ALMIAR

Margen Cero

 
 


 



Llueve
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José Javier
Luque González

Llueve. Artemisa ve caer el torrente por los cristales y, amortiguado, oye el tableteo tenaz sobre el suelo del patio. En un rincón, el jazmín se balancea mecido por el viento. ¿Cuánto dura el sueño, imaginar la caricia desconocida, evocada por una voz profunda y unas palabras tiernas? A veces el tiempo es inconmensurable y otras, tan corpóreo que le duele como si al pasar la golpeara.

Contempla su reflejo en el cristal y evoca el escalofrío de cada noche, en la soledad de la alcoba, desnuda frente al espejo; el imaginario tacto de otra piel, el suave roce de unos dedos que la recorren desde la clavícula al escote. Inconsciente, se toca la nuca libre de la melena cortada unos días atrás, tantea su pelo ahora indómito como irreverente desafío. No es joven y, a veces, le preocupa la profundidad de una arruga, la certeza de un desplome, la rotundidad de una curva antes apenas insinuada. Entonces recuerda la voz, las palabras lejanas, y el vello se le eriza y sus poros emanan un aroma a deseo que ningún perfume es capaz de igualar.

¿Será verdad que viene?, la misma pregunta desde que la pantalla de la computadora anunció el mensaje, de eso hace una semana; la misma desde que hace unas horas, por encima de miles de kilómetros, oyó a Javier decirle al oído que el avión partía, que lo esperase allí, junto a la ventana, frente al jazmín que los une en la distancia.

 

Llueve. Javier ve caer el torrente por la ventanilla y, sin oír, imagina el tableteo tenaz sobre las alas y el asfalto de la pista. ¿Cuántos meses de soñar, de imaginar una caricia desconocida, evocada por una voz seductora y unas palabras de cariño? A veces el tiempo huye intangible y otras es tan viscoso que se adhiere al cuerpo como un hedor insoportable.

Cierra los ojos y siente el escalofrío de cada noche, en el duermevela del amanecer, cuando su ansia desnuda a Artemisa, desabrocha el corchete del vestido ceñido a la espalda, descorre la cremallera y, con parsimonia, la libera de sedas y encajes. No son jóvenes, pero lo que en él le parece la decrepitud de una arruga transformada en surco o la inconsistencia de un vientre vencido por la pereza, en ella es el adorno de una vida o la majestad de una curva rotunda. Sentado, en la inmóvil espera del despegue, imagina el cuello de Artemisa, el pelo muy corto, podada la larga melena —¿por qué llevas el pelo largo?, le preguntó una día por teléfono, y ahora recuerda su silencio antes de contestar: no sé, lo creía más atractivo—. El avión se mueve, la velocidad le pega al respaldo. El sonido del motor se le antoja un murmullo de placer, un susurro, un te quiero, y no desea que acabe.

¿Me esperará de veras?, se pregunta desde que envió el mensaje, cuando compró el billete hace una semana. Minutos antes la ha llamado para confirmar que embarcaba, para decirle que desea que se encuentren allí, junto a la ventana, frente al jazmín que los une por encima de la distancia, del desamparo, de la obsesión y la locura de los imposibles. Ahora que las ruedas abandonan la tierra, él se deja vencer por el cansancio que lo conduce a un inquieto sueño.

 

Suena el timbre. Artemisa se sobresalta con el falso carillón y, con un nudo en el estómago —un millar de mariposas aleteando dentro, piensa sin escapar al tópico—, camina hacia la puerta. Hola, dice ella. Hola, contesta él. Como si apenas hiciera unos minutos se hubieran visto la última vez; dos amantes con cada centímetro de la piel del otro atesorada en el recuerdo. Se besan, temerosos de romper un hechizo, con la inseguridad del adolescente y la ansiedad del preso. Un beso denso de sabores, que al poco gana vehemencia. Unidos, recelosos de que separarse sea despertar de un sueño, se dirigen a la habitación. Allí, en silencio, Ella frente al espejo, él a la espalda de ella, los dos con la mirada fija en el reflejo del azogue, ella inmóvil, él abre el corchete, la cremallera del vestido que ayuda a caer desde los hombros, libera los senos de sostén y encajes, los acuna amoroso y se agacha y entierra la nariz en el cuello. Ella, al sentir el roce, cierra los ojos; y él, mientras acaricia sin descanso los rosados adornos de los senos de ella, cursi como el amor, le susurra al oído: Cariño, abre los párpados, quiero ver mi placer en el tuyo, reflejado en el mar esmeralda de tus ojos.

 

 

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JOSÉ JAVIER LUQUE GONZÁLEZ: «Nacido en Madrid, 51 años, aficionado a la literatura desde la juventud y escribano desde hace más de veinte años. Hombre de números y dineros por estudios y profesión. Viajero incansable, navegante ocasional, caminante, amante del buen vino, de la buena comida y de la mejor compañía. Poco más que un hedonista atrapado en un mundo que se desmorona.
Como muchos hoy día, participo en algunos proyectos de Internet, elementos que sustituyen, por desgracia o por suerte —vaya usted a saber—, a las viejas tertulias. Y, como no puede ser de otra forma si se quiere existir, mantengo presencia en algún blog literario.

Vayan como muestra:

www.27etras.es | http://lavidadueleenelhormigon.blogspot.com

Obra premiada y publicada:

Historias para tres. Segundo premio del quinto concurso de relato erótico Sex Haizegoa (2000).
La única sonrisa del día
. Finalista del premio cuentos de invierno del Taller de escritura de Burgos (2004). Publicada en el libro colectivo Cuando cantan las hormigas.
Laura. Segundo Premio de la quinta edición del certamen literario internacional Cartas de Amor, del Círculo de Amistad XII de Enero, de Santa Cruz de Tenerife (2003).
La mujer de Già Schiavi. Mención especial del premio de relatos Vida de Margot, Buenos Aires (2005).
Con las manos en la almeja (memorias de una cocinera)
. Editorial Bubok (2008).
Tómbola. Editorial Bubok (2009)

Alguno de entre otros premios:

Ganador del X Premio nacional de Novela Corta Banco Hispano Americano (1987).
Ganador del concurso nacional de cuentos Laura Higueras (1989).
Finalista del II Premio Punt de Llibre de Cuentos Contados, Generalitat de Catalunya (2002).

Tercer Premio III Concurso de Cuento Corto Babel - La Falda, provincia de Córdoba, Argentina (2003).

Segundo premio del certamen de relato corto Ciudad de Tacoronte (2004).
Ganador del III Premio internacional de relato corto COLEGA-CÁDIZ (2004).

Accésit del III Concurso Internacional de Cuentos Taurinos El Albero (2005).

Tercer Premio II edición Premios Lorca de Relato Breve – Hegoak (2008)».

@ sustituida algolconsultor(at)telefonica.net
 

ILUSTRACIÓN RELATO: Fotografía por Pedro M. Martínez ©
 

 

 

Relatos y enlaces en esta publicación:

- Eduardo Jauralde: Cuento Cruel

- Juan C. Garrido del Pozo - Cómo erigir un altar en una nevera vacía

- Cecilia Facal - Los dioses

- José L. Suelves Naya - Nunca se olvida

- José J. Luque González - Llueve

- Rubis M. Camacho Velásquez - De plumas malditas

- Entrevista a los autores premiados

- Página de inicio del Certamen




Revista Almiar - n.º 46 - mayo/junio de 2009 - ISSN 1695-4807
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