Te quiero
de la única forma en que sé hacerlo,
así amaría el aire,
si el aire pudiese amar:
invisible,
traerte aromas conocidos o exóticos,
quién sabe si de la memoria de una infancia perdida;
hacerme fresca presencia de brisa en tu piel cálida,
o cálido aliento en tu frío;
correr veloz a tu encuentro,
jugar con tu pelo,
con tu vestido,
quedarme quieto en silencio, tranquilo,
ciñendo dormido tu forma;
apartarme a tu abrazo,
no responder a tu beso,
entrarte constante
para darte la vida...
Te quiero
de la única forma en que sé hacerlo,
así amaría el agua,
si el agua pudiese amar:
a tu boca, a tu cuerpo mi humedad
para no ser por ser, ser sin sentido;
no escaso que te martirice
ni envolverte en el susto de no hacer pie seguro;
deslizarme por tu dentro y fuera,
a tu necesidad;
no mi deseo de cubrirte continuo,
ni ausente del todo morir en la sed de no saciarme de saciarte,
pues te acabara igualmente
tanto mi ausencia como mi ahogo;
rozarte y huir por los desagües;
esperarte mar
para que me retoces
o me admires prudente a distancia
o aburrida me desdeñes;
llover algunos días
por acompañar tu bellísima expresión de melancolía;
y aliviarte lágrima
cargado de dolor
en busca de la curva de tu mejilla
que me empuje al vacío
de no estar en ti...
Te quiero
de la única forma en que sé hacerlo,
así amaría el fuego,
si el fuego pudiese amar:
demasiado lejos, un brillo sin interés;
demasiado cerca, quemo, destruyo;
a la distancia adecuada, tuyo mi calor, mi luz, la danza de mi llama alegre;
poner cuidado en apartar mi humo de tu rostro;
huir de ti antes de la decadencia
en rescoldo, ceniza
y nada.
Temor,
con él te quiero.
Al Ser o no Ser,
al Hacer o no Hacer,
a los problemas,
a las soluciones,
a la vida,
a la gente,
temo
y me consumo
rescoldo, ceniza
y nada.
Te quiero como fuego cobarde,
el único amable y amigo de lo humano
y en este cariño afortunado me avivo
para triste y sólo morir primero
en rescoldo, ceniza
y nada...
Te quiero
de la única forma en que sé hacerlo,
así amaría la tierra,
si la tierra pudiese amar:
alimentando una alfombra de musgo
que te refrescara desnuda con la plenitud de lo vivo sobre lo vivo;
elevando montañas nunca vistas,
inmensas a los cielos perplejos
sus cumbres de perenne blancura,
guardianas de valles asombrados por flores imposibles,
árboles sabios dados a tu cobijo,
árboles jóvenes brindando fruto a tu sustento;
jamás temblar,
firme,
no quebrar tu confianza y sosiego;
jamás abrazarte
siempre bajo Sol y firmamento,
tu cuerpo libre en un mimo de siglo lento
hasta yacer al fin tierra sobre mi tierra,
eterno,
como lugar sagrado,
Altar de mi centro...
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ernesto.orellano[at]gmail.com
Ilustración poema: Fotografía por
Pedro M. Martínez ©
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