Escrituras peregrinas
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Wilfredo Carrizales
(Fotografías
del autor)
1
Voy a diario en la aurora
y en el extremo de la buenaventura soy un hombre sin simpatías calibradas.
Me encuentro con la oscuridad en la mitad de sus sapos. Un brillo
negro y lento trota hacia una fuerza que me pertenece.
Es justo el estilo para navegar
sin barco el que se ajusta a mi vocación. Ando solitario a la caza
de una hetaira extraviada.
Los días de verano procrean
mis caminos y cuán profundo es el horizonte. Un concierto de encrucijadas
se dan la mano para no sentir la extrañeza del desamparo.
Noche de fosca la que se escribe
a veces sobre las hojas del otoño.
2
Adosado a la vida estática
de la aldea permanece el puente aferrado a su dura alma blanca. (Del
oeste llega un tímido anuncio de tempestad y los signos de la canícula
se desentienden).
El sol se eleva sin prisa
hacia los cielos carentes de presagios. En su trayectoria arrastra
a las sombras desposeídas y cercadas por las horas que enemistan.
(El verano pugnaba por quedarse y completar una misión en su propio
nombre. Un soldado soltó una carcajada y se alejó pensando en el filo
asesino de su cuchillo).
Ciertos caballos amplían los
caminos a costa de la sumisión de los grillos.
3
Aquella nube inventó un clima
encaramada sobre el vórtice de un árbol aún desconocido. La horizontalidad
de su intemperancia resultó en tardío atardecer o crepúsculo de lloroso
tiempo.
Fue a lo amplio tal como se
esperaba de ella. Escogió los mejores ojos de la llanura. Se perdió
mientras trataba de alargarse. Extraviada, condujo a las lluvias a
su perplejidad de oquedades.
En la cuna de las yerbas anochecidas
durmió la nube. Soñó con desplazamientos muy remotos, pero ayudó a
la madrugada a encontrar el apropiado anillo. El presente le sirvió
de alerta en las edades que la acosaban.
Se descarrió la nube y ya
cansada dio vuelta a la manivela y se despidió de la sequía.
4
La cigarra llameante se preguntaba
a diario lo que era el amor hasta que olvidó besarse a sí misma. Después
tuvo la esperanza de verse de nuevo seductora y complaciente. En sus
infinitas canciones el amor aparecía menoscabado.
Ella se dedicó a la miel embriagante
de los pinos y a los paseos alrededor de robustos troncos. Los monjes
cesaron de invocarla y nunca jamás se la volvió a homenajear.
Si yo calibrara mi voluntad
—se preguntaba la cigarra—, ¿creería alguien en mi sino?
Una inmutabilidad le sirvió
de escondite el resto de su existir. La despedida desde siempre la
esperó con el traje que, seco, transparentaba la luz.
5
La pérdida de los sueños cerúleos
no resultó en trazas para los espíritus de los bosques. Inolvidables
las serenatas en las atmósferas de flores cayentes.
Los espíritus indagaron por
las nubes y una sonrisa arrinconada depuso su actitud beligerante.
(Los destellos de la luna eran duras cerdas de un cepillo nunca creado).
En la profundidad de la umbría
antiquísimas sombras fungían de mensajeras a las rocas que de nada
se dolían.
6
Sintió el niño recién nacido
al año que hozaba. Bajo un banco de yerbas haló a la aurora que merodeaba.
Le exigió variadas mieses o pieles de otoños. El niño no estaba feliz;
tampoco triste. Su boca brillaba con marfiles inexistentes.
El niño supo del vagar de
las palabras y la verdad que a veces la acompañan. Él anudaba sus
pesadillas a las enramadas y la amargura le partía los llantos en
dos mitades desiguales.
Sobre cualquier cerrada tierra
el niño preguntaba por sus orígenes. Sólo palpaba el vacío en los
oídos. Descubrió a la música y se calzó por ella y la siguió hasta
el borde de los precipicios, por donde se despeñaban sus mortajas.
7
La mujer que vela desea paz
para las aguas de los pozos de su villa. Inusuales colores le pintan
el rostro. Dicen de los anhelos. Se le adelanta el ocre y el gris
y un tono del azul. Detrás aparecen insignificantes cualidades del
rojo. Hay un salvajismo en su mirar.
Sin pesar, la mujer se hermana
a lo funesto y lo convierte en fluyente noche. Ella se arrastra hacia
el olvido que ya la carcome adentro.
Al fondo, los pozos abrevan
en las pesadumbres, en los sojuzgamientos. Su verdadera amenaza es
la apuesta que apunta con un dedo ponzoñoso.
8
No parece verosímil que las
flores sólo contengan un alma y que ésta sea de elemental mortalidad.
¿Cómo llegar a la autenticidad si no a través de las miradas de las
muchachas que las portan en el pelo?
Al pulsar a las flores una
superficie carnosa y rosada, casi trémula, emerge y nos excita. La
quietud ya nunca más podrá envolvernos. Nadie será capaz de asegurarnos
que en ningún momento caeremos en la provocación de las corolas en
celo.
Bruscamente una flor se requiebra
y exhala la sangre que los corazones descomponen.
9
Las moscas derribaron a los
bandidos a caballo y en las gualdrapas establecieron su retrete. Con
las figuras disminuidas los equinos se ataron a las estacas para mercadear
un posible espectáculo ecuestre. Las herraduras pretendieron ser de
seda y así evitar la estampida general. El hambre y el escozor se
solaparon bajo un memorial que no terminaba de redactarse.
En el extremo de las crines
pronto volvió un temblor que se yuxtapuso a la pradera y por más que
se balanceó acabó como tronido en la tarde despejada.
10
La riada llevó anzuelos pesados
a todo lo largo del valle arbolado. Nadie lo quiso, pero sucedió.
¿Cómo no comprender el empequeñecimiento del cielo si el acto fue
por demás brutal? ¿Acaso alguien pensó en gritos de contención? ¿En
diques feraces?
Proliferaron las avanzadas
tras las correntías, mientras a lo lejos llamaban a rebato.
Otrora se decía que los aluviones
eran peces enormes en fuga, con una venganza a cuestas. Lo espantoso
de su acción los convertía en animales de ultraje y parangón. De esa
manera se alimentaban de su audacia y no decaían en la aceptación
de la ley.
* * * *
WILFREDO
CARRIZALES.
Escritor y sinólogo venezolano nacido en la ciudad de Cagua, Aragua,
Venezuela. Textos suyos han aparecido en diversos medios de comunicación
de la región. También ha publicado los poemarios Ideogramas
(Maracay, Venezuela, 1992) y Mudanzas, el hábito (Pekín, China,
2003), el libro de cuentos Calma final (Maracay, 1995), los
libros de prosa poética Textos de las estaciones (Editorial
Letralia, 2003) y Postales (Corporación Cultural Beijing Xingsuo,
Pekín, 2004), y tres traducciones del chino al castellano. Reside
en Pekín (República Popular China).
@
zalesw(at)yahoo.com
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