con el mismo éxodo de pensamientos. Es un adolescente de pelo rojo que mira a María desconcertado pero sin alarmarse. Tiene un tatuaje en greca alrededor del brazo izquierdo y la cabeza le baila sostenida apenas por el cuello delgado.

La segunda mujer despierta al sentir el movimiento. Se levanta desnuda y torpe, sirve medio vaso de tequila y entra al baño dando sorbos. Entre una canción y otra, se escucha el chorro de orina por la puerta abierta del baño. Luego sale sin accionar el depósito de agua. El adolescente se pone en la boca una colilla de cigarro que recoge del suelo, parece que la cabeza se le fuera a desprender al momento en que se agacha buscando con qué hacer fuego. Después se sienta al lado de María, sacando el humo por la nariz.

La segunda mujer toma de encima del mueble de madera, la cuchara, el gotero, el encendedor y la jeringa usada. Los dos chicos la miran complacidos. Al ver la jeringa cargada se dibuja en él, una patética sonrisa, y en María, una chispa de fe que ilumina sus ojos. Clava la mirada en la aguja y recuerda otra vez las ratas, la sangre en sus pies.

El espejo estrellado refleja a pedazos tres cuerpos flacos y huesudos, cuatros senos secos, dos testículos acabados, seis ojos sin vida, tres corazones que apenas laten, una jeringa cargada y ni una sola palabra.

Nadie conoce a nadie y nadie piensa nada de nadie. Se dedicaban a hacer lo único que les queda por hacer antes de morir a los 21: vivir. Pasar la estúpida vida viviendo.

La mujer se acuclilla frente al adolescente, le pone un cinturón de torniquete encima del tatuaje de grecas, golpea el antebrazo con la palma y hunde la aguja en la vena azul, inflamada y lastimada como lomo de toro bravo. La sonrisa del chico por un momento se convierte en un gesto extraño, los ojos se le llenan de agua. Pero cuando siente el líquido caliente correr por sus venas, el gesto vuelve a ser sonrisa.

Después de cargar nuevamente la jeringa, la segunda mujer se sienta frente a María. Hace la misma operación en el brazo e inyecta también el mismo líquido caliente en la sangre de la chica. Al momento de eyacular el fluido, la mira con lástima y la besa tristemente. María siente el ardor circulándole por dentro, la jauría de la sustancia enardecida moviéndose rápidamente hacia el centro de su cuerpo. Primero imagina al líquido rasguñando su corazón, haciéndolo latir intensamente, exigiéndole bombear sangre con violencia para infectar todo su cuerpo. Siente como el líquido baja por sus piernas, ardiente, arañando su sexo y contaminándole las venas. Estira los dedos de los pies liberándose de las ratas y de los miedos. Luego, el líquido sube, siente la droga inflamarle las venas del cuello, enrojecerle la cara al momento en que va hacia la cabeza. Aprieta los labios, cierra los ojos para que no se le salga por la vista. Quiere que la droga se le quede dentro, la quiere retener así, caliente, intensa, fantástica.

 

La segunda mujer se aplica ella misma la dosis, avienta la jeringa sobre el mueble de madera, se sienta junto al adolescente, abre las piernas y comienza a masturbarse.

—Hola, soy Sandra —dice buscando la mano del chico y llevándola a su sexo.

—Yo soy Víctor —dice el adolescente ya estúpido, con la cabeza colgando hacia atrás.

Y huyendo de la música-industrial. Huyendo de la pestilencia del cuartucho. Huyendo de la vida. Metida en la grieta más oscura del pensamiento, María trae las únicas palabras que le quedan.

—María... yo soy María —y se deja caer en el lago negro y placentero de la nada. Ahí no duele. Ahí no hay ratas.

 


 


RELATO DISTINGUIDO CON UN ACCÉSIT  EN EL
II CERTAMEN DE RELATO BREVE ALMIAR

Edson Lechuga es mexicano y vive en Barcelona. Poeta, escritor, corrector, ensayista y reseñista
ha colaborado con los diarios La Jornada y Cuestión. Tiene publicados
los libros de poesía El canto de los búhos y Reloj de arena.





PÁGINA PRINCIPAL DEL II CERTAMEN
LITERATURA
l PINTURA l FOTOGRAFÍA l REPORTAJES
Revista Almiar - Margen Cero™ (2003) - Aviso legal