La amada
Amanece.
El sol, en su copa dorada,
hace beber al tierno pétalo de las flores.
Un soplo de fuego
desnuda el verde virginal de la foresta.
El alba pálida se mezcla
con las espumantes cumbres de la nieve.
Y el pájaro canta canciones
en el viento bermejo de la aurora.
Ya no escribo más:
Mis venas han quedado derramadas
en la palabra.
La siega ardiente del día,
corta el amargo espinar del tallo rosáceo;
pero la flor se deshoja en rojos besos
que ama las hojarascas
de bronce quebradizo.
La oscuridad saló mis lágrimas;
las diversas lunas —fraguadas en las horas—
empedraron, con su frío hielo, a mi corazón.
Y el pájaro, dormido entonces,
dejaba nevar su canto
en el llanto de las estrellas.
Las palabras, que corrían hirviendo
mi cuerpo,
han muerto en su letrada celda;
como dibujos sobre una lápida
de mármol, que solamente la muerte
puede cincelar con semejante letal belleza.
Ella, la dura oscuridad,
ha cerrado mis párpados.
Y como quien borra Venecia de la faz de la tierra,
el color se ha ausentado de mis ojos.
Noche que vale años;
años que han valido para una noche.
Pero mi amada trina en los pájaros,
brinda a mis ojos el pincel savioso de la flor,
palpa mi carne con la caricia dorada del oxígeno.
La tierra. La amada.
Y entonces aquella amante ha muerto.
Y el amor
ha decidido el amor por mi amada.
Gozar
Amar tu esmerado cuerpo;
quemar mis manos en él,
como también por él las quemo.
Reírte la nieve de tu risa, besar
el amoroso tóxico de tus cartas.
Vivirte como se vive la muerte;
eres luz de luna, que gesta su plata
en mis ojos dormidos.
La noche fundió el oro de tu piel;
el sol te visitó y desnudó la aversiva belleza
de tu carne. En la voz te soplaron brisas;
como el bosque que respira en la flauta de Pan.
Por todo ello, tengo el gozo de sufrir.
La vida sólo se sufre en forma perspicaz;
otros sufrimos el amor; con arte:
Es decir, con locura.
No soy sensato con tus manos de leche,
ni en el pétalo de lirio en tus párpados;
mudo, sí, en la purpúrea charla de tus labios;
hilos dorados
surgen de tu carne hacia mis manos...
Pero yo sólo entretejo la aspereza del hierro:
Mis lágrimas riegan el cardo, tuyas son las rosas.
Y, por ti, las musas me riman en amargas vocales;
tomo al dictado tu desdén excitante.
Y temo que soy poeta de otras poesías.
Pero tú sola eres mejor poesía que las mías.
Me quemo, pues, con tu cuerpo, contigo.
Pero antes mi alma, ya que no mis manos.
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DANIEL ALEJANDRO GÓMEZ es un autor
argentino residente en España, recién entrado en la treintena. Estudió
Letras y Análisis de Sistemas. Publicó los libros electrónicos Escuchando
el silencio (Libronauta, Argentina), poemario, y Sembrar palabras
(EBF Press, España), novela. Próximamente publicará cuentos en la Editorial
Electrónica Badosa. Colaboró en prosa y verso en antologías impresas y
en diversas publicaciones electrónicas (Bajo los hielos, Imaginando,
Voces, Mecenas, Al margen, Poesite, Parole,
Alkionehoxe, etc.).
Contactar con el autor: arboces[at]yahoo.com.ar
Ilustración poemas:
Nude Woman Leaning by Yvonne
Park - "Photograms of the Year" book. Licensed under Public Domain via
Wikimedia Commons.
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